Una mujer de la alta sociedad malagueña escapa de la violencia física de su marido, encontrando la calidez y amor en un bondadoso doctor, en medio de la agitada España de la década de los 30'.
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Catalina es una mujer de la alta so...
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—¿Pero qué cojones le ha pasado al Carabantes ese? ¡Si será hijo de puta!
Una vez que se enteraron de lo que había pasado en el pueblo, Lucas decidió ir con Catalina hacia la finca «Las margaritas», una de las tantas de propiedad de la familia Carabantes, la misma de Josefina y Margarita, aquellas mujeres muy altivas con las que Catalina se había cruzado semanas atrás.
Luego de indagar aquí y allá con otros pobladores, se enteró más de lo que había pasado. Las primeras noticias que le había transmitido Cristóbal estaban distorsionadas.
Después de hablar con varios pobladores, luego de ponerse a buen resguardo, se enteró de que eran los propios matones de «Las margaritas» —campesinos que se habían puesto de parte de los señoritos, traicionando a su gente— los que habían decidido tomar la justicia por sus manos. Uno de ellos, que estaba infiltrado en ambos bandos, era quien había provocado todo este desbarajuste.
En efecto, los campesinos de «Las margaritas» habían decidido hacer huelga ese día. Don Francisco Carabantes, si bien tenía gran parte de culpa de los reclamos de sus peones (por el pago ínfimo que les daba), esto no era el meollo principal del problema.
Raúl Fernández, campesino del pueblo, había sido contratado como manillero para esa temporada de la siega.
Don Francisco le había encargado que contratara peones, ya sea del pueblo o de los alrededores, para que trabajaran en sus fincas. A su vez, le entregaba a don Raúl la paga que le correspondía a cada uno. Pero, aficionado a la bebida y a las apuestas, aquel había decidido jugar el dinero de los trabajadores, que le había sido entregado para su pago a fines de julio.
Para la desdicha no solo de él, sino de gran parte del pueblo que dependía de lo ganado en las fincas de los señoritos, varias familias estaban pasando hambre desde semanas atrás.
Hartos de no poder llevarse un pan a la boca desde hacía varios días, los peones estaban organizando una huelga indefinida. No obstante, para salvarse el pellejo, el manillero los había delatado ante don Francisco, omitiendo la parte que lo pondría en aprietos. Para empeorar más las cosas, le había informado que, aprovechando el relajo de la feria, ese mismo día los trabajadores quemarían la finca.
Preocupado por obvias razones, don Francisco lo había mandado al ayuntamiento esa tarde para que pidiera protección al alcalde y a la policía local. Pero, al darse cuenta de que, cuando las autoridades entraran a mediar y la verdad saliera a la luz, el manillero decidió actuar a su conveniencia. Le informó a don Francisco que el alcalde, de ideas socialistas afines a los campesinos, se había negado a brindarle protección.
Furioso, el dueño de «Las margaritas» decidió tomarse la justicia por sus manos. Mandó a sus matones al pueblo a exigir a las autoridades que lo protegieran. Entre todo este lío, uno de los concejales había muerto, sembrándose el caos entre los demás.
Luego de que varias personas resultaran heridas en la feria, Lucas resolvió que debía ayudar a mediar, para que más sangre no llegara al río. Había escuchado que un grupo de campesinos, que habían ido a la feria ese día, se dirigían a «Las margaritas» para, esta vez sí, quemarla y matar a la familia Carabantes.
Como el trayecto en coche le daba ventaja sobre los campesinos del pueblo —que se dirigían a la finca caminando o en mulas— tenía la esperanza de poder encontrar una salida a todo.
Hablaría con don Francisco y con el representante de los campesinos en la finca, para informarles de lo sucedido. Confiaba en que, al tener la información completa y ver que ambos bandos se habían equivocado, podrían llegar a un acuerdo.
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