Una mujer de la alta sociedad malagueña escapa de la violencia física de su marido, encontrando la calidez y amor en un bondadoso doctor, en medio de la agitada España de la década de los 30'.
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Catalina es una mujer de la alta so...
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—¡Virgen Santa! —habló en voz alta Catalina, como si le adivinara los pensamientos a Josemi.
Todos contemplaron al doctor, boquiabiertos, mientras un frío viento entraba por la puerta que se hallaba abierta, a pesar del calor de esa noche de verano. Solo transcurridos unos segundos, en los que doña María se dio cuenta de que debía indagar más en lo que les había contado, hizo la pregunta de rigor que todos se morían por formular:
—Si no es impertinencia, ¿nos puede contar más detalles de su charla con don Arsenio?
Lucas tragó saliva. La pesadez en su mirada, al depositarse en cada uno de los presentes, no se comparaba a nada de lo que cargaba su alma.
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—Qué sorpresa verlo por estos lares, doc.
Un hombre de mediana edad cogía una botella de anisado. Sirvió un poco de ello en dos vasos. Le ofreció uno de estos a Lucas, quien con un movimiento de cabeza lo rechazó de forma amable.
—Perdone que no lo haya invitado a cenar en mi casa, pero vi conveniente que viniéramos aquí pa' hablar —agregó don Arsenio para luego beber, de un solo sorbo, todo el contenido de uno de los vasos.
El hombre se sentó sobre un viejo sofá. Ambos se hallaban en las afueras de lo que parecía ser una vieja casa, que también servía de almacén para guardar algunas cosas para la sesga.
—La Encarna me dijo que vino porque quiere pedirme permiso pa' cortejarla, pero algo me dice que está equivocada. ¿Es verdad?
Lo contempló con una mirada de desafío.
—Así es.
Arsenio se rio. Los surcos en su rostro se acentuaron más en su bronceado rostro, producto de su incansable trabajo para el sol.
—¡No ve! Estaba en lo cierto. Y dígame, doctor, ¿pa' qué soy bueno?
—¿Es cierto que usted y su gente...?
Lucas hizo una pausa. Aunque había ido decidido a encarar al hombre, el tenerlo frente a frente minó por breves segundos su resolución.
Sabía que debía tomar acción, de inmediato, si no quería que las aguas llegasen de forma violenta a su cauce. Pero también sabía que debía usar el tino necesario. No debía empeorar más las cosas de lo que ya intuía. Al contrario, él estaba ahí para tratar de llegar a la mejor solución para todos los implicados.
—Con todo el respeto que sabe que le tengo, debo hacerle esta pregunta... —habló al tiempo que percibía cómo se llenaba de sudor la comisura de sus labios.
—Dígame.
Arsenio lo contempló. Tenía un dejo entre tranquilo y desafiante, que no hizo más que provocar estrujones de nerviosismo en su interlocutor.