Una mujer de la alta sociedad malagueña escapa de la violencia física de su marido, encontrando la calidez y amor en un bondadoso doctor, en medio de la agitada España de la década de los 30'.
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Catalina es una mujer de la alta so...
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—¿Eh? ¡¿Qué le hace?! ¡Suéltala, cabrón! —gritó Lucas.
—¡No ve! —habló con sorpresa doña María, quien se quedó de una pieza en la entrada de la habitación.
Como alma que le llevaba el diablo, en menos de un minuto Lucas ya estaba donde Catalina y Josemi. Al escuchar su reclamo, el aludido había soltado la mano de ella como acto reflejo, aunque seguía sin entender los reclamos del médico.
—Doctorcito, ¿qué pasa? —le preguntó, de inmediato, al tiempo que se separaba unos metros de la joven.
—¿Qué le está haciendo a Catalina?
Lucas se puso en medio de ambos. Le dio la espalda a Catalina para ponerse frente a frente con Josemi y seguile increpando:
—¿Por qué la tiene cogida de la mano? ¿Qué intenciones tiene con ella?
—Espere un segundo, doctor. —Alzó ambas manos como diciéndole que se detenga—. ¿Por qué me habla de esa forma?
—Vi que la estaba coqueteando. ¿Es que acaso se la quiere llevar a «otros lados», como lo acusaron de hacerlo con doña Antonia, y por eso ahora nadie quiere comprometerse con ella?
Se refería a la hija de la dueña de Venta Berrocal, un restaurante que se hallaba cerca del lavadero, situado cerca a un camino, que servía tanto para los peones del lugar, así como para los viandantes (tanto en caballo, coches o borricos) pudieran detenerse a comer y demás.
—¿Eh? —Josemi enarcó la ceja, primero sorprendido y luego ofendido—. ¿Quién le ha dicho semejante mentira? Entre la Toñi y yo no hay na' y nunca lo hubo. Esas son habladurías de las cotillas del pueblo.
Lucas arrugó más las cejas todavía.
—¿Está seguro?
—Sí.
—¿De verdad?
—¡Que sí! —respondió, muy fastidiado—. Uno ya no puede andar hablando con una mujer en la feria, que ya luego to' el pueblo lo ennovian o incluso hasta lo casan. —Suspiró profundo—. ¡Cotillas de mierda!
—Ya veo.
Lucas lo miró de reojo e iba a voltear para preguntarle a Catalina cómo estaba, si se encontraba incómoda por la escena que acababa de atestiguar, pero no le dio tiempo. En menos de un segundo, Josemi se le adelantó y lo interpeló por el motivo de su reacción tan inesperada:
—No quiero sonar impertinente, doctorcito, que yo a usté lo respeto mucho y siempre le estaré agradecido por ayudar a mi madre cuando enfermó, pero ¿no cree que se le ha ido la olla un poco?
—¡¿Eh?!
Lo miró con una mueca de desagrado.
—Que me ha insultado, doctor. —El tono de voz de Josemi fue más serio, acorde con la tensión que se palpaba en su rictus, algo poco usual en el joven, quien siempre acostumbraba a estar con una sonrisa de oreja a oreja—. Y bueno, en situaciones normales le respondería de mala manera, pero por ser usté, le voy a dar el beneficio de la duda.