15. ¿QUIÉN OCULTA COSAS?

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Estaba atado de la cadena que pendía del techo, desnudo y excitado. Tyler entró por tercera vez en la habitación del ático. Oí sus pasos detrás de mí, y aunque traté de girarme no podía. Sentí sus manos en mis caderas y me estremecí.

— ¿Cómo estás, niño bonito?—me preguntó.

—Nervioso.

—No te preocupes, te trataré bien—me dio un azote en el culo y yo aullé por la sorpresa—. Y recuerda, no puedes correrte.

Tyler se separó y quedé un par de minutos ansioso y a la espera. Él volvió con un antifaz y me cubrió la cara para que no pudiera ver lo que me iba a hacer, aumentando así mi excitación y los latidos de mi corazón.

—Tranquilo.

Tyler llegó de nuevo, esta vez frente a mí y antes de que pudiera respirar con normalidad escuché el zumbido suave de un aparato, como una abeja rezumbando sobre mi ombligo. Comencé a sentir de inmediato la vibración del aparato recorrer mi pubis y luego lo deslizó sobre mi pene.

—Ah—grité mientras él seguía pasándolo por todo mi miembro haciéndome estremecer, bajándolo más abajo, hacia los testículos.

Me erguí de nuevo y gemí al sentir el placer creciendo desde un lugar profundo de mi barriga. Estaba a mil y el deseo aumentaba por momentos, sobre todo cuando él volvió a deslizar el aparato—intuí que tenía forma de péndulo circular—por mi sexo. Me encogí en la punta de los dedos y él rió y aumentó la velocidad. Volvió a bajar y me lo introdujo entre las piernas abiertas, haciendo que aquello me rozara el perineo y el ano.

—Oh, Dios mío—di un respingo y tiré de mis ataduras hasta hacerme un poco de daño.

—No te corras—fue lo que él añadió sin importarle que se me fuera a salir el corazón por la boca.

— ¡Oh, señor!—gimoteé—. Ay... Tyler... Por favor...

Siguió moviendo el vibrador, mientras yo trataba de pensar en otra cosa, de desviar mis pensamientos para no correrme de inmediato, sin embargo no pude, el placer que aquel aparato me producía era mayor que cualquier pensamiento alternativo que yo pudiera inventar.

—No puedo—jadeé—. Lo siento, Tyler... Oh, oh, no puedo...

Él intuyó lo que quería decir y antes de que pudiera llegar al orgasmo, Tyler apagó el aparato vibratorio y lo dejó caer al suelo. Yo suspiré aliviado. De inmediato lo noté caminar por la sala y se colocó detrás de mí, me agarró del pelo de la nuca y tiró fuertemente hacia atrás, yo grité y él rió. Luego se inclinó hasta que su aliento se mezcló con el mío y me dio un beso salvaje.

—Tranquilo—repitió.

Sus manos, que me eran ya tan familiares, me rozaron el cuello, descendiendo hasta los hombros. El corazón me palpitaba con tanta fuerza que me pregunté si él podría oírlo. A veces me abochornaba que el me tocara con tanta veneración, como si no existiera joya más preciada en el universo que mi piel para él.

Una de sus manos continuó descendiendo por mi brazo hasta la muñeca, dejando un rastro de fuego tras de sí. Con la otra me acunó la barbilla hacia arriba, para levantarme la cara. Su mejilla se apretó contra la mía y la piel me ardió con su contacto.

—Me encanta tenerte así—me dijo con su usual voz pervertida—. Te ves tan sexy.

Deslizó lentamente la mejilla hacia atrás e inclinó el mentón hacia un lado, hasta que su boca cubrió la mía de nuevo. Trató de besarme con suavidad, pero sus intenciones se hicieron humo, como ocurría siempre. En un segundo todo se volvió fuego, por que él estaba en todas partes. Sus manos se deslizaron por mi piel, quemándola. Sus labios saborearon los míos y cada centímetro de mi cara. Su lengua se enredó con la mía y no quedó parte alguna de mi mente que no fuera invadida por el deseo demencial que él me hacía sentir.

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora