7. Es mi turno ahora.

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Había pasado mucho tiempo, y estaba orgullosa de decir que todo había mejorado. Aún así, era extraño, me había despertado con la sensación de que todo lo que conocía cambiaría, y esperaba que solo sea paranoia mía.

Todas las personas tienen un antes y un después, tras una fuerte experiencia que los cambia de por vida lo notan. Yo ya lo había tenido, mi antes se trataba de una adolescente que no sabía controlar sus emociones, la misma que rogaba por un poco de amor y sintió morirse al serle negado, ese fue el punto en que toqué fondo, mi después era completamente distinto, era fuerte, pero el serlo no me quitaba la sensibilidad, yo sabía quién era y lo que valía, sabía lo que me merecía, y, si en caso me mereciera algo malo, no lo aceptaría porque simplemente no lo quería.

Mi carrera universitaria iba en mejoría con el pasar de los meses y me había convertido en una de las mejores alumnas de Psicología con tan solo un año en ella, encabezando los puntajes de promedios, no era la primera, pero era la segunda. Siempre la segunda y era extrañamente gracioso y ridículo.

Mi cumpleaños 19 ya acercaba, solo faltaban un día y hoy había llegado a casa, al mismo tiempo que mis mejores amigas regresaban desde Nueva York, aunque ellas demorarían hasta mañana porque se habían reunido con unos amigos por el cumpleaños de Day.

—¡Cariño!— mi madre me recibe en la puerta de casa con brazos abiertos— Pensé que llegabas en una hora— me reclama aún abrazándome.

—El vuelo salió antes— respondo al mismo tiempo que se separa de mi.

Mi casa estaba tan ordenada y limpia como siempre, las paredes habían sido reemplazadas por un intenso crema con algunos detalles más oscuros, la iluminación del candelabro central era maravilloso, me gustaba, demasiado.

Un maullido sale de la caja de viaje que está entre mis dedos y la dejo en el suelo para sacar a Kiwi de ahí.

—¿Es enserio, América?— protestó mi mamá al verlo.

—¡Iba a llover, podría pescar un resfriado y enfermarse!

Mi gato lame mi cara, él trae una chaqueta negra, al igual que yo, y luce monísimo con la prenda puesto. Mi madre sonríe rodando los ojos y acaricia el pelaje del minino.

—¿Y papá?

—Fue a comprar unas cosas con tu hermana, tenían planeado recibirte con un pastel pero más demoraron en buscar el pastel que tú en llegar desde San Francisco.

Río ante la comparación, mi hermana y yo habíamos sido obligadas por mi madre a perdonar nuestros actos y nunca antes habíamos agradecido tanto algo.

Tras haberme dado un largo baño, un llamada entrante de mis amigas aparece en la pantalla de mi celular, y contesto casi al instante mientras cierro la bata con más fuerza alrededor de mi cuerpo.

—¡Dairy está con una resaca apestosa!— comenta Diane riendo, mientras la castaña a su lado bebe de una gran botella de agua.

—¡Celebraron sin mí!

El cumpleaños 19 de Dairy había sido ayer, y se les ocurrió viajar un día después sabiendo que posiblemente estarían vomitando hasta el último trozo de hígado que les quedaba.

—Debía ser algo tranquilo— se queja mi amiga— Ahora me duele todo el cuerpo.

—¿Si vendrán?

—Obviamente. ¿A qué hora llegamos ahí?— pregunta Day riendo con su botella al lado.

—1:15 pm, aproximadamente. ¿Estás en bata, Mer?

—Si te la quitas viajamos en 5 minutos— ríen ellas.

—Yo me largo, chicas, nos vemos mañana— alargo lo último y cortamos con risas de fondo.

Bajo la lluvia (#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora