1. PERMISO

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Subí los tres escalones casi a la carrera, me comí uno y casi me caigo de frente. Segundos después ya estaba guardando mi mochila bajo el mostrador de mi puesto de trabajo.

—Lo siento, Margaret—me sequé el sudor de la frente con la palma de la mano—, he salido tarde de clase, ha sido mi último examen y... bueno... todo está siendo muy estresante.

—No importa—sonrió la mujer mientras se atusaba los rizos castaños y me ofrecía una sonrisa compasiva—. De momento la tarde está siendo tranquila. ¿Todo bien?

—Sí, por fin las clases terminan—le devolví la sonrisa—. Creo que este verano va a ser muy intenso.

Recordé todas las cajas de cartón que tenía en mi cuarto, preparadas para ser llenadas con mis cosas y trasladarlas al nuevo apartamento. En el que viviría de allí en adelante con mis chicos.

—Oye, Margaret—la llamé y ella se giró un momento—. ¿Te encargarás tú de llevar esto cuando Paul se vaya?

Paul Blunt, mi jefe. Se iba a trasladas aquella misma semana a San Francisco para la inauguración de su nueva exposición en una galería de uno de sus socios.

—Cariño, yo ya me encargo de esto—ironizó la mujer alegremente.

—Me refería a...

—Sí, lo sé—me cortó—. Quieres saber si voy a ser la jefa. No, creo que no. Los socios de Paul van a enviar a alguien para sustituirle. Me temo que ni tú ni yo vamos a ascender todavía.

Asentí con una sonrisa bromista por mi parte y una recompensa igual por la suya. Ella se marchó hacia los pasillos, para atender a los clientes que habían llegado y yo me quedé ordenando el mostrador e introduciendo documentación en el ordenador.

— ¡Alex!—la voz de Paul salió desde el fondo del despacho y yo me erguí.

Paul me llamaba, así que me puse de pie, abandoné mi puesto de trabajo, rodeé el mostrador y caminé hasta el despacho.

—Hola, Paul, buenas tardes—sonreí y él levantó la cabeza. Estaba arrodillado en su despacho, frente a una caja de cartón llena de cosas.

—Buenas tardes, Alex—dijo él demasiado serio. Probablemente estaba agobiado por todo el trabajo que tenía encima—. ¿Qué tal el fin de semana?

—Aburrido—contesté encogiéndome de hombros—. Tenía que estudiar. No he salido de casa.

—Vaya—bajó la mirada—. Seguro que el resto del verano será más ameno para ti.

—Eso espero—me mordí un labio con esperanza y excitación—. ¿Y que tal tú? ¿Has hecho algo divertido?

—Ummm... ¿Tú que crees?—alzó una ceja y cerró la caja al mismo tiempo—. No he salido de aquí.

—Vaya—le imité—. Bueno, todo es por un buen éxito, que estoy seguro de que te llegará—sonreí otra vez—. Bueno ¿En que puedo ayudarte? Estoy seguro de que no me has llamado para preguntarme por mi finde.

Paul se levantó del suelo y me examino de arriba abajo antes de volver a su escritorio.

—Toma asiento, por favor—me pidió con el ceño fruncido. Yo tragué saliva y me acerqué a la misma vez que me sonrojaba.

— ¿He hecho algo malo?—de repente estaba nervioso y me sudaban las manos. Fuera hacía mucho calor y había esperado que se me pasara el sofocón con el aire acondicionado del local, pero no había sido así.

—No, que va—él sacudió una mano como si pudiera borrar mis anteriores palabras en el aire—. Todo lo contrario.

—Oh, menos mal—me llevé una mano al corazón y suspiré—. Creí que ibas a despedirme.

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora