Capítulo 20

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La luna de miel se frustra tras las amenazas de un adelanto de parto. De regreso con los nuestros, Damara me da mi primer hijo varón, devolviéndome con él una parte de lo que una vez perdí.

Después de las ceremonias que según la cultura deben recibir los vampiros nacidos, finalmente viajamos a una de las islas en Grecia para que ella comience con los entrenamientos de su alto poder. Los avances son lentos. Pero por la naturaleza de las condiciones en que debe trabajar para lograr el propósito, uno de los efectos secundarios son la liberación de los bajos instintos.

Durante cada sesión, mi diosa debe romper las barreras que separan su inconsciencia de todo lo que entiende por realidad, y en este estado, se mezclan los pensamientos voluntarios con todos los deseos reprimidos. La Damara vulnerable con la poderosa, la tímida con la salvaje. Nosotros los vampiros siendo seres tan sexuales, por supuesto que en ella sus necesidades eróticas acabarían por volverse mucho más sensibles.

En este momento me da una preciosa vista de su culo. Ladeo mi cuello, de pie como estoy, para admirar el corazón que se le forma con las nalgas por la posición en la que se mantiene: de rodillas en el piso, sentada sobre sus talones, espalda recta, brazos detrás de mis piernas, subiendo y bajando su cabeza mientras me chupa todo el largo de la polla hasta la base.

Ni siquiera le estoy marcando el ritmo. Tengo mis manos libres, sólo la dejo hacer lo que se le antoje. Cada vez que terminamos una jornada, después de reunirme con el equipo médico que la vigila, yo vuelvo a nuestra habitación temporal. Es cuando encuentro a mi diosa prendida en fuego.

La forma tan sucia en la que me habla, dudo que siquiera piense en decirme las palabras que involucra cuando no son los instintos animales básicos los que se apoderan de ella. Lo creo porque fuera de estos momentos, Damara es mucho más inocente, incluso dulce.

Es increíble como teniendo a mi diosa no necesito nada más. Ni a nadie.

Tentaciones y oportunidades de probar otros cuerpos, he tenido. Pero ningún otro me interesa. Hay una mujer aquí en la isla con nosotros, Janneth, una doctora especializada en anomalías zansvrikas sanguíneas, y quién ha estado intentando seducirme. ¿Qué tan adicto a mi esposa debo ser como para rechazar las vaginas que se me ofrecen?, ¿Qué tan satisfecho debo quedar con la única hembra en todo el jodido mundo capaz de reemplazar a siete mujeres calientes?

La respuesta está aquí, en la boca que me chupa como si fuera su dios. En la lengua que me lame dedicada a mi entera satisfacción pero que lo disfruta tanto al mismo tiempo. Ella no gimiera de esta forma si no lo estuviera gozando.

Por el tiempo que llevamos juntos, Damara ha aprendido a complacerme bien, como me gusta, pero incluso aquí, mientras ella apenas rasguña los niveles de necesidades y placer que puede llegar a desarrollar un vampiro, también descubre cómo saciar el hambre quemante que la desespera hasta la psicosis.

Mi pene se ha convertido en su juguete favorito. Le encanta masturbarme, así como verme hacerlo. Cuando me lo pide al oído con un susurro, mi cuerpo reacciona inmediatamente para ella.

Incapaz de poder resistir más tiempo sin tocarla, trato de alcanzar sus flujos que no dejan de perfumar el aire, pero en cuánto mis dedos se mojan, mi diosa se aparta hacia atrás.

—Así no— me reclama mientras se acuesta de espaldas —Me gusta más con las piernas abiertas.

Mientras habla, se acaricia los muslos, separando sus rodillas a todo lo que dan su extensión.

—Porque nací para esto... — añade sensualmente —Para abrir las piernas para ti. Para que me folles tú.

Sus manos sueltan la piel que arrastraban para acercarse a sus labios vaginales, los expone, apartando la capucha y dejándome ver el área rosácea y húmeda que palpita por ser penetrada.

—Úsame, Daniel León....

Damara es la ama y señora de los vampiros. La hembra con más poder, y no lo digo por su anomalía, sino porque es capaz de lograr que el mismo jodido Zethee se le arrodille.

El sexo me ha embriagado desde que descubrí lo que era el placer, pero el morbo que ella me estimula me enceguece. No se supone que nos quedemos a solas por tanto tiempo, ya que aún sin que tenga las intenciones, podría decapitarme. Pero ella es la reina, mi mantis religiosa, y si quiere devorar a su macho, entonces acepto morir a manos suyas.

Le atrapo las muñecas con mis dos manos, estirándole los brazos hacia mí, usándolos como polea para arrastrar su cuerpo y encajarme en ella. Así froto toda mi erección por su canal a medida que mi polla entra y sale tan rápido como choco contra su cérvix. Una penetración seguida de otra. Su vagina me aprieta para retenerme, pero yo saco todo mi tamaño y me vuelvo a empujar hasta que mis bolas chocan contra sus nalgas. Así es como me quiero correr.

Por la posición en que la sostengo, Damara tiene su espalda recta en el aire y los hombros hundidos. Me encanta como la posición de sus brazos hace que se le junten las tetas. Los pezones se le notan muy duros. Los anhelo en mi boca aunque nunca pueda abarcárselos completamente, pero por mí, que me asfixie.

—¡Mierda!— aprieto mis dientes, sacudiendo la cabeza con el gemido animal que se me sale, ciego de placer depravado —Mierda... Qué rico.

No aguanto. Pocas veces la estimulación me gana, pero justo ahora ya no puedo resistir más sin dejarme ir. Con la última metida, me derramo dentro de mi esposa, rellenándola en semen.

Mareado todavía, escucho a Damara reírse con sagacidad.

—Perdiste— se burla de mí, haciendo referencia al juego que propuse durante nuestra noche de bodas —Por el resto de la noche, el esclavo serás tú.

Lujuria Escarlata | LIBRO 2 (Línea de Daniel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora