🚫 C A P Í T U L O 1 4 🚫

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Una pequeña mariposa volaba de manera esplendorosa para luego posarse sobre una flor de girasol

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Una pequeña mariposa volaba de manera esplendorosa para luego posarse sobre una flor de girasol. Empezó a saborear el delicioso néctar de aquella flor, que se abría al sol como parte de su crecimiento natural. El verano estaba en su etapa más álgida; era el momento idóneo para aquella, pero era la única beneficiada.

Catalina, cuyo nombre significaba «pura, inmaculada», trataba de reponerse a la tristeza que la cercanía de Encarna hacia el doctor le significaba. Desviaba la vista de aquellos dos (que se hallaban comiendo en la mesa contigua). Trataba de prestar atención hacia la conversación de las lavanderas sobre las próximas nupcias de Pilar. Como no podía, su oído y vista buscaron en el cielo a aquel gorrión que había logrado captar su atención minutos antes, mas no pudo. De nuevo, su vista y oído se posaron en las preguntas incisivas que Encarna le hacía a Lucas... en los intentos de caricias reprimidas que Encarna le hacía al brazo de Lucas... en las risas que Encarna y Lucas soltaban —aunque este último por el nerviosismo que sentía.

Cuando su corazón no pudo más, resolvió desviar su vista. Sentada en la esquina de la mesa que se hallaba más a la izquierda, hacia su derecha solo se veía a peones, y más peones. Eran hombres del campo, algunos espontáneos, otros maleducados, pero todos ellos que descansaban a esa hora de la comida, retomaban fuerzas para luego volver a trabajar bajo el sol... bajo el sol. De pronto, los ojos de Catalina se posaron sobre aquel girasol.

El leve aleteo de la mariposa para nutrirse del néctar, un acto que había contemplado decena de veces, ahora le pareció sublime, maravilloso, majestuoso. Debía tratar de concentrarse en cualquier cosa, por muy vana que fuese, que la pudiera distraer, de tal manera que menguase el calor que le devoraba las entrañas. ¡Y por fin lo había encontrado!

La mariposa, luego de haberse saciado del girasol que miraba a la derecha, ahora se había concentrado en aquel que le daba la vuelta a la izquierda. Un hecho que despertó su curiosidad, y también su espontaneidad; aquella que la había caracterizado de niña y que se había marchitado por su matrimonio tiempo atrás.

—¿Por qué los girasoles no miran hacia el mismo lado? —formuló en voz alta.

La abstracción por el espectáculo ante sus ojos había sido tal, que la había hecho olvidarse de la timidez para hablar, que la caracterizaba durante su estancia en la zona rural. Poco a poco, sin darse cuenta, volvía a ser aquella Catalina que había olvidado, pero que nunca la había abandonado.

Doña María la contempló con el ceño fruncido, entre curiosa y sorprendida. Se encogió de hombros ante la pregunta de su protegida. No era que quisiera ignorarla, solo que no sabía qué responderle, o simplemente pensó que era una pregunta sin importancia. Sin importancia... quizá para todo aquel que en ese momento aprovechaba para comer una buena paella y un gazpacho que calmara su sed, pero no para aquel que estaba al pendiente de cuanta acción y oración la dama de rubios cabellos cortos expresase.

—¿Le gustan las flores? —habló Lucas al tiempo que volteaba su rostro hacia Catalina.

Su voz fue alta, no tanto para estar a la par de las bromas y demás cháchara que se soltaba, sino más bien para hacerse destacar sobre ellas.

La paciente prohibida [LIBRO 1] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora