Una mujer de la alta sociedad malagueña escapa de la violencia física de su marido, encontrando la calidez y amor en un bondadoso doctor, en medio de la agitada España de la década de los 30'.
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Catalina es una mujer de la alta so...
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Agosto de 1935
—No sé cómo me daré abasto para todo esto.
Era fin de semana. Ya había transcurrido algunos días desde que Lucas había empezado a cortejar a Catalina. Y como era su costumbre desde entonces, iba a la casa de doña María siempre que podía para pasar tiempo con ella. Sin embargo, la noche anterior no había podido hacer acto de presencia porque había terminado agotado.
Acababa de terminar sus consultas en Cártama el día de ayer y las clases que impartía en «Los nogales» como cada viernes. No obstante, había decidido pasar la noche en la finca, dado que había terminado tarde con sus quehaceres.
Desde que se había ampliado la escuela e inaugurado la biblioteca, nuevos estudiantes habían decidido matricularse. Se había corrido la voz de que la escuelita en «Los nogales» incluso era más grande y con una biblioteca más completa, que la que había en el pueblo. Y, si bien en un principio Lucas se había sentido muy complacido al ver cómo varios niños dejaban sus labores del campo y se entusiasmaban por el estudio, esto trajo consecuencias imprevistas.
Por un lado, el número de estudiantes se había casi triplicado. Por otra parte, no solo los niños varones se habían entusiasmado por el deber.
Varias niñas, algo poco usual para le época, les habían dicho a sus madres que querían ir a la escuela. En especial, la dulzura y el carisma con la que «la rubita de voz de gorrión», como habían bautizado a Catalina el día que había acompañado a Lucas para hacerse de La Regenta, se había corrido la voz bastante rápido.
Como con los estudiantes en la escuela de Monda, a la joven se le hizo natural ganarse a los niños de «Los nogales», cuando acompañó a Lucas durante su jornada escolar. Para esa noche, durante la cena, en todos los hogares de los campesinos de Cártama no se hablaba de otra cosa de lo simpática y amorosa que había sido Catalina. Y al transcurrir los días, el maestro pudo comprobar, primera mano, de la buena fama que su novia había ganado entre los niños del lugar. Lo que no contaba era que, tuviera que hacerse cargo de casi cuarenta niños, entre varones y mujeres, por sí solo.
En un primer momento, se le había ocurrido separar a los niños en un salón y a las niñas en otro, para que todo fuera más viable, pedagógicamente hablando. Como el número de aquellas era menor a la de los varones, decidió asignarles los largos bancos que había en la biblioteca para poder impartirles clases. No obstante, ese viernes había terminado agotado luego de mediar entre ambos salones, mientras impartía clases en uno y revisaba las tareas en otro. Al llegar las cuatro de la tarde, y todavía no acabar la jornada escolar, añoraba solo estar en su cama y descansado.
Cuando llegó a la casa de doña María, resolvió desahogarse con Catalina. Mientras tomaba el gazpacho que la joven ya había aprendido a realizar, le contó los pormenores de todo ello.
—Por un lado, no te voy a negar que estoy muy contento con que los niños se unan a la escuela. Es lo que siempre busqué cuando decidí hacer también de maestro —habló muy orgulloso para luego dar un sorbo a su bebida—. Pero por otra, son casi cincuenta niños, Catalina. No caben en el aula, por eso mandé a las niñas a la biblioteca, en donde acondicioné un salón improvisado para ellas, pero tengo que estar corriendo de aquí allá.