9. EL INTRUSO

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Me quedé muy quieto. No era Tyler, era un repartidor de pizzas, con el uniforme de un local que yo no conocía, con una gorra que le tapaba la mitad de la cara y una caja de cartón de una pizza en una mano. Evidentemente se había equivocado por que yo no había pedido ninguna pizza.

—Creo que se ha equivocado—susurré ya que yo no había pedido nada.

—Yo creo que no—entonces el repartidor levantó la cabeza y yo le reconocí con horror.

Paul estaba allí, de pie frente a mí, en la puerta de mi antiguo apartamento. ¿Qué pasaba? ¿No se suponía que había adelantado su viaje; que estaba en San Francisco? Estaba allí, mirándome con una sonrisa malévola en la cara y una mirada intimidatoria que no auguraba nada bueno. Si estaba allí era seguro que me había seguido y eso me hizo poner los pies en la tierra en un segundo. Intenté reaccionar lo más rápido que pude, y empujé la puerta. Pero él fue más rápido y más fuerte. Le dio un empujón y consiguió abrirla de nuevo y derribarla.

Me derribó a mí al mismo tiempo. Su caja de cartón se estrelló contra el suelo, pero el ruido quedó amortizado por los cristales del baso al hacerse añicos a mi lado.

Paul se irguió frente a mí y temblé de miedo antes sus ojos azules, ahora mas oscuros y amenazantes. Me impulsé sobre las manos, me clavé un cristal en la palma derecha y grité. Luego fui retrocediendo, mientras dejaba un pequeño rastro de sangre frente a mí.

— ¿Por qué tuviste que rechazarme?—él hombre me miró como si yo fuera una cucaracha y se comportó con tranquilidad mientras se sacaba un cuchillo largo, grande y afilado, del revés de su chaqueta de cuero de color negro—. ¿De verdad crees que me iba a ir así sin más? ¿Qué no iba a volver a por ti? Te deseo, Alexander. Serás mío. Y si no eres mío no serás de nadie.

De repente se me echó encima y yo me defendí como me mejor supe. Alcé una pierna y le golpeé en la pantorrilla dos veces. El hombre se tambaleó hacia delante y eso me dio tiempo suficiente para girarme y gatear un poco antes de ponerme de pie de nuevo. Paul, medio tirado en el suelo, agitó el cuchillo y me cortó en la pierna, yo volví a gritar antes de subirme a un taburete y saltar hacia el otro lado de la cocina.

— ¡Mierda!—gritó el tipo—. Me ha costado mucho encontrarte, nene, voy a tenerte o vivo o muerto. Tú decides.

El hombre comenzó a rodear la encimera hacia la entrada de la cocina y yo suspiré con dificultad. Me dolía la pierna y la mano, aún llevaba el cristal dentro. Agarré la tabla de la cocina—que era lo único que quedaba por allí—y la alcé entre nosotros.

—No seas tonto—se rió él—. Será mejor que cooperes, no quiero hacerte daño.

Claro que quería hacerme daño, lo veía en sus ojos de paranoico. Ya no quedaba nada de ese rostro amigable y afable de mi antiguo feje. A ese tipo ya no le conocía. Para mi suerte, yo tenía mucho instinto de supervivencia. Agarré la tabla con fuerza y se la lancé a la cabeza. No pretendía dañarle con ella, eso era absurdo, ya que yo tenía muy poca fuerza, pero eso me dio la oportunidad de volver a reptar por encima de la mesa y saltar de nuevo al salón. Esta vez no me permití vacilar, comencé a correr hacia el pasillo.

— ¡Ven aquí!—él me agarró de la camiseta en el pasillo e intentó cortarme.

No lo consiguió. Le di un codazo en la barriga y él me soltó. Me metí en mi antiguo cuarto y cerré con el pestillo. Dos segundos después el tipo aporreaba la puerta mientras yo retrocedía hasta la ventana.

— ¡Abre, maldito!—gritó sin dejar de aporrear y acuchillar la puerta.

Casi no podía respirar del terror que sentía. Nunca había sentido el miedo que sentía en aquel momento. Me miré la mano y me arranqué el cristal de la palma. Ahogué un grito mientras lo hacía y luego me agaché y rebusqué mi móvil nuevo en el bolsillo de mis pantalones. Manché la pantalla de sangre mientras buscaba el número de Tyler en la agenda. Sabía que primero debía de llamar a la policía, pero mi primer instinto fue llamarle a él para que no llegara, no quería que Paul le hiciera daño.

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora