🚫 P R E F A C I O 🚫

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Febrero de 1936

Pocos años atrás, se había prohibido el uso del antifaz durante los carnavales de la ciudad

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Pocos años atrás, se había prohibido el uso del antifaz durante los carnavales de la ciudad. Mas, esto no significaba que sus habitantes se dieran por vencidos. Sigilosos, cautelosos, pero ambiciosos, grupos de viandantes se agrupaban en los salones que los acogían rebeldes ante las normas. Las canciones escogidas solo estaban destinadas para las personas que actuaban con rebeldía. Los antifaces usados disfrazaban sus identidades escondidas, por lo que Catalina aprovechó para rebelarse un poquito más, solo más.

Había hecho un día frío en la ciudad. Febrero, aunque con menos incidencia en el sur, no se rendía para dar tregua ante los incautos. Pero sus pobladores, currantes(1), intelectuales y desafiantes, no se rendían ante aquel. Las mejores músicas hacían gala de su mejor son. Las carrozas en su esplendor se disponían a dar la mejor de sus batallas. Las flores lanzadas bailaban, trazando un nuevo camino en la Alameda Principal. Nuevos bríos, nuevos brillos, nuevos motivos por lo que pensar, pugnar, batallar.

Conocedora de que su marido, Pedro Barquero, estaba fuera de la ciudad, Catalina se animó a escapar, aunque sea momentáneamente, de aquella jaula de oro de cristal. Ya lo había hecho tiempo atrás, cuando caminó sin rumbo fijo hacia los matorrales, hacia los arrabales, y encontró su calor, el color de su sangre, la pasión de su corazón. Y ahora, aunque sabía que había hecho mal al dejar su amor atrás, sin mediar palabras que fueran capaces de describir aquel sentimiento que la embargaba, ansiaba de nuevo sentirse libre. Ser ella, solo ella.

Con el antifaz estaba segura, nadie la descubriría, menos su apellido nombraría. Sería solo una más, de aquellas mujeres que salían del carrusel para luego dirigirse al baile a pie.

Decidida, aunque ansiosa, sus pasos la dirigían al Baile de Máscaras de la Asociación de la Prensa. Cuando entró en aquel, la decadencia de lo prohibido se mostraba ante ella. Música, cava, risas, la gente aprovechaba para esconderse y disfrutar de las albricias.

Aunque había ansiado vivenciar el esplendor del carnaval de Málaga años atrás, todavía estaba a tiempo para contemplar, para bailar, para disfrutar. Se quitó su fino abrigo de piel, como última muestra de lo que su apellido significaba. Colocó sus pies en posición de danzar, para animarse por fin a avanzar. Su libertad debía alcanzar, aunque sea en una furtiva noche de carnaval.

La paciente prohibida [LIBRO 1] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora