Ni el hijo ni Dios se presentaron esa mañana en el bosque, tal vez por eso Wild despertó.
—¿Con quién hablas? —averiguó con voz débil, y me alegré porque ya no estaba sola.
—Conmigo misma.
—¿Estas segura de que no ves a nadie? —insistió y alejó la mano de su panza, estaba pellizcándose.
—Sí ¿Por qué? ¿Tú sí?
—No.
—Pensé que morirías —solté acostándome a su lado.
—¿Segura que no estoy muerto? Yo creo que sí, porque veo un ángel.
Depauperado, con los ojos levemente entre abiertos, me dedicó una sonrisa débil. Negué con la cabeza.
—Estás vivo, si estuvieras en el cielo habría hombres desnudos.
—Muñeca, eres mejor que cualquier harén de hombres desnudos —Suspiró agotado y ejecutó un examen desganado a su pierna—. Mierda —masculló—. No muero con nada.
—En Najúl las monjas decían que mala hierba nunca muere —traté de bromear, pero mi jugarreta era pésima.
—Mala hierba nunca muere —se burló con voz tonta—. ¿Me estas contando tu secreto? Porque tú tampoco eres un bicho fácil de matar, sobreviviste la operación en las peores condiciones posibles. Todo marchaba en tu contra, pero viviste.
Tuve un buen doctor y programador, quise decir, pero me descompuse de solo imaginar diciéndole algo lindo.
—Gracias por no abandonarme —dije.
De forma instintiva esquivé su mirada y busqué la cantimplora con agua para hidratar sus labios partidos. Él también me evitó y comenzó a mirar las nubes blancas del cielo. Mi agradecimiento lo tomó por sorpresa y lo dejó vulnerable. Tragó saliva y aclaró su garganta, jamás me demostraría debilidad.
—Podrías agradecérmelo con comida.
—¿Agua te basta? —Acerqué el pico de la botella a su boca.
Él separó su torso del suelo y me arrancó la cantimplora de las manos.
—No soy un bebé, puedo tomar solo, gracias.
Su orgullo lo hería, no le gustaba necesitar de mí. Estaba segura de que, en lo profundo, deseaba con todas sus energías que los roles estuvieran invertidos.
—¿Cómo te encuentras? —quise saber.
—Muy bien —Mentía. Se veía igual que un cadáver, pálido y demacrado.
Tragó desesperado lo que quedaba de agua y guardó un poco para mí.
—No me agrada mucho la atención al cuarto —resolló—. La mucama no es muy amable, y creo que quiere acostarse conmigo.
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El diablo habla de Dios
Science FictionLuego de la Gran guerra el último bastión de la humanidad se refugió en Italia donde la Iglesia católica, como única institución social en pie, volvió a tomar el control de todas las almas e instauró las viejas reglas de la inquisición. Dentro del n...