Daphne estaba aterrada, sumida en una oscuridad casi total, a excepción del delicado rayo de luz solar que se filtraba por las uniones arrugadas de los diarios que cubrían las ventanas del lugar.
Una parte de ella quería luchar, y se gritaba a sí misma una orden silenciosa para que buscara la forma de liberarse de sus ataduras para así lograr escapar.
Sin embargo, y por primera vez después de muchos años, la parte temerosa de ella volvió a surgir, producto del agotamiento, el frío y el hambre que comenzaba a hacer rugir sus entrañas.
Estaba sola en lo que parecía ser una casa o cabaña, sin embargo por la falta de luz, no lograba distinguir bien las cosas.
Erick Sowler se había marchado, le dió explicaciones que ella no escuchó y desapareció tras la puerta que quedaba a sus espaldas.
A la hermosa mujer de cabello color noche poco le importaba el paradero del hombre, aún no había dormido y era evidente que el agotamiento pesaba sobre sus párpados, sin embargo, no dejaba que el sueño la sometiera.
Pasando una lengua por sus carnosos labios drenados de color y resquebrajados, anhelando un poco de agua, le fue imposible no pensar en lo fácil que sería dejarse ir al sueño eterno.
Sabía que palabras decir y utilizar contra su secuestrador para que le arrebatara la vida en un frenesí de locura, solo era cuestión de tomar la decisión, animarse a saltar al vacío.
Sin embargo, cada vez que pensaba hacerlo, recordaba todo lo que debía sacrificar y dejar atrás. Ella se odió a sí misma por despedirse de la manera en que lo hizo con Dorian, planeaba las palabras que le diría si tuviera la oportunidad de verlo al menos una última vez, como lo abrazaría cuando finalmente pudiera liberarse.
Pero aquello era solo una cruel y falsa esperanza para evitar que la Daphne temerosa tomara la decisión final de acabar con su vida.
—¿Por qué?—susurró a las sombras, mientras una lágrima caía de sus ojos.
«Dios le manda las batallas más difíciles a sus soldados más fuertes» escuchó con claridad la voz de su madre levitando entre sus recuerdos.
Fue inevitable dejar escapar una suave sonrisa que no lograba iluminar sus ojos, ante el recuerdo de una madre amorosa que dejaba tiernos besos en las mejillas de una niña de cabello negro como la noche.
Había tenido una madre, durante un tiempo la tuvo, pero eso pasó mucho tiempo atrás, cuando su padre caminaba por el mundo llenando sus vidas de alegría.
Pero cuando aquella chispa de vida y luz fue extinguida, su madre cayó en la oscuridad más profunda que jamás pudiera existir; de nada sirvieron las súplicas de la pequeña niña de ojos color noche para cambiar el inevitable curso que sus vidas comenzaban a tomar, y como dos hojas de otoño atrapadas en una tempestuosa tormenta, madre e hija fluyeron por el negro río de caos que se convirtieron sus vidas.
Débil. Su madre había sido débil y frágil frente a las adversidades... al igual que ella en aquel momento.
Sin poder contenerlo, un profundo sollozo emergió desde lo más profundo de su ser, odiaba ser débil y vulnerable, detestaba estar a Merced de hombres como Erick e incluso Enzo, pero sobre todo, odiaba ser como su madre.
Un instante, solo eso bastó para que el sollozo se transformará en un brutal grito, pero no unos de pena o dolor, uno de guerra.
La hermosa mujer de cabello y ojos como la inmortal noche, miró a la perpetua oscuridad que parecía acecharla a la espera de verla destruirse, solo para regalarle una hermosa sonrisa felina.
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Besos de Medianoche 2: Caos
RomansaLa agente Daphne Moon es secuestrada por el obsesionado investigador privado, Erick Sowler. Dorian y Luca comienzan su desesperada búsqueda mientras lidian con la llegada de Aiden y la cacería de la agencia, quienes buscan al exiliado agente por inf...