🚫 C A P Í T U L O 3 6 (F I N A L) 🚫

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—Yo te lo quise contar

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—Yo te lo quise contar. Ahora sí te digo la verdad.

Ambos ya habían llegado al coche. En un santiamén, Lucas había girado en reversa para escapar de aquella turba infernal. 

Cuando creyeron que, por fin, los habían dejado atrás, el doctor decidió a un lado del camino aparcar. Debía esclarecer las cosas con Catalina a como dé lugar.

—¿Por qué me mentiste?

—Yo... —dijo con la respiración entrecortada.

—¿Por qué dejaste que me acercara tanto a ti? ¿Que me encandilaras? ¿Que me enamoraras?

Ella abrió los ojos ampliamente.

—¿Estás enamorado de mí? —preguntó, aún incrédula.

—¿Tú qué crees? —Movió la cabeza hacia la ventana del coche que estaba abierta.

Se sentía como un tonto. A pesar de sus conocimientos y experiencia, lo habían engañado como a un niño.

—¿Crees que suelo decir «Te quiero» a cualquier mujer así por así? —añadió, sin dirigirle la mirada—. Estás equivocada.

Catalina agachó la cabeza, muy avergonzada.

—Lo siento.

Cogió su mano derecha con la intención de entrelazar sus manos, pero no lo logró. La de él se hallaba tan tiesa, sin reacción, y era que se había convertido en un alma en pena, sin vida y sin corazón.

Al darse cuenta de su rechazo, Catalina resolvió limpiarse las lágrimas. Respiró profundo, hasta contar hasta tres, para tratar de que la tranquilidad volviera a posarse sobre su regazo.

—Entiendo que, después de esto, no quieras volver a verme más, pero...

—Que no te quepa la menor duda. Después de la que se ha liado. —Movió la cabeza para contemplarla de reojo.

Ella se estremeció al percibir todo el encono que Lucas le dedicaba con la mirada, pero no se amilanó. Al contrario, aquel gesto le bastó para apelar al nacido orgullo que había recuperado.

Se limpió las lágrimas con tristeza, pero también entereza. Decidida, reparó en que ya era el momento de que él supiera toda la verdad:

—Antes de que me lleves a la casa de doña María, quiero que me escuches, por favor.

Todavía esperanzada, hizo una pausa por si él algo le contestaba. Al ver que seguía ignorándola, al depositar su vista hacia fuera de la ventana, resolvió que debía continuar:

—El día que tú me encontraste, mi marido, el gran don Pedro Barquero, socio de don Pascual, respetado industrial de toda Málaga —masculló de rabia al recordar todas las actividades de la alta sociedad a las que le había acompañado, en su papel de mujer florero para el que solamente se había casado—, pero que, por lo bajo, manda a matar a sus trabajadores como lo hemos podido comprobar, casi también me mata a golpes a mí.

La paciente prohibida [LIBRO 1] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora