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El portazo en mi cuarto me despertó sobresaltándome. Pegué un chillido a causa del estruendoso ruido. Me incorporé para ver de qué se trataba y vi a Liam de pie con una mirada mortífera dirigida hacia mi.

Estaba completamente desnudo excepto por sus calzoncillos. No pude evitar reirme a carcajadas ante semejante imagen. Sin embargo, él permanecía serio y quieto como una roca lo cual me producía más risa.

—Voy a matarte—

Volví a reír como una idiota.

—Bien, ¿a qué hora te viene mejor? A mi a las diez es que así tengo media hora para ducharme, arreglarme y así al menos muero guapa.

—No te he hecho nada malo, Jane, te he tratado de maravilla estas semanas ¿y me vienes con ese carácter? ¿qué le ha pasado a la antigua Jane? ¿a la verdadera Jane? –preguntó mientras avanzaba hacia mi cama pegada a la pared.

—Permíteme discrepar, pero que yo sepa TÚ fuiste el que me engañaste, TÚ fuiste el que nunca estuviste a mi lado, TÚ fuiste el que en vez de apoyarme en mis ataques de ansiedad decías estar trabajando cuando te estabas follando a otras. Así que perdóname si no te trato como la realeza porque creo que te he tratado demasiado bien para lo que debería. Y te responderé a donde a parado la otra Jane, ella era prácticamente igual a mi solo que no te tomaste el tiempo para conocerme solo querías follar y claramente después de todo lo que me ha pasado ha cambiado, porque lo normal es evolucionar cosa que deberías hacer tú también.

Sin decir nada él salió de la habitación a paso apresurado.

Empezábamos bien el día por lo visto.

Salí de mi cama entre sábanas para dirigirme al cajón de las pastillas, que, a disgusto, me la tomé.

Ni siquiera desayune, ese día tenía una cosa más importante que hacer. Me vestí y salí disparada de mi domicilio para dirigirme a donde solía hacerlo desde que salí del internado.

Un poco más tarde me dediqué a ir a mi segunda tarea del día; ir al instituto.

Al llegar, como supuse, me encontré todo cerrado sin ningún alumno fuera de las aulas y todos los coches caros, que seguramente costaban más que una casa promedio, aparcados perfectamente.

Pagué al taxi que me había llevado y a hurtadillas corrí hacia la parte trasera del establecimiento para que no se me pudiera ver por las clases acristaladas.

Llegué a la puerta de incendios y aunque pensé que no burlaría la seguridad del instituto por no tener la llave de la puerta, esta estaba abierta.

Imbéciles, desde luego la seguridad del centro era incluso peor que la de mi internado.

Cerré la puerta desde adentro con un ligero ruido que resonó por el pasillo, sin embargo no había nadie así que no me podían pillar.

Corrí escaleras arriba hasta encontrarme con la otra salida del despacho de la querida directora que me había expulsado. Me aseguré que no estuviera como había estudiado sus movimientos semanas atrás y entré cerrando la puerta tras de mi.

El despacho estaba organizado y limpio, además no había rastro de nada que la pudiera involucrar en cualquier cosa con los Clark. Avancé por la enorme habitación hasta su escritorio blanco que separaba de su espacio a el del visitante.

Lo inspeccioné meticulosamente de no mover nada de su sitio que incriminase que alguien había estado por allí husmeando. No había fotos, ni nada personal como la última vez.

Me agaché para tener más a mano los tiradores de los tres cajones que se hallaban a la derecha del escritorio. Abrí el primero; era un fichero bastante amplio en el cual se encontraba cada estudiante del centro, cosa que me sorprendió que cupiera todo ahí.

Caos en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora