A más de un año del fallecimiento del señor Loom, había sido poco el contacto que había tenido con Dairy, aunque aún hablábamos en ocasiones, no era lo mismo que antes.
Hace 10 días había cumplido 21 años, y todo parecía ir de maravilla. Al menos para mí.
Había terminado mis estudios, oficialmente había terminado la universidad en si tres años, y fue difícil, pero lo hice y no podría estar más feliz por ello.
Además, tenía un buen trabajo en una clínica de San Francisco, dónde había un calmado ambiente laboral, había conseguido ese trabajo mientras aún estudiaba, por mis notas sobresalientes y lo había conservado con un aumento de sueldo tras mi graduación.
Y aunque me encontraba de vacaciones de mi trabajo, extrañaba laborar ahí, pero no podía quejarme. Había pasado unas bonitas fiestas navideñas con mi familia, y ni hablar del año nuevo, que aunque fue tranquilo, fue divertido organizar una visita al cementerio en la noche. Para mi cumpleaños 21 mi papá había intentado enseñarme a conducir, se arrepintió cuando choqué su auto y resulté con un moretón en el pómulo producto del leve accidente.
En pocas palabras, me ordenó alejarme de los autos.
Lo bonito de éstas fechas eran nuestros retornos a Montreal, la casa en la que pasé mi niñez conservaba su encanto, acogedora y tranquila como toda la zona. Mi gato descansaba en mis piernas, esperando la hora para viajar otra vez, ésta vez con destino a Nueva York.
Con mis amigas habíamos planeado éste viaje por casi un año, desde el cumpleaños número 20 mío y de Day, esa fue la última vez que nos habíamos visto.
—¿Lista ya?
Mi padre se asoma en la puerta de mi habitación, su cabello negro está un poco largo, recordatorio que no se había cortado desde antes de navidad. Mi gato inmediatamente levanta su cabeza tras reconocer la voz de su abuelo, que no lo quiere por cierto, pero como Kiwi es Kiwi igual se acerca a él.
Era un gato grande, solo de tamaño, en el interior era tan mimado que parecía un bebé, pero era mío y de nadie más.
Amaba cada parte de él, desde su manera de observar a la gente desde la ventana, su tierno despertar con arañazos en mis brazos, incluso el fuerte ruido que hacía con su plato cuando quería comer. Me recordaba muchas cosas, buenas y malas, como la primera vez que lo tuve en mis brazos, la vez que me llegamos a San Francisco por primera y éramos solo los dos, la manera en la que me consolaba en las noches duras, y sobre todo, era un lindo recuerdo de lo mucho que le había superado y de lo valiente que yo era, pero también me hacía recordar a él, a la persona que me lo regaló.
Solía evitar a menudo el pensar en él, era extraño asimilar que la última vez que lo ví fue hace más de un año, tras el funeral de su padre.
Alejo esos pensamientos cuando mi padre le da una mirada despectiva a mi gato, y ruedo los ojos ante ello, dispuesta a irritarlo.
—Acaricialo o llorará— le pido a mi papá, haciéndole un puchero.
—Le tengo alergia a los gatos— replica.
—Oh, pensé que era miedo— me burlo.
Él me da una mirada irritada y sonrió con inocencia. Mi padre agarra mi única maleta y yo bajo con mi gato y su cesto de viaje en mis manos, para poder despedirme de mi madre.
—Buen viaje, cariño— me abraza mi madre y aprovecho para inhalar su aroma— Cuídate mucho.
Ella me sonríe con melancolía, estás casi tres semanas con ella habían sido geniales, aún me quedaban una semana libre para retomar mi trabajo en la clínica, y lo aprovecharía al máximo, o al menos lo intentaría.
ESTÁS LEYENDO
Bajo la lluvia (#2)
RomanceSegunda parte de "Mientras no sea tarde". ¿Que se le dice a alguien que te deja tan desordenado el corazón? América Bax e Ethan Loom, para él, el prototipo de pareja dispareja; para ella, la descripción perfecta de un desamor de adolescencia. Con má...