2- El ciego comienza a ver

342 58 57
                                    

 Abrí los ojos y Patty me bombardeó con preguntas, su voz llegó hasta mí como débiles galimatías

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

 Abrí los ojos y Patty me bombardeó con preguntas, su voz llegó hasta mí como débiles galimatías. Estaba muy confundida como para poder responder, la noche anterior parecía un sueño.

Las niñas más pequeñas esperaban detrás de la puerta con esponjas en las manos, trapeadores a los costados de sus flacuchos bracitos y cubetas metálicas coronadas de espuma. Lucían algo estupefactas y aliviadas al encontrar la habitación impecable.

—¡Qué bien! No hay trabajo hoy —dijo Kitty e hizo una pequeña danza con su pequeña compañera para festejar.

—¿Qué día es? —quise saber.

—Es domingo primero de Diciembre del año 386 D.S —respondió Patty y acomodó un mechón de mi cabello, ella siempre me acariciaba mucho —. Amor, son la cinco de la mañana, te perdiste el desayuno.

—Falta mucho para navidad —rumié.

Patty arrugó el rostro y siguió con su interrogatorio, quería saber qué había pasado y de dónde saqué la ropa que tenía puesta. Le pedí reiteradas veces que me dejara tranquila y no se detuvo.

Salí corriendo de la habitación y me escondí sobre la linde del bosque para despejarme. Pegué mi espalda a la corteza del primer árbol y miré el cielo aclararse mientras cavilaba en pedirle permiso a Wild para salir a caminar por el pueblo. Inventaría alguna excusa tonta, como que necesitaba estirar las piernas, y averiguaría cuál era el predio donde se talaba árboles.

Abandoné la idea tan rápido como vino a mi cabeza, nada indicaba que Billie quisiera verme. Él solo había sido amable, no me necesitaba. Era probable que tuviera muchas amigas, más refinadas, puras, graciosas e inteligentes. Hijas de alguien, que vestían con corset y vestidos hasta el suelo. Mujeres, con las que podía caminar por la calle sin correr el riesgo de ser apedreado hasta la muerte.

El cielo comenzaba a encenderse cuando decidí esperar hasta la noche para ver si cumplía con su promesa.

Los colores de la mañana eran tan hermosos que, de haber podido, me hubiera fundido con ellos. Esta vista es perfecta para morir, consideré, si muero con los ojos clavados en aquel naranja que se estira por el cielo como brazos de fuego no me importaría.

Una voz interior me hizo saber que si tanto lo quería, así sería.

El resto del día fue jodidamente eterno. Pasé la mayor parte del tiempo refugiada en fantasías, diferentes escenarios en donde nos reencontrábamos, y él me hacía sentir segura y feliz.

—¿No vas a explicarnos qué pasó a noche? —cuestionó Vicky, apoyada sobre el lavarropas que teníamos en la cocina.

Tenía las piernas abiertas y un cigarrillo colgando de los labios, se veía como una verdadera matona.

—No —respondí y jugué con los guisantes de mi ensalada, evitaría el contacto visual a como diera lugar.

—¿Y contarnos del Tímido?

El diablo habla de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora