Por favor, entienda padre que todo lo que estoy a punto de contarle sí quería hacerlo, pero no quería disfrutarlo.
Una red voló hacia mí y me asusté, de una forma en la que no puede imaginar. Los músculos de mi cuerpo se tensaron, mi brazo se levantó como una palanca y emitió un destello blanco. La trampa se incineró en el aire y las cenizas cayeron alrededor de las botas de los seis hombres que aparecieron detrás de los árboles. Tres se transportaban en caballo y el resto a pie.
—¡Corre!
Todos me apuntaron con sus armas, ignoraron a Wild y caminaron en filas hacia mí. Se abrieron como un abanico para acorralarme y pensé que, si salía corriendo en dirección opuesta, podía perderlos. No lo hice porque no tenía pensado dejar a Wild, pero tampoco podía quedarme y pelear en esas condiciones. Deduje que sería mi fin, y que el pobre Billie quedaría a su suerte.
—¡Ya! ¡Lárgate! —constriñó Wild.
Sus murmullos llegaron hasta mis oídos. Discutían en voz baja, con tanta vehemencia que casi podía palpar sus ojos alarmados detrás de los cascos oscuros. Se acercaban poco a poco, agazapados, con las mirillas clavadas en mí. ¿Qué esperaban para volver a atacarme?
—Tranquilo niño —dijo una voz gruesa—. Dios está mirando, no hagas algo que puedes lamentar.
No pronuncié una palabra porque mi mente y mi corazón estaban aturdidos. Durante los últimos días habían sucedido demasiadas cosas como para poder apartar los deseos lóbregos que producía mi mente. Era como un grito animal que me suplicaba que volviera apoderarme de mis sentidos, y atormentara a esas personas hasta que se atragantaran con su propia angustia.
—¿Cómo hiciste para desertar? ¡Contesta! —presionó el hombre, creía que yo era un Agente de Seguridad—. ¿Tuviste contacto con un ángel?
La luz blanca de mi mano no dejó de aumentar. Brillaba tanto que parecía que trepar por mi brazo a través de caminos delgados y relucientes, como piedras preciosas en la noche. Era hermoso y doloroso.
Debajo de mi piel engrapada los cables levantaron temperatura, mis piernas temblaron y supe que necesitaba descargar la energía o acabaría perdiendo el brazo.
Entonces, en el momento menos oportuno, comprendí por qué los Agentes de Seguridad no tenían sus emociones a flor de piel. Todo el mundo sabía que la policía no experimentaba sentimientos. Ellos nunca sonreían, lloraban o enojaban, y sus miradas siempre se veían artificiales y forzadas. Algunos decían que era porque el ingnis consumía tantos sentimientos que ellos no se quedaban con ninguno, pero ahora entendía que no era cierto. Los Agentes de Seguridad parecían máquinas porque tenían el medidor en la nuca. Estaba segura que ese aparato no solo servía para alargar sus vidas, también anulaba sus sentimientos. De lo contrario no podrían vivir en paz, porque cada vez que sintieran alguna emoción que hiciera palpitar sus corazones con fuerza, el ignis, produciría energía. Yo ahora me encontraba asustada, triste, enojada y preocupada, y mi brazo estaba a punto de explotar. Demasiadas emociones, demasiado poder.
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El diablo habla de Dios
Science FictionLuego de la Gran guerra el último bastión de la humanidad se refugió en Italia donde la Iglesia católica, como única institución social en pie, volvió a tomar el control de todas las almas e instauró las viejas reglas de la inquisición. Dentro del n...