Capitulo 8:

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Jackob esperaba la muerte a cada paso que daba escoltado por los dos enormes hombres, aquella idea no le importaba en lo más mínimo, solo se acongojaba al saber que su vida finalizaría en ese lugar atestado de ratas.

Aún así no luchaba contra su destino.

Con la mirada errante y los pasos guiados por la inercia, el atractivo hombre de cabello color sol observaba las habitaciones que se abrían paso a lo largo del pasillo que parecía no tener fin.

En cada recamara sin puerta, una o más prostitutas se hacían presente, algunas ejerciendo su trabajo y otras simplemente disfrutando su tiempo de ocio, si acaso se podría llamar así.

—La mirada al frente y sigue caminando—gruñó la más civilizada de las dos bestias que parecían hacer de custodia.

Jackob obedeció, no por temor a las represalias, más bien por cansancio y agotamiento, el hombre se limitó a fluir con la corriente caótica sin pensar dos veces en la situación en que se encontraba.

Cuando finalmente las habitaciones dejaron de aparecer a su lado, al final del casi infinito pasillo apareció una puerta, igual de decadente que el lugar.

Los enormes gorilas no demoraron en llamar y aguardar una respuesta, la que llegó segundos después.

Tabaco, moho y cobre, el aire estaba viciado por una espesa nube de humo que parecía combinar aquellos tres aromas.

Sin ventanas, y atestado de personas armadas hasta los dientes, Jackob tragó duro antes de ingresar.

Sus piernas no temblaron, tampoco lo hizo su corazón mientras observaba al capo de la mafia sentado tras un enorme escritorio, con la vista de León clavada en él.

—¿Fumas?—preguntó el rey del bajo mundo, abriendo su chaqueta para revelar en su bolsillo interno un abajo, a su lado reposaba tranquilo un revólver.

Aquello no atemorizó al casi Dios del sol, quien se encogió de hombros antes de responder.

—No. Es un mal hábito—escupió con simpleza.

Las palabras arrancaron una sonrisa de los labios del rey asesino, quien reveló unos dientes bañados de oro al tiempo que volvía a ocultar el arma.

—¿Tú hablas de malos hábitos? ¿Qué dice de tus hábitos la puta que mataste?—ronroneó el hombre tras el escritorio con un bufo de risa surgiendo.

Jackob volvió a encogerse de hombros con la mirada fija en él, sin miedo ni temor percibible, sólo un profundo vacío.

—Si la maté, ¿Qué harás al respecto?—escupió Jackob con simpleza.

Aquello arrancó un aullido de risa del hombre, mientras los demás presentes en la habitación parecían haber acercado las manos a las armas de forma casi imperceptible.

—Me gustas chico, tienes pelotas y parecieras no temer a nada... eso es justo lo que estoy buscando—ronroneó aquel demonio disfrazado de hombre.

Quizás fuera el vacío que sentía en su pecho, el cual solo lograba llenarse durante algunos instantes con odio, pero cualquiera sea el motivo, Jackob escuchó.

—Dejame presentarme, me dicen El Oso—prosiguió diciendo el hombre poniéndose de pie exponiendo una sonrisa de oro—Dime chico, ¿Te gustaría ser mi mano derecha?—siguió diciendo, al tiempo que extendía su palma hacia Jackob.

El Dios del sol se quedó pasmado, sin embargo no dudó en responder a la oferta con un fuerte apretón de mano y una sonrisa blanquecina perfecta.

Así fue como Jackob firmó un trato con el diablo.

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Besos de Medianoche 2: CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora