🚫 C A P Í T U L O 2 3 🚫

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—Bueno, hoy empieza un nuevo día en la escuela

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—Bueno, hoy empieza un nuevo día en la escuela.

El sol del verano incidía con mayor fuerza a medida que se acercaba el mes de agosto.

A Lucas le tocaba tener vacaciones y podría haberse ido a veranear, según lo hizo el año anterior. Sin embargo, esta vez había optado por quedarse en la provincia. Quería asegurarse de que todo estuviera bien encaminado, tanto para él, como para la gente a su cargo —tantos ricos y pobres—. Pero, sobre todo, quería seguir estando pendiente de aquella mujer que había conquistado su corazón, Catalina.

Luego de su charla con doña Matilde, y esta interceder sobre don Julián, varias cosas habían cambiado y para bien.

No solo había decidido aumentarles el jornal a los campesinos y demás trabajadores que tenía bajo su cargo. Había dispuesto que, en un establo, en donde inicialmente guardaban a los cochinos, los acondicionasen para que cupieran camas, aunque sea viejas de esparto, para que los peones —que venían de otros pueblos— pudieran descansar ahí durante toda la temporada de la sesga, y ya no en el suelo del establo de las cabras. Y si esto no bastase, don Julián se había comprometido a ampliar la escuela que tenía en Cártama y mejorar la clínica que había en sus terrenos.

Después de un par de semanas, todo parecía ir viento en popa. Catalina, bajo los atentos cuidados del doctor, había recuperado su movilidad. Poco o casi nada quedaba de la cojera de antaño.

A su vez, gracias a que don Julián había contratado temporalmente a unos albañiles y carpinteros, la escuela de «Los nogales» se había ampliado a un salón más grande que el habitual. Al costado de este, se había implementado una naciente biblioteca, que contaba con varios estantes de libros —que habían sido donados por los hijos de don Julián— así como con mesas y sillas para que los niños pudieran hacer sus tareas.

Por otra parte, don Arsenio, quien al principio se había mostrado renuente a creer lo que Lucas le había informado (de los ofrecimientos de don Matilde) fue un duro hueso de roer. Pero, fue tanta la insistencia —por no decir casi humillación— del joven doctor, con un incipiente acercamiento a Encarna para que esta intercediera por él, que al final convencieron al anciano para que este les diera una tregua. Esperaría unos días para ver si, en efecto, era cierto lo que don Julián les prometía. De no ser así, volvería a sus planes iniciales con su gente. No obstante, con el transcurrir de los días y, en efecto, ver que el dueño de «Los nogales» cumplía con sus ofrecimientos, todo intento de rebelión fue apaciguado.

Sus pacientes, tantos ricos y pobres, parecían estar alegres y tranquilos. Cada día, cuando el doctor los trataba y los veía radiantes, disfrutando de la generosidad del verano, no podía evitar sonreír de orgullo. A fin de cuentas, su trabajo no solo había consistido en curar su salud, no. Él había hecho más, mucho más allá, para que aquellos olvidaran viejas rencillas personales —y quizá políticas— que, finalmente, recordasen que todos eran iguales bajo la luz del sol. De aquel sol que esa mañana había decidido posarse sobre el rostro de Lucas, quien retiró un pañuelo de su bolsillo para secarse el sudor, aunque esto no le importaba. Su semblante, de uno preocupado y estresado por todo lo que había que mediar durante aquel fin de semana, ahora se mostraba cambiado. Su rostro irradiaba más, sus ojos refulgían más, su sonrisa brillaba más. Todo esto era el común denominador que lo acompañaba día tras día.

La paciente prohibida [LIBRO 1] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora