🚫 C A P Í T U L O 3 0 🚫

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—¡Oooole!

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—¡Oooole!

Un conjunto de palmas se escuchaba sin cesar.

—Sigue así, Carola.

Pequeños cuerpos procuraban uniformes bailar.

—Venga, esfuérzate un poco más, Aitana.

Gentiles brazos ondeaban semejando las olas del mar.

—Agacha un poco más la cabeza, Trinidad.

Una hermosa figura pincelaban al danzar.

—Alza tu falda en la vuelta, Edugives.

Vestidos al vuelo se unían a sus pies a la par.

—Muy bien, niñas, muy bien. Muy bien. ¡¡Excelente!

Una esbelta figura las guiaba para prepararse a actuar.

El día de la Feria de Monda estaba próxima. Y, aunque por los violentos hechos de la capital más recientes, varios del pueblo estaban renuentes, al final, se decidió por afrontar los inconvenientes.

Por tres días, entre los lugareños solo habría albricias. Y como dictaba la tradición, un grupo de baile flamenco haría su presentación.

Como parte del programa, el ayuntamiento mondeño había hecho su invitación al de Cártama. Las mujeres cartameñas eran un vivo ejemplo de ser malagueñas. Coquetas, virtuosas, esplendorosas, que se movían al son del flamenco de la provincia andaluza, el alcalde de su pueblo les hizo una petición para ampliar sus andaduras. En representación de su lugar, el grupo «Las Flamenquitas» se presentarían en la festividad. Pero, ellas no serían las únicas en participar.

Catalina, al estar a cargo del curso de las niñas de la escuela de «Los nogales», les había hecho a los padres una proposición. Conocedora del baile andaluz, quería entrenarlas para su presentación. Ellos, al principio se negaron, porque no querían que su trabajo en el campo lo tuvieran abandonado. Pero, al proponerles enseñarles los fin de semanas, al final solo cuatro niñas serían preparadas.

Desde aquel día, casi siempre al mediodía, se escuchaba una fiestera melodía. Voces y palmas, ayudaban a llenar su alma. No solo se sentía útil al ver cómo aquellas niñas a leer y a escribir aprendían, ella ir más allá quería. La danza flamenca, coqueta y fastuosa, dejaba ver que su alma ahora era esplendorosa. Su autoestima ahora estaba recuperada, así como el brillo en su mirada.

Melódica, espontánea, halagüeña; Catalina volvía a ser ella.

Con más experiencia, soltura y paciencia; podía mostrarse cómo en realidad era ella.

Valiente, decidida e independiente; Lucas al verla bailar sabía que ella ya no era su paciente.

Catalina había florecido como un girasol, que ahora miraba hacia donde se escondía el sol.

Y aunque sus ropas seguían siendo poco pudientes, él le tenía preparado un pequeño presente.

Para el día de la actuación, le regalaría unos zapatos y vestido de flamenco, junto con un clavel en flor.

Se moría por bailar con aquella flor y quizá darle un beso para expresarle su amor. 

 

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La paciente prohibida [LIBRO 1] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora