1- Tres cosas que no son mías

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Me daba igual lo que iba a pasar, no había escapatoria

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Me daba igual lo que iba a pasar, no había escapatoria. No existía un cielo, no para mí.

Apenas cerré la puerta con llave y eché los cerrojos Billie habló, su voz era ronca y algo tonta.

—No tenemos que hacer nada que no quieras.

—¿Tú quieres que no quiera? —averigüé para saber si debía comenzar con la actuación de llorar y pedir que me dejara ir con mis papás, que había sido una chica buena y todo eso.

Algunos clientes durante su turno les gustaba jugar fantasías, los Tímidos tenían las peores. Sus peticiones eran oscuras y sangrientas. La mayor parte del tiempo pedían que me resistiera, les encantaba. Yo era muy buena fingiendo, demasiado. Solo necesitaba una breve introducción, unos segundos para entrar en personaje y listo, forcejeaba y gritaba como si fuera otra persona. Incluso podía sacar lágrimas reales. Por eso era la favorita de muchos.

"Podrías ser actriz" me elogiaban. Siempre quise responderles "Y tú te puedes pudrir en el infierno", en cambio sonreía y daba las gracias.

—¿Disculpa? —inquirió algo incómodo.

—Descuida, ya entendí —lo tranquilicé.

Me senté en la cama que estaba en el centro de la habitación y dejé caer uno de los breteles de mi camisón de encaje. Él no dio indicios de acercarse ni de querer hacerlo, seguía parado al costado de la puerta, aferrándose a su bebida con las dos manos. Me recordaba a un chiquillo en una fiesta llena de extraños, atento a la entrada por la que vendría su madre a buscarlo.

—No. Creo que no me entendiste, no quiero hacer nada que no quieras.

—Pero yo quiero —mentí.

—Pero yo no —Se encogió de hombros, algo avergonzado—. Lo siento.

Jamás me hubiera imaginado esa respuesta. Me sorprendió, no entendía mucho a qué venía todo el asunto, pero estaba aliviada, casi feliz. Aun así, una parte de mí seguía gritando que no confiara en lo que decía.

—¿Te gustan solo los hombres? —quise saber.

Yo no tenía nada contra ellos, los sodomitas o desviados sexuales como los nombraban la gente del clero. No me parecía justo que los castigaran con pena de muerte en la plaza solo porque les gustaran personas de su mismo sexo. La gente no elige lo que el cuerpo quiere, ni elige qué sentir.

—No, solo que yo... —buscó las palabras en la punta de sus zapatos raspados, pero no estaban ahí.

Si ese era el caso nunca me lo diría porque, cuando tu vida depende de un secreto, no existen los amigos o confidentes. Aun así no podía llegar a pensar que alguien como yo lo delataría, a la gente como yo les esperaba cosas mucho peores que una hoguera.

—¿No te parezco linda?

—¡No! —apresuró a decir—. Eres muy atractiva, pero no soy de este estilo.

El diablo habla de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora