Capítulo 11

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La alucinación por el deseo ciego se disipa en cuánto me desahogo. Me siento un poco culpable por llenarla así, y al mismo tiempo me vuelve a prender lo erótica que se ve de esta manera. Ella todavía no termina de reaccionar, pero lentamente sube una de sus manos para limpiarse la cara. Cuando ambos nos miramos a los ojos, nos reímos.

—¿Estás bien?— le pregunto acariciándole el vientre.

Mi diosa encoje uno de sus hombros y arruga la nariz.

—Me asombra tu habilidad para pasar de una personalidad a otra. Déspota, romántico, agresivo, dulce, ¿Quién eres, Daniel León?

—Un vampiro afortunado, no todos tienen la dicha de encontrar los brazos en los que desearían morir.

Su sonrisa se desdibuja. Frunce los labios brevemente en el proceso, resaltando su rostro de corazón.

—¿Por qué dices eso?— junta sus cejas —Sé que empezamos con mal pie y que ambos nos hemos hecho amenazas peligrosas, pero no estaría aquí contigo si pensara en dañarte. No soy tan retorcida. Eres el padre de mi hijo...

Sus cejas vuelven a moverse, esta vez enarcándose en demostración de lo que le hacen sentir esas últimas palabras. La entiendo, a mí igual me acaba de atravesar un vacío placentero por todo el estómago, con reflejo en la planta de mis pies.

—Lo siento— se muerde la comisura de los labios —Es raro saber que tengo un bebé adentro y que fuiste tú quién lo puso ahí. Creo que no me acostumbro. No sé si lo haga.

Niego con la cabeza y me acerco para besarla, pero ella me detiene con cordialidad poniendo una mano en mi pecho.

—Sé que dije que te mataría a la primera oportunidad si lograba controlar la cosa que...

—Tu alto poder.

Asiente y cierra los ojos.

—Ya no pienso en eso— suspira mirándome —No quiero que creas que estoy esperando cualquier momento para cortarte la cabeza.

Me hace sonreír.

—¿O quieres que me descuide?— bromeo.

Me mira absolutamente seria, ofendida de verdad.

—No me malinterpretes— le acaricio el mentón —Me refería a que cuando muera, quiero hacerlo en tus brazos. Cerca de ti, contemplándote, eres todo lo que quiero para los últimos momentos de mi vida.

No sé en lo que piensa pero sus ojos se ponen tristes, levanta un brazo para entrelazarlo al mío y aferrarse a mi hombro.

—No quiero hablar de eso— declara sin expresión.

—¿Tienes miedo de quedar desamparada? No hay forma de que ocurra.

—Tengo miedo de que no estés.

—Pasará algún día— pongo su cara entre mis manos.

—¡Deja de decirlo!

Me suelta y me da la espalda, alcanzando el albornoz. Yo se lo quito de entre los dedos antes que lo use. Ella no voltea a verme completamente pero ladea su rostro lo suficiente para hablarme de perfil.

—Hasta donde sé, yo podría morirme primero. El alto poder me matará, quizás más temprano que tarde si fracaso.

—¡No!

La agarro fuerte, obligándole a girar hasta quedar cara a cara. No quiero discutir, la beso para escapar de la necedad que nos domina a los dos. Para mi suerte me corresponde, sus caricias vuelven a mi piel y me aprieta los músculos. Yo separo nuestras bocas un instante para respirar, ella lo aprovecha para huir un par de centímetros y pega sus labios a la cara interna de uno de mis brazos, dándome pequeñas chupadas que me mojan de su saliva.

Adoro la suavidad de su lengua. La tiene un poco corta, pero el sabor de las sensaciones que me da es delicioso, no la cambiaría por ninguna otra en el mundo, ni conocidas ni por probar. Ya no pienso en Akie, sin embargo comparo breve e involuntariamente las diferencias de longitud que ambas tienen en cuánto a este órgano. Recuerdo lo que se sentía tener la lengua de mi primera esposa dentro de mi boca, así como lamiendo mi pene. Era muy distinto. En el sexo ambas lo son.

Los besos ininterrumpidos de Damara a lo largo de mi brazo la llevan hasta mis dedos, uno a uno se los chupa, y cuando termina se mete dos a la vez. La conversión y la experiencia que está ganando conmigo la ha ido incitando a soltarse, pero hay muchas cosas más por venir. Cuando empiece a trabajar en su alto poder dejará de estar reprimido todo lo que se esconde en el inconsciente, eso incluye los deseos.

Romper las barreras de su mente que convertirán la enfermedad en un talento prodigioso no es gratuito. He sido honesto con ella en cuánto al pago inmediato, el sufrimiento por el que pasará para ganar el control que necesita sobre sí misma. Pero no es lo único. De los pagos a largo plazo no le he hablado, y hasta ahora mantengo la decisión que tomé, que es no decirle nada. Con que consiga manejar su alto poder es suficiente, de lo que venga después puedo encargarme yo. Algunos aspectos los disfrutaré... mientras que otros...

Si no la amara como la amo, de este modo tan obsesivo y egoísta, yo habría de vivir en el paraíso. En su lugar para mí será un infierno. Pero lo resolveré. Porque no me importa más nada con tal de tenerla a ella, y mientras yo viva, lo único que le negaré será el placer fuera de mí.

Le envuelvo el cuerpo con el brazo de la misma mano que me chupa, pegándola de espaldas contra mi abdomen. Aún el movimiento no ha logrado que ella se despegue. Le arrastro mi mano libre entre las piernas, está muy mojada. Le acaricio la piel suave y erótica que sobresale de los pliegues de su vulva, me lleno completamente los dedos y los subo para chupármelos. El sabor no se parece en nada al de su sangre que probé, pero ambos se equiparan en gloria. Cuando bajo mi mano de nuevo, no me conformo con el exterior, la penetro hasta llegar a lo más hondo.

—Shhhh...

Le acallo al oído. Me encanta que jadee, pero ahora quiero concentrarme en los sonidos bajos de los flujos que bailan dentro de ella. No soy rudo en este momento, no quiero inflamarla porque la haré mía en los próximos minutos. Sólo deslizo mis dedos por su canal, imitando el vaivén de las olas en un roce suave, frágil como se siente su cuerpo entre mis brazos.

Su vagina me aprieta los dedos, quizás en respuesta física a una punta de placer, también se yergue un poco, tensando las piernas. Echa su cabeza sobre mi hombro, yo inclino la mía para besarle el cuello con todo mi amor. Su respiración tiembla, la tiene intermitente entre su nariz y la boca, el aire apenas sale de sus labios levemente separados. Otra forma de llegar. Extiendo mi índice para toquetear con pequeños pero constantes golpes en su pared más profunda, una gota tranquila que cae sobre la piedra y acaba por quebrarla, tal como el orgasmo que revienta a mi diosa mientras me entierra sus uñas en la nuca, haciéndome sangrar.

Lujuria Escarlata | LIBRO 2 (Línea de Daniel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora