10- Pactar con el Diablo (1)

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—Sé que vas a decir que sí —Dio una larga calada, golpeó la punta del cigarro y sus inmundas cenizas osaron ensuciar el piso que Billie pisaba—

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—Sé que vas a decir que sí —Dio una larga calada, golpeó la punta del cigarro y sus inmundas cenizas osaron ensuciar el piso que Billie pisaba—. Harías cualquier cosa por libertad o por tener algo con que defenderte. Sé cuánto odias ese lugar. Por eso mientras dormías ideé varios planes por si alguno no funciona, cavilé cada cosa, cada táctica. Nunca volveremos, yo también te hago esa promesa.

—Tu palabra no vale de nada —susurré.

—Qué triste que mi palabra sea lo único que tengas.

No podía confiar en él de forma ciega, pero tenía razón ¿Cuántas opciones había? Yo era menos que una mujer, era una prostituta.

—¿Por qué estás tan seguro de que va a matarte?

—Ven siéntate —Azotó el asiento a su lado y una nube de polvo se levantó—. Hablemos con propiedad, de socio a socio.

No me moví de mi sitió y él se cansó de esperar una respuesta. Su mirada se oscureció, atrapó el cigarrillo con los labios y se abalanzó hacia mí para apresarme de las muñecas, pero mis reflejos me permitieron zafar. Por el movimiento sangré, protegí mi estómago con los brazos y me esforcé en no desmallarme del dolor. Wild siquiera se movió un centímetro. Me observó inexpresivo.

Había hecho un trabajo de mierda al curarme y cocerme. No me sorprendía, él no servía para nada útil y yo servía para menos que eso.

—De acuerdo, iré yo —dijo adoptando una sonrisa falsa y se acomodó cerca de mí, arriba a de las mantas, frente a la chimenea—. Te diré cómo me enteré que papá va matarme. Te daré un secreto, pero quiero otro a cambio. Un secreto por un secreto.

—Te diré lo que quieras —cedí agitada.

Aplaudió con delicadeza para festejar.

—Empiezo ¿Quién es más atractivo? ¿Yo o Billie?

—Eso no es un secreto —mascullé.

—Es una obviedad —dijo convencido.

—Billie.

—Y ahora es una mentira.

—¿Y? ¿Por qué estás tan seguro de que va a matarte?

—Me comí el postre que dejó en la heladera —bromeó, para él era imposible darle seriedad a un asunto.

—Es un hombre paciente, yo te mataría por menos que eso.

—Alyssa ¿Qué crees que soy para mi padre?

—Un problema.

—Además de eso soy su asistente —Contarme la verdad lo mortificaba—. Yo me hago cargo de su correspondencia, cada semana envío su correo a la central o mando mensajes mediante esa puta computadora —Dio una larga calada al cigarrillo—. Maldito sea el día que la consiguió y me enseñó a usarla —suspiró y se rascó la ceja con el pulgar—. En fin, hace meses comencé a leer sus cartas y me enteré que quiere matarme. Lo hará dentro de tres días en el café la Duquesa.

El diablo habla de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora