CAPÍTULO 1: UN DÍA MARAVILLOSO

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—¡Suéltame mamá! —vociferó mi hermana. —¡Me dueleee! —lloriquea.

Esa niña llorona que escuchan, o mejor dicho que leen, es mi hermana menor. Se llama chillona. O bueno, así es como yo la llamo. Su nombre real es Isabella, tiene diez años y es una quejicas.

Es más que probable que se estén formulando en sus cabecitas aquella pregunta:

¿Por qué chilla la niña?

De seguro creerán que le están golpeando ¿No es así?. Y pues, quien no pensaría tal cosa, si la engendro del demonio grita de una manera...

No los culpo.

Bueno, son las 7:20 a.m. y mi madre  se encuentra peinandola como cualquier cosa porque el bus que recoge a mi hermana por las mañanas para llevarla a la escuela, llegó hace como unos... Diez minutos. Sí, exacto, así como leyeron. Diez minutos lleva esperando el pobre conductor. Y como ya se podrán haber dado cuenta, es todo una jalada de pelos con el peine y gritos ensordecedores que se escuchan hasta la China por hacer una cola de último minuto, producto de haberse levantado tarde. Para desgracia de los que vivimos en esta casa, todos los días es el mismo bullicio, menos los fines de semana —los días en que me salvo de tanto escandalo y puedo dormir en paz—. Por suerte.

—¡Isabella! ¡Quédate quieta o va a ser peor! —las amenazas de todas las mañanas. Esa gritona de ahí, es mi madre, Alice. Ella es una mujer muy hermosa, amable y con carácter. Cabe recalcar que es una persona muy dulce, aunque no lo parezca en estos momentos, puedo asegurarles que es así. Pero eso sí, nunca la hagas enojar, porque si lo haces... Que Dios y todos los santos te protejan. Mejor ni les cuento, no querrán saber que sucederá.

—¡SUÉLTAME! —exclamó a todo pulmón la engendro.

¡Dioses de la santa cachucha, ayúdenme! ¡Déjenme dormir mujeres!

Me tapo con mi mantita hasta la cabeza, aturdida por sus gritos estruendosos. Doy vueltas en la cama para tratar de conciliar nuevamente el sueño. No obstante, lo único que logro conseguir es darle un beso al piso y un dolor maravilloso en todo mi cuerpito caribeño.

Sí, me caí de la cama, caí como una papa al piso.

¡Mierda, duele!

—¡MAMÁ, TERREMOTO, TERREMOTO! —vociferó con total desesperación mi hermanita bella, hermosa... «Hija de tu madre, cuando te vea... Ya veras rata de dos patas»

Entrecierro los ojos imaginando mi venganza.

—No, Isabella, eso no fue un terremoto. Al parecer, alguien se acaba de caer.

Exacto madrecita, tu si sabes. Ahora ven y ayúdame que ni me puedo mover.

—Pero sí que por un momento parecía que era temblor hija.

¡¡YA VERAN!!

Suelto un gruñido enojada, imaginando ahora una doble venganza para esas dos —insertar risa malvada y con mucho dolor de cuerpo también. ¡Maldita sea!—.

—Bueno, ya vete que te deja el carro. ¡Apúrate niña del diantre! —la regaña mi madre —No tienen tu santa paciencia mamita. Avanza, avanza.

¡Poom!

Se escuchó un gran portazo.

Uy, parece que alguien se acaba de ir molesta.

Aún tirada como una papa, me levanto adolorida de mi bello piso y me siento en mi dulce cama que me botó.

Tu cama no te botó, te caiste por estúpida.

Cállate, maldita. Tú no sabes que es que tu propia cama con la que paras siempre, a la que le cuentas tus penas y absorbe tus lagrimas, te tire al piso.

Te odio hasta el infinito y más allá Donde viven las historias. Descúbrelo ahora