Capítulo 19

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La celebración de bodas que habíamos acordado la pasamos en Francia. Elizabeth y Diego cazan juntos un par de presas que el protocolo zansvriko de la ciudad traslada hasta el lugar de la recepción, Miguel Angelo también va por la suya, y yo decido ganarme la mía en una pelea callejera.

Damara no puede beber, así que se convierte en el único testigo pasivo del festín que nos damos en el club. A causa de esto, la ciudad sufre esta noche un fenómeno de desapariciones masivas. Es un gusto costoso, pero la celebración de nuestra unión marital lo vale totalmente.

Antes de continuar el viaje solos, presento ante mi diosa las mujeres elegidas para casarse con los dos vampiros que en ocasiones se hacen pasar por mí. Tal como yo tengo falsos gemelos que me apoyan en seguridad, es necesario que Damara también tenga las suyas. No fue sencillo encontrar a quiénes puedan cumplir ese rol. Yo que adoro y conozco bien cada aspecto que hacen de mi joya la mujer perfecta que es, no hago más que encontrar diferencias y no similitudes entre estas que si acaso tienen uno que otro fenotipo en común.

Supongo que no puedo esperar que sean réplicas exactas. Además, si existiera aunque fuera una, sin duda yo tendría que volver a aperturar un jardín, todas las Damaras del mundo tendrían que ser sólo mías.

Volamos a Venezuela luego de que yo le de las órdenes a mi circulo de escoltas de que se mantengan lo más lejos posible de nosotros. Todo lo que yo quiero es disfrutar de mi luna de miel como lo haría cualquier vampiro común que no esté siendo vigilado. Y me alegra que sean compresivos con esto, porque mi hermosa diosa me deja conocerla realmente sólo cuando estamos en completa privacidad.

Los santuarios naturales la sorprenden. En mis años de vida, he recorrido tantas partes del mundo, que pocas cosas despiertan en mí la admiración que encuentro yo ahora en sus ojos. Pero Damara descubre estos paisajes, y siente las emociones que se generan cuando vemos algo extraordinario por primera vez. Puede que ya no me maraville con la tierra, pero sí con la energía juvenil, fantástica, y hasta erótica con que ella lo disfruta todo.

Pasamos los primeros días en las playas, hay mucho que ver en otras regiones, pero mi diosa insiste en que no quiere salir de aquí. Antes de llegar, habíamos hablado sobre sus expectativas. Una de sus curiosidades más grandes eran con respecto al océano.

—Es raro asociar el mar con agua caliente— me comentó entonces —Hasta ahora sigo pensando que las playas son algo hermoso de ver. Me gustan. Y no sé qué se sienta bañarse en esas aguas tan heladas ahora, porque no he ido a ninguna desde mi conversión. Pero el único recuerdo que tengo, no me motiva mucho que digamos.

—En Inglaterra, las temperaturas del mar están entre los dieciséis y los doce grados. En Venezuela, alrededor de los treinta.

—¿La arena también es cálida? No puedo imaginarlo porque nunca lo he vivido.

No dejo de pensar en esa conversación mientras la veo recoger piedras del fondo. Quedarnos por más días aquí como desea, pone en riesgo la visita a otros buenos lugares del país. Sin embargo lo permito, porque después de que ella de a luz, viajaremos a Grecia para que trabaje en su alto poder, y su experiencia con las playas será muy diferente. No se lo digo para no asustarla ni preocuparla, pero dejo que haga todos los recuerdos posibles que la ayuden a tener presente que las islas no son siempre una prisión.

Entre otras cosas, también disfruto mucho verla comer. Siempre que yo viajaba a algún destino exótico con una hembra, o salíamos a pasar la noche en una ciudad, por lo general exigían regalos que salieran de las joyerías. Damara, que además tiene más derechos que cualquiera, cada vez gana más confianza al momento de pedir. Pero sus preciosos labios no me preguntan si puedo comprarle diamantes, sino que me manipulan para probar todos los postres y platos típicos.

Buñuelos, suero, pabellón, alfajores, tajadas, catalinas, empanadas, tequeños, golfeados, casabe, cachapa, patacón. No sé qué me deleita más, verla comerlo todo, o escucharla intentar pronunciar cualquiera de esos nombres.

—Wasa...— entorna sus ojos.

—Guasacaca.

—Wasas.

La guasacaca es una salsa hecha de avocado (aguacate o palta), cilantro, vinagre, perejil, y otros condimentos. Es verde. Y si mi señora esposa sigue comiéndolo como lo hace, nuestro hijo podría salir de ese color.

Hay una tortilla muy curiosa que encontramos por doquier. La comen con sopa, carnes, salsas, asados, quesos, o pollos. De desayuno, a medio día, y en la noche. La venden en puestos callejeros, y viene de guarnición en restaurantes. Se llama arepa, y nos está gustando mucho.

Con todo lo que nos ofrecen nuevo para probar, no es sencillo saber que muchas veces es la misma arepa, porque tal parece que de acuerdo a lo que sea de lo que esté rellena, el nombre cambia.

—Arepa rompecolchón— me dice uno de los vendedores ambulantes que se pasean por aquí.

Y según él, es afrodisíaca. Se la compro no porque necesite estar motivado, sino porque el producto en sí huele bastante bien. Resulta que esta arepa está rellena de mariscos. Pulpo, ostras, camarones, calamares, y una salsa picante que concentra los sabores.

Tal como mi esposa se quejó en nuestra celebración de bodas por no poder cazar o tomar, aquí también protesta. Yo que no tengo impedimentos, pruebo y bebo aguardiente, sangría, ron, cocuy, macerados, anís. Mientras que Damara se limita a las bebidas no alcoholizadas, como la chicha, cocada, o el papelón.

La naturaleza vampírica en la hembra impide que muchos cambios corporales se produzcan. Por eso, aunque mi diosa coma tanto, no se alteran ni su peso ni su masa muscular. El embarazo la hace ver hermosa, si es que puede embellecerse más. Y saberla preñada de mí, es algo que me prende.

También me calienta mucho saber que ella es mi esposa. El concepto me excita más de lo que solía sentir con mis flores, con putas, con presas de caza, o con cualquier mujer de sexo ocasional que haya tenido.

Fui el primero de los dos en pronunciar un «te amo», y aún hoy estoy seguro de que también soy quién más lo dice. Pero aunque los labios de mi diosa se mantenían callados las primeras veces, hoy me corresponde dejando cada vez más la timidez. Demostrando más seguridad por cada una de las ocasiones en que se suma la cuenta de ese par de palabras. Creo que les teme porque siente que la vuelven vulnerable, en cambio a mí me liberan. Confesárselas, escucharlas de su boca. Esa boca de la que estoy enamorado y de la que no podría separarme jamás.

Lujuria Escarlata | LIBRO 2 (Línea de Daniel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora