El sonido a lo lejos de la copla, que se escuchaba a través de la radio portátil, terminó por espabilarla. Se había negado a ceder a su ruido, pero los rayos de sol, que se posaban sobre su rostro a través de la ventana, le insistían que ya hora de despertar, de explorar, de disfrutar...
Había pasado varios días más desde que conociera a aquel doctor que la había atendido con tanto servicio. Cada día, sin excepción, tanto en la mañana como en la tarde, él la visitaba para verificar cómo se hallaba. A su vez, doña María, una mujer mayor entrada en años y de robusta figura, la trataba como a la hija que hubiera alguna vez querido tener. Entre ambos, con aquella convivencia diaria, había experimentado una sensación que hacía tiempo extrañaba: como en casa.
A pesar de lo humilde del lugar, a pesar del aire de campo que se respiraba entre el cacareo de las gallinas y el rebuznar de las mulas, a pesar de la ausencia de las comodidades a los que estaba acostumbrada, Catalina se sentía distinta y mejor. Se sentía atendida, se sentía querida, se sentía como una persona. Porque, al fin y al cabo, ella era una persona, ¿no? A pesar de que su esposo —secundado por el cura, por su madre y por sus amigas— le dijera que no servía como mujer, ya que no le había dado hijos, ella era una persona. Catalina Del Rey, castigada y rechazada por la alta sociedad malagueña; o doña Catalina a secas como le decía don Lucas, el doctor; o «hija», como le decía doña María.
Ella, la llamasen como la llamasen, se sentía como una persona, y como tal, empezaba a cuestionarse si lo que le habían inculcado desde pequeña, a obedecer en todo en su marido, estaba bien. Porque, ¿de qué le había servido serle siempre obediente? Un ojo vendado y un pie todavía resentido eran solo la punta del iceberg de todo por lo que había tenido que pasar por ser obediente; ay, obediente.
Años atrás, se había enterado de la primera infidelidad de don Pedro. «Es tu culpa por no cumplir con tus obligaciones de esposa», él se había justificado al tiempo que la contemplaba con desdén.
«Acéptalo y no le reclames. Esfuérzate por complacerlo más», le había comentado quien decía ser su mejor amiga.
«En algo debes estar fallando para que se haya buscado otra. Lo bueno es que nadie más lo sabe, si no ¿qué dirán nuestras amistades? ¡Qué horror!», le había soltado su madre con una mirada de reproche.
Nadie le daba palabras de aliento. Todos la culpaban. Y así había creído que debían ser las cosas, de no ser porque, desde que había llegado a aquella choza, algo había cambiado en su interior... y quizá para mejor.
********
—Dicen que Fuensanta se ha escapado del pueblo —comentó el doctor en el desayuno.
Doña María había arreglado la mesita que estaba al costado de Catalina para que fungiera de comedor. Desde hacía tres días que Lucas, para hacerle compañía a su paciente, antes de dirigirse a la clínica que tenía en el pueblo, le había pedido a la señora que lo hiciera.
ESTÁS LEYENDO
La paciente prohibida [LIBRO 1] ✓
Ficción históricaUna mujer de la alta sociedad malagueña escapa de la violencia física de su marido, encontrando la calidez y amor en un bondadoso doctor, en medio de la agitada España de la década de los 30'. 🚫 🚫 🚫 🚫 🚫 🚫 🚫 Catalina es una mujer de la alta so...