Capitulo 20:

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Viaje al pasado: Daphne de quince años.

Ella contenía las lágrimas mientras se aferraba con una fuerza sobrehumana a los auriculares que sostenía sobre sus oídos.

La música sonaba estridente, acelerando de forma abrupta el latir de su corazón, logrando transmitirle una fuerte dosis de adrenalina.

Sin embargo, aquel sonido demasiado exagerado y eléctrico no le agradaba, pero servía para amortiguar los gritos que provenían de la habitación contigua.

—¡Hijo de puta te dije que me dieras más!—gritaba desaforada su madre.

Pocas veces la había visto así, tan desquiciadamente desesperada, y en esas ocasiones excepcionales, el motivo había sido siempre el mismo. Droga.

Lo único que podría generar algún sentimiento de preocupación en aquella mujer que Daphne solía llamar madre, ni siquiera el hecho de que ella corriese peligro parecía preocuparle a aquella mujer pasada de excesos.

—¡Mujer del infierno, te di más de lo que mereces!—gruñía en respuesta Mick, mientras el ruido de objetos siendo arrojados con fuerza en la habitación contigua lograban opacar la música.

La hermosa niña de ojos color noche reprimió el apretado nudo en medio de su pecho que parecía contener todas sus emociones, a tal punto que oprimía su corazón, mientras subía el volumen de la música.

No recordaba muy bien de dónde había sacado ese pequeño reproductor de música, si había sido de la basura o lo había robado, lo que estaba segura es que no había sido adquirido.

«Eres Daphne Moon, no tienes miedo, ellos siempre hacen lo mismo. Pronto tendrás que soportar su asquerosa reconciliación» se dijo a sí misma, mientras comenzaba a trazar en su mente un mapa por los recuerdos de todas esas veces que ellos pelearon y luego se reconciliaron.

Sin embargo, ella debía admitir que en aquel momento la situación era distinta; ambos llevaban varias semanas peleando y discutiendo de forma hostil, mientras que la atmósfera de la casa se había transformado en un lugar de tensiones constantes.

—¡Dame más, te lo voy a pagar!—gritó su madre hecha una furia.

Un ruido de golpe seco sonó, logrando imponerse ante la estridente música.

El corazón de la hermosa niña se paró en seco, mientras una creciente desesperación iba en aumento.

—Callate puta. Me hago cargo de ti y tu maldita hija, y me pagas con mentiras—gruño el hombre con voz de trueno—Ya me debes muchísimo dinero, lo quiero de inmediato.

—Vamos Mick, sabes que no tengo dinero—respondió su madre, con la voz temblorosa y algo quebrada. Daphne no tenía que estar en la otra habitación para saber que él la había lastimado.

Su padrastro mataría a su madre y luego a ella, estaba segura, no solo porque le faltaba un tornillo, estaba claro que el se había cansado de ellas.

No sería difícil matar a una drogadicta y su hija, menos aún pasar desapercibido frente a la justicia, al fin y al cabo se encontraban en una zona marginal rodeadas de excesos y una vida criminal, bien podrían creer que habían muerto de sobredosis o como ajuste de cuentas por deudas de drogas, lo cual no estaría muy lejos de la realidad.

Pero ella no permitiría que dañaran a su madre, haría cualquier cosa por protegerla, como sabía que ella también haría lo mismo por Daphne.

Con las piernas algo temblorosas, ella se incorporó de su lugar en el suelo y avanzó hacia la puerta de su cuarto con pies ligeros como plumas, buscando con sus ojos algún objeto que le permitiese defender a su madre.

Sin embargo, aquella asquerosa voz masculina volvió a alzarse:

—Lo sé—.escupió Mick con su tono más aplacado—Dame a Daphne, la pondré a trabajar en la esquina de Coffey hasta que pague tus deudas.

La niña, de mirada y cabello semejantes a la refulgente noche, quedó paralizada en su lugar, somos si unas cadenas invisibles la mantuviesen fija en esa posición, estática.

La esquina de Coffey, quedaba muy lejos de ese lugar pero era conocido por todos en la ciudad como el punto de zona roja, dónde las prostitutas ofrecían su compañía a cualquier extraño.

Daphne intentó tranquilizarse apaciguando su respiración acelerada, convenciendose a sí misma que su madre jamás la entregaría; pero estaba muy equivocada.

—Está bien, pero con una condición—respondió aquella mujer—quiero el cincuenta por ciento de sus ganancias, tú puedes quedarte con la otra mitad.

Al oír decir aquellas palabras, las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Daphne sin consuelo alguno, mientras sentía que su corazón se apretaba más y más ante aquella traición.

Ella habría dado todo, incluso su vida, por aquel monstruo que llamaba madre, pero ella no lo haría, en la primera oportunidad la entregaba a las bestias sin pensarlo dos veces, como si no fuera nada, como si no valiera nada.

Una idea, descabellada y extraña surcó su mente como una estrella fugaz en un cielo nocturno, logrando iluminar su panorama al menos de forma instantánea.

Sin embargo, aquella idea permaneció en su mente.

Por primera vez en su vida, Daphne Moon se dejó llevar por sus deseos, por la necesidad casi asfixiante de necesitar otra cosa, algo diferente, de pertenecer a algo más, de que su vida tomase un valor distinto.

Sin emitir el más mínimo de los sonidos, la niña tomó lo poco que tenía y lo guardó en una mochila deshilachada de forma apresurada, antes de salir de la habitación y luego de la casa con un rumbo fijo.

Enzo.

Él sería el único capaz de entenderla y comprenderla, llevaba tiempo hablando con él por lo que sabía dónde vivía.

Daphne necesitaba alejarse de ese mundo, de lo contrario terminaría igual o peor que su madre.

Enzo le ayudaría a conseguir darle valor a su vida, a su persona, al fin y al cabo, él la amaba, se lo había dicho en una ocasión, y ella le creyó.

Por eso, ella no miró hacia atrás cuando cerró la puerta de su casa y comenzó a caminar hacia donde vivía Enzo, no se atrevió a hacerlo, después de todo iba cegada por una fantasía irreal a la cual se aferró.

Una dónde su vida podría ser mejor, junto a la persona que amaba.

Besos de Medianoche 2: CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora