CAPÍTULO 13: SE ESTAN... BESANDO

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—¿Me estabas buscando? —su ronca voz resuena en mi oído izquierdo. Puedo sentir la cercanía de su cuerpo y como su boca roza la piel de mi oreja.

Ante su tacto volteo enfurecida y lo enfrento. En su rostro se encuentra una mirada juguetona y en sus labios una sonrisa ladina la cual provoca que mi cara se arrugue peor que una pasa por lo furiosa que me encuentro.

—Sí, idiota... —me corta.

—No es hace unos minutos que estuvimos juntos y ya me andas extrañando —sonríe con arrogancia y acerca su rostro al mío —Se nota que te mueres por mí.

Siento como mi rostro empieza a teñirse de rojo por la furia contenida y como mis dientes se aprietan al igual que mis puños.

—Haber, imbécil —rio sin gracia —¿Acaso no te quedo claro lo que te dije hace unos minutos? —lo miro fijamente —Jamás me fijaría en un estúpido narcisista —escupo furiosa.

Su rostro se encuentra tan cerca al mío que puedo visualizar que mis palabras tuvieron algún tipo de efecto en él.

Al parecer logre herir su ego.

—¿Por qué haría caso a los insultos de una gorda fea? —contraataca, mirándome de pies a cabeza con mofa.

—Vamos ¿En serio no puedes decir algo mejor? —bufo — Mira, podré ser gorda, fea y todo lo que tú quieras, pero jamás seré un imbécil arrogante que se cree la gran cosa, cuando no es nadie —lo miro con repugnancia.

Su mandíbula se tenza ante mis palabras y su ceño se frunce a más no poder, mirándome fijamente con la única intención de intimidarme. Pero claro que no lo consigue.

—¿Massiel, encontraste a Zayed? — pregunta Lionel desde la primera planta.

—Sí —respondo, sin quitar mi mirada de los ojos de Zayed. Enarquee una ceja para demostrarle que si lo estube buscado fue solo para avisarle sobre el almuerzo. Y lo tiene más que confirmado con la pregunta que me hizo su padre.

Le doy una última mirada y paso por su lado para bajar las escaleras, segundos después el hace lo mismo casi pisándome los talones.

—¡Chicos! ¡Al fin! Ya íbamos a empezar a comer sin ustedes — comento Lionel riendo —siéntense niños, nos estamos muriendo de hambre.

¡YO IGUAL! Pero usted me mandó a buscar a este engreído.

Ya todos se encontraban sentados, al final de la mesa solo quedaban dos sillas libres que nos pertenecían a nosotros, las cuales se hallaban una en frente de la otra. Por obvias razones, él escogió el asiento que se ubicaba al lado de su hermano y yo me senté en el único lugar libre que quedaba, que por suerte se hallaba al lado de mi madre.

Por desgracia no pude disfrutar bien de mi comida y todo por culpa de ese imbécil. Ya que en todo el transcurso del almuerzo nos la pasamos lanzándonos miradas de odio. Hubo un momento en que se formó una pelea de pies bajo la mesa, por lo cual me lleve bastantes miradas confusas por parte de mi madre.

—Pero que delicioso está esto —comentó Lucía en cuanto probó su porción de tartaleta.

—Amiga ¿Cómo no va estar delicioso? Si lo preparo Massiel —comentó mi madre con una sonrisa orgullosa.

Te odio hasta el infinito y más allá Donde viven las historias. Descúbrelo ahora