Las gotas de agua caían, lentas, entre las hojas del Gran Roble. Aquella leve llovizna de primavera había llevado, por inercia, a esos dos muchachos a refugiarse bajo sus ramas. Ellos reían, soltando chistes sin sentido, mientras el Gran Roble, impasible, veía como aquellos jóvenes se iban, y volvían ancianos. Y luego venían sus nietos, y luego los nietos de sus nietos, y ahí seguía el Gran Roble, impasible, calmado, viendo ir y venir a la familia. Y cuando ya no hubieron descendientes, y la casa se quedó en el olvido. Ahí siguió el Gran Roble, esperando, y, cuando llegó su momento, se marchitó y murió, dejando vacía la cinca, llevándose consigo el recuerdo de miles de vidas tan esporádicas como los susurros del viento.
'— Nunca escuches los consejos de un cuerdo, siempre son los más propensos, quizá por ignorancia, a tirarte de lleno en la locura.'
— Rizzhas, el camino —