Capítulo 3

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Era la primera noche que podía dormir del tirón.

No había rastro de Aaron por ninguna parte y su lado ya estaba frío, por lo que suponía que se había despertado hace un buen rato.

Cuando salgo al salón tampoco hay rastro de él, así que decido desayunar una manzana e ir directa a la ducha.

No encontraba el cuarto de baño por ninguna parte, solo habitaciones y más habitaciones. Cuando voy a abrir la última puerta una mano se posa en mi hombro.

—¿Se puede saber quién eres tú? —pregunta un chico, girándome para mirarme.

Era Daniel, el mejor amigo de Aaron—. Ah, hola chica sin nombre que trabaja en el bar —me sonríe, quitando su mano de mi brazo.

—Busco el cuarto de baño —contesto, con un tono frío.

—Esa puerta —me señala la puerta que tengo justo detrás—. ¿Para qué?

—Para poner una bomba y que explote la casa —me cruzo de brazos.

—Me gusta tu sarcasmo.

—Genial, ¿puedo entrar a ducharme ya?

—Si, claro.

Justo cuando voy a abrir la puerta el chico vuelve a hablar.

—¿Nos duchamos juntos?

Me doy la vuelta con los ojos muy abiertos.

—Estoy optando por poner la bomba de verdad.

—Vale, ya me callo, lo pillo. —levanta los brazos en señal de rendición.

No digo más y entro al cuarto de baño.

****

La ducha me ha sentado muy bien porque ha conseguido relajarme un poco. Me miro al espejo y veo que mis ojeras ya son menos visibles.

Me dirijo al salón mientras me recojo el pelo —aún mojado— en un moño.

—Buenos días pequeñaja —me sonríe Aaron.

—Buenos días —le devuelvo la sonrisa.

Cuando me doy cuenta de que le he sonreído me aclaro la garganta y lo miro recuperando mi  semblante serio.

—Tengo que irme. Hoy trabajo y necesito estar lista —vuelvo a hablar con un tono más frío de lo necesario.

—Ah sí, sobre eso... ¿Puedes tomarte el día libre? —me pregunta Daniel, mientras se sienta en el sillón.

—No.

—¿Por qué?

—Porque necesito trabajar para poder vivir en mi casa —pongo los ojos en blanco.

—Puedes vivir aquí —sugiere Aaron, distraído con la televisión.

Silencio.

Es el silencio más incómodo de mi vida. Ni siquiera sé que contestarle. Daniel debe darse cuenta porque lo rompe diciendo una tontería.

—¿Has visto el vídeo de una chica haciendo palomitas con las planchas de pelo?

—Otro igual... —hago una pausa, pasándome las manos por la cara, frustrada—. Eres igual que mi amigo Hugo.

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