Ella no me ha dicho "Fóllame" sino "Hazme el amor". Agradezco que esta no sea nuestra primera vez, porque me habría sido imposible contenerme y complacerla con las ganas que le tenía antes de probarla. Sigo codiciándola a lo bestia, pero en este momento estoy ebrio de romance, así que es el cariño lo que prevalece en las caricias.
Los colores de los que está hecho su cuerpo son únicos en el mundo. Esa palidez desluciría en cualquier otra, las haría parecer enfermas, pero en mi diosa me provoca más de una fantasía animal.
No hay un sólo rasgo suyo que no me la ponga dura. Si yo hubiera conocido alguna mujer con el grosor y suavidad fiel a las piernas de ella, la habría hecho mía. Si en lugar de eso hubiera encontrado su boca en otras, nada me habría detenido hasta penetrárselas. Si una hembra me hubiera mirado antes con la forma felina natural que tienen sus ojos, yo nunca más hubiera vuelto a exigir que le tatuaran a mis flores aquellas líneas artificiales que les afinaban los párpados, porque con ella habría estado satisfecho. Incluso el cielo habría perdido atractivo para mí, porque contemplar el azul en mi diosa es todavía más sorprendente.
La beso como el devoto que soy de su belleza narcótica, y respiro su olor adictivo que causa tantos estragos en mí.
—Acuéstate— le pido.
Se deja caer con sensualidad sobre la alfombra y yo me arrodillo frente a ella, no me le acuesto encima, me acomodo entre sus piernas abiertas alrededor de mi cuerpo sin que estas me toquen.
Yo soy un hombre alto, Damara es pequeña, de baja estatura. Así que en mi posición mis brazos dan para acariciarla donde quiera sin tener que inclinarme.
Enredo mis manos en sus cabellos, su suavidad me relaja. Lo disfruto unos minutos, pero ya que lo hago mirando sus tetas, estas se me antojan. Les mido otra vez ese tamaño obsceno, aún con todos mis dedos estirados la piel sobresale, no consigo abarcárselas enteras. El rosado de su areola es precioso, igual que su pezón tan provocativo. Lo tiene muy bien parado, parado y grueso, respondiendo igual que mi pene. Lamo mi mano medio escupiéndome y me la lleno de saliva, le paso en seguida mis dedos todos mojados por los pezones, acariciándole las puntas, ahora la baba se los hace brillar.
Cuando lo hago, Damara abre su boca y sale un jadeo. La oscuridad lasciva le llena los ojos y le sonroja la cara, su frente empieza a perlarse de sudor.
—Ahí— le digo yo.
Mi diosa traga saliva y frunce el ceño, no sabe de qué hablo. Es que su cabeza acaba de hacer uno de los movimientos favoritos que le he descubierto hacer.
Por la palidez de su piel, cuando ella se sonroja, el flujo sanguíneo la llena con más de un tono en zonas distintas de las mejillas, siendo la parte alta de los pómulos la más ruborizada. Ahora bien, cuando echa su cuello para atrás y yo la miro desde este ángulo, la mezcla de rojizos se concentra en un nuevo color, y hay una diferencia muy marcada entre su piel enrojecida y la piel blanca. Un contraste que resalta como el ocaso del sol. Las medias lunas que le marcan la cara desaparecen y se vuelven una línea que le cruza el rostro de oreja a oreja. Se ve muy hermosa.
—Quieta.
Sin necesidad de recostarme, acomodo mi brazo y le meto mis dedos en su boca, doblándolos por encima de su lengua como un gancho para que no cambie la posición de su barbilla. Mi diosa, inocente de lo que quiero pero dispuesta a mejorarlo todo, empieza a chuparme los dedos demostrando la necesidad increíble que tiene de mí.
—Sí... — le susurro, enfermo de ella —Chúpamelos...
Me sujeta la muñeca, aumentando el ritmo de su respiración y de las succiones. Hace escapar su lengua de la presión que le hago y la pasea entre mis dedos, el sonido que genera sumado al olor de sus flujos vaginales mojando la alfombra me droga completamente. La quiero penetrar pero sin perderme del paisaje de su rostro.
—No te muevas.
Su boca hace un último sonido pegajoso cuando le saco mi mano. Llevo mis dos brazos hacia atrás y me tomo mis propias muñecas, lo que haré, lo haré sin tocarla. Damara me mira con confusión, me encanta cuando no entiende, y yo la estudio atento al abanico de reacciones que sé que está a punto de tener.
Sigo arrodillado pero dejo caer mis rodillas sobre la alfombra. Ninguna parte de mi cuerpo roza el suyo, ella está totalmente abierta de piernas, con su vulva expuesta para mí y mi erección firme bien alzada en su dirección. Mi diosa apenas empieza a fruncir su entrecejo en respuesta espontánea a mi quietud, pero yo hago un único movimiento fuerte para ensartarla con mi polla hasta lo más profundo.
Y no le doy tiempo de decir o pensar nada, salgo de ella y entro tantas veces como mi propia necesidad me lo exige. Lo único que muevo es mi pelvis, el resto de mi cuerpo lo mantengo igual, a diferencia de mi diosa que se remueve y se agita. Las tetas le saltan deliciosamente, cambia los brazos de posición a cada segundo intentando aferrarse a lo que sea, se muerde los labios, abre su boca, echa la cabeza para atrás, cierra las piernas y vuelve a abrirlas. Todo eso acompañado de ricos gritos agudos entre los que también dice mi nombre. Traga saliva gimiendo, un quejido erótico que se hace ronco a medida que sus dientes apretados no lo dejan salir.
—¡Ay!— chilla como si le doliera —Ay... — jadea con pesadez —Ay... Ay...
Pero no es dolor, y el siguiente "Ay" que suelta me lo confirma, porque lo ha lloriqueado con un canturreo corto y sexual que sólo lo generan los niveles más altos de placer, está a punto de correrse.
—No lo retengas— le ordeno.
Me tiene el pene súper mojado. Me deslizo dentro suyo con facilidad, pero me aprieta cada que arrastro la polla para sacarla. Deseo chuparle esas tetas ricas, tomarme todo lo que bota por el coño, penetrarla con mis dedos, violarle la boca con mi lengua, pero sigo agarrando mis manos duro porque quiero hacerla acabar así. En breve ya tendré el tiempo de desahogar todos los apetitos cochinos que ella me provoca. Las ganas me enloquecen cuando gime de esta manera, pero es la primera vez que me la cojo así y quiero que lo goce, es una forma distinta de follar, quiero que conmigo experimente de todo.
Es difícil para mí contenerme. Ver sus pezones invitándome a morderlos, ver sus labios húmedos tan necesitados de besos, el ardor de mis manos por manosearla hasta me pica. El perfume de su vagina me tortura porque su olor se siente como su sabor, no dejo de pensar en lo mucho que deseo lamérsela mientras le meto un par de dedos por el ano. Sólo hay un modo de llegar a ese momento y es haciendo que se venga.
—No te tapes.
En medio de su desesperación se ha puesto las manos en la cara, pero me gusta ver. Vuelvo a ser tan firme en mi orden que ella me obedece de inmediato, y yo la recompenso moviéndome más duro. No tanto como para lastimarla, hay etapas en el sexo del vampiro y ella está recién nacida, pero conozco los ritmos que puede llegar a tolerar y eso le doy.
—Déjame ver tu cara bonita— me encantaría llenársela de leche —Tu carita preciosa...
Empuño los dedos porque no aguanto las ganas de metérselos en la boca y me concentro en los golpes que le doy, rígidos, rápidos, no miro otra cosa para no ceder ante las tentaciones. Veo como su vientre se contrae al mismo tiempo que me aprieta más que nunca, las piernas le tiemblan y arquea su pelvis hacia mí totalmente tensa. Le miro a la cara, tiene la boca abierta pero no emite sonido, ni respira, hasta que un jadeo profundo la hace aspirar a grandes bocanadas mientras se derrama a chorros conmigo dentro.
Tengo un cuarto de fracción de segundo para pensar. Es muy rico venirme adentro, pero con estas ganas que tengo de hacerle todo tipo de cosas sucias no sé si quiero gastar así mi primera descarga. Ella quiere que le haga el amor, no que me la folle. Necesito saciar aunque sea un poco mis instintos más bajos para poder tener la resistencia de complacerla.
Por eso me aguanto mientras su orgasmo me moja hasta las bolas. Me sigo moviendo para no interrumpirla, la veo y la siento recibir alivio total al hambre sexual asfixiante provocado por las continuas penetraciones. El olor propio de la eyaculación femenina perfuma el aire, y cuando sus latidos me dicen que acabó completo, me salgo de ella haciéndole gritar, porque su vagina me aprieta tanto que me cuesta sacarlo sin causarle dolor. Me libero mis propias manos por fin y salto encima suyo, me masturbo violentamente hasta que toda mi esperma le cae sobre la cara.
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Lujuria Escarlata | LIBRO 2 (Línea de Daniel)
VampireLa sed lujuriosa de Daniel se transformó en obsesión, ahora la única mujer en su cama es la que ha tomado por esclava y también por reina ¿Quién domina a quién? ♥ Continuación del libro Éxtasis Carmesí ♥ Historia paralela a los hechos contenidos en...