Después de contarle a Diana quien era el brócoli negro y habernos acordado que ella estuvo presente el día en que lo conocí, salimos de su casa para ir a un minimarket a comprar dulces y palomitas de maíz para una maratón de películas cómicas. Como moríamos de hambre, por ahí aprovechamos en comprar unas grandes hamburguesas que nos dejaron más que satisfechas.Y así transcurrió la tarde con mi mejor amiga, hasta que llegó la noche y mi papá paso a recogerme.
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—No había notado lo guapote y sexy que está —comenta Diana babeando por el idiota que se encuentra a unos cuantos metros de nosotras, hablando de lo mas relajado con sus amigos.
Ruedo los ojos por su comentario.
—¿Guapo? ¿Sexy? ¡¿Por donde?! —inquiero con asco, haciendo una mueca.
—Por todas partes... —responde con picardía.
—No. No. Creo que te has puesto los lentes de tu abuelita —le quito los lentes y comienzo a revisarlos para asegurarme de que sean los suyos —O esa ya no es tu medida, porque no estas viendo bien —niego asustada cuando compruebo que son de ella.
—Son mis lentes y siguen siendo mi medida —me lo quita de las manos para volvérselos a poner —Parece que la que necesita lentes con urgencia eres tú por no ver lo papacito que está —menciona sin quitarle la mirada de encima al idiota.
Tu amiga tiene toda la razón.
¡AY, DIOS!
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Ya es hora de salida, me despido de mis amigas y me voy caminando por el parque, disfrutando la hermosa vista y pensando en que habrá cocinado mi madre para almorzar.
Siempre pensando en comida.
Shh... no me delates.
Chistosita... Siempre hablas de comida, todos saben que eres una tragona.
Si me vuelves a llamar tragona, te cambio el nombre a Petunia. ¿Te quedó claro?
SÍ, MI SARGENTO.
Así me gusta.
—¿No me pedirás perdón? —susurran en mi oído, haciéndome sobresaltar. De forma instantánea giro mi cabeza para encontrarme con el dueño de esa voz.
—¿Otra vez tú? —digo con disgusto —¿Qué quieres ahora?
—Que me pidas disculpas por el accidente que provocaste, el cual me metió en grandes problemas con la directora —me fulmina con su verde mirada.
Tuve que reprimir una carcajada al recordar su épica caída. Expulsé aire por la boca y cuando logré calmar las ganas que tenía de reír empecé a hablar.
—No. Ya te dije que no fui yo —me defiendo.
—¿Así? Si tú no fuiste... —se detuvo para hacer un falso gesto pensativo —Entonces ¿Quién fue? ¿La escalera embrujada? —ironiza, utilizando las palabras que dije el día anterior.
—Sí, de seguro —respondo sin darle importancia en un encogimiento de hombros.
—¿Crees que voy a ser tan idiota para creerte? —se cruza de brazos —Me pateaste solo por el hecho de haber chocado contigo por accidente.
¿Por accidente?
¿¡POR ACCIDENTE!?
Si es para partirle la cara a este idiota por ser tan IDIOTA.
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Te odio hasta el infinito y más allá
Romance-Así que soy un idiota, eh... -me susurra una ronca voz muy cerca del oído. Su fresco aliento choca contra la piel de mi cuello, haciéndome estremecer. No me cabe duda de quien pueda ser. Volteo hacia esa persona despreciable, encontrándome al imbé...