—Pues bien, esa es la escuela en donde enseño.
Lucas alzó la mano para señalar el pequeño edificio que se avistaba calles más allá, gracias a la inclinación del paisaje.
Después de comer en el bar, ambos se dirigían adonde se hallaba la escuela «Rosalía Rojos». En el trayecto, el doctor le había relatado lo contento que estaba por la ampliación de la escuela de Cártama. En especial, le hacía mucha ilusión que, textos que consideraba indispensables para todo estudiante, como Las aventuras de Tom Sawyer, La isla del tesoro o La Regenta, ahora estaban a disposición de todo aquel que quisiera leer en la pequeña biblioteca que se había inaugurado.
—¿La Regenta? —se preguntó Catalina.
No recordaba haberlo leído.
—Sí, de Leopoldo Alas, el «Clarín». Es un clásico.
—Quisiera leerlo.
—¿Sabes leer? —preguntó, asombrado.
—Sí. ¿Por qué le sorprende?
—Bueno —se agachó para evitar que la rama de un árbol, que daba para la acera, no lo golpease en la cabeza—, normalmente muchas personas de los pueblos no saben leer. Es una de las cosas que quiero cambiar y por lo que me ofrecí a darles clases a los niños.
«Es raro que sepa leer». Frunció el ceño para contemplar a Catalina de reojo.
—Es admirable lo que quiere hacer por estas personas. —Lo miró con ojos de orgullo—. No sé si existirá otro doctor que también haga de maestro, y sin ninguna paga a cambio, como usted, pero...
«¿Eso quiere decir que no es una campesina cualquiera?».
Los ojos de ella se detuvieron, con entusiasmo, hacia un par de niños que iban más adelante, y que llevaban sus libros y cuadernos en la mano.
—¿Son sus alumnos?
—Ah, sí.
Él movió la cabeza hacia adelante. Se dio cuenta de que se refería a los hermanos Liñán, de diez y doce años, que recientemente se habían incorporado a la escuela. Recordó que, uno de ellos, le había contado que quería en un futuro ser médico como él, para curar los males que tenía su madre, una mujer que se hallaba en cama desde hacía años. De esa forma, recordó el porqué se había ofrecido como doctor:
—Quiero que tengan las oportunidades que sus padres y abuelos no pudieron tener. —La miró de lado, pensativo—. Pensé que usted no sabría leer, dado que tiene amnesia y...
Ella tragó saliva. ¿Se habría dado cuenta de su mentira?
—Aunque claro, hay distintos tipos de amnesia. En una, el paciente olvida hasta las cosas más mínimas, como abrocharse la camisa o cosas de ese tipo, y claro, no es su caso. Supongo que, en usted tiene más que ver con olvidar hechos de su pasado, quién es, de dónde viene y todo lo demás.
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La paciente prohibida [LIBRO 1] ✓
Historical FictionUna mujer de la alta sociedad malagueña escapa de la violencia física de su marido, encontrando la calidez y amor en un bondadoso doctor, en medio de la agitada España de la década de los 30'. 🚫 🚫 🚫 🚫 🚫 🚫 🚫 Catalina es una mujer de la alta so...