Capítulo 10

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- Sí – dijo, acercándose a la mecedora que estaba junto a la cama. Su camisón estaba sobre el respaldo. Lo cogió y después miró a Niall y a la toalla verde que aún llevaba alrededor de sus esbeltas caderas. No podía dejar que se metiera en la cama con ella de aquella guisa.
Seguro que puedes.
No, no puedo.
¿Por favor?
¡Shh! Parte irracional de mí, cállate y déjame pensar.
Aún guardaba los pijamas de su padre en el dormitorio que había pertenecido a sus progenitores; allí estaban todas sus pertenencias y para _____, era un lugar sagrado. Teniendo en cuenta la anchura de los hombros de Niall, estaba segura de que las camisas no le servirían, pero los pantalones tenían cinturas ajustables y, aunque le quedasen cortos, al menos no se le caerían.
- Espera aquí — le dijo —. No tardaré nada.
Después de verla marcharse como una exhalación, Niall se acercó a los ventanales y apartó las cortinas de encaje blanco. Observó las extrañas cajas metálicas — que debían ser automóviles — mientras pasaban por delante de la casa con aquel zumbido tan extraño que no cesaba un instante, semejante al ruido del mar. Las luces iluminaban las calles y todos los edificios; se parecían a las antorchas que había en su tierra natal.
Qué insólito era este mundo. Extrañamente parecido al suyo y, aun así, tan diferente.
Intentó asociar los objetos que veía con las palabras que había escuchado a lo largo de las décadas; palabras que no comprendía. Como televisión y bombilla.
Y por primera vez desde que era niño, sintió miedo. No le gustaban los cambios que percibía, la rapidez con la que las cosas habían evolucionado en el mundo.
¿Cómo sería todo la siguiente vez que lo convocaran?
¿Podrían las cosas cambiar mucho?
O lo que era más aterrador, ¿y si jamás volvían a invocarlo?
Tragó saliva ante aquella idea. ¿Y si acababa atrapado durante toda la eternidad? Solo y despierto. Alerta. Sintiendo la opresiva oscuridad en torno a él, dejándolo sin aire en los pulmones mientras su cuerpo se desgarraba de dolor.
¿Y si no volvía a caminar de nuevo como un hombre? ¿O a hablar con otro ser humano, o a tocar a otra persona?
Esta gente tenía cosas llamadas ordenadores. Había escuchado al dueño de la librería hablar sobre ellos con los clientes. Y unos cuantos le habían dicho que, probablemente, los ordenadores sustituirían un día a los libros.
¿Qué sería de él entonces?
Vestida con su camisola de dormir rosa, _____ se detuvo en la habitación de sus padres, junto a la puerta de espejo del vestidor, donde guardó los anillos de boda el día posterior al funeral. Podía ver el débil resplandor del diamante marquise de medio quilate.
El dolor hizo que se le formara un nudo en la garganta; luchó contra las lágrimas que pugnaban por brotar de sus ojos.
Con veinticuatro años recién cumplidos en aquella época, había sido lo suficientemente arrogante como para pensar que era una persona madura y capaz de hacer frente a cualquier cosa que la vida le pusiera por delante. Se había creído invencible. Y en un segundo, su vida se derrumbó.
La muerte le arrebató todo aquello que una vez tuvo: la seguridad, la fe, su creencia en la justicia y, sobre todo, el amor sincero de sus padres y su apoyo emocional.
A pesar de toda su vanidad juvenil, no había estado preparada para que le arrebataran por completo a toda su familia.
Y, aunque habían pasado cinco años, aún los echaba de menos. El dolor era muy profundo. El viejo dicho aquél, según el cual era mejor haber conocido el amor antes de perderlo, era un enorme fraude. No había nada peor que perder a las personas que te quieren y te cuidan en un accidente sin sentido.
Incapaz de enfrentar su ausencia, _____ había sellado la habitación tras el funeral, y lo había dejado todo tal y como estaba.
Abrió el cajón donde su padre guardaba los pijamas y tragó saliva. Nadie había tocado estas cosas desde la tarde que su madre las dobló y las guardó.
Todavía recordaba la risa de su madre. Las bromas sobre el conservador estilo de su padre, que siempre elegía pijamas de franela.
Peor aún, recordaba el amor que se profesaban.
Lo que daría ella por encontrar la pareja perfecta, como les había sucedido a ellos. Habían estado casados veinticinco años antes de morir, y su amor había permanecido intacto desde el día que se conocieron.
No podía recordar un solo momento en que su madre no sonriera ante una broma de su padre. Siempre iban cogidos de la mano como dos adolescentes, y se robaban besos cuando creían que nadie los veía.
Pero ella los veía.
Y ahora lo recordaba.
Quería ese tipo de amor. Pero por alguna razón, no había encontrado a un hombre que la dejase sin aliento. Un hombre que consiguiera que se le desbocara el corazón y que sus sentidos se tambalearan.
Un hombre sin el cual la vida no tuviese sentido.
- ¡Oh, mamá! — balbuceó, deseando que sus padres no hubiesen muerto aquella noche.
Deseando...
No sabía qué. Lo único que quería era conseguir algo que le hiciese pensar en el futuro. Algo que le hiciese feliz; de la misma forma que su padre había hecho feliz a su madre. Mordiéndose el labio, _____ cogió el pantalón de cuadros azul marino y blanco, y salió corriendo de la habitación. - Aquí tienes — dijo arrojándole la prenda a Niall y saliendo a toda prisa hacia el cuarto de baño, en mitad del pasillo. No quería que él fuese testigo de sus lágrimas. No volvería a mostrarse vulnerable delante de un hombre. Niall cambió la toalla por los pantalones y se fue tras _____. Había cerrado de un portazo la puerta más cercana a la habitación donde él se encontraba. - _____ — la llamó mientras abría la puerta con suavidad. Se quedó paralizado al verla llorar. Estaba en mitad de un cuarto de aseo extraño, con dos lavamanos incrustados en la pared y una encimera blanca en la cual se apoyaba. Se había tapado la boca con una toalla, en un intento de sofocar sus desgarradores sollozos. A pesar de su severa educación y de los dos mil años de autocontrol, Niall se vio arrastrado por una oleada de compasión. ____ lloraba como si alguien le hubiese roto el corazón. Y eso lo hacía sentirse incómodo. Inseguro. Apretando los dientes, alejó aquellos insólitos sentimientos. Si algo había aprendido durante su infancia era a no ahondar en los problemas de los demás, porque nunca traía nada bueno. No había que cuidar de nadie más que de uno mismo. Cada vez que había cometido el error de interesarse por alguien, lo había pagado con creces. Además, en esta ocasión no había tiempo. Nada de tiempo. Cuanto menos tuviese que ver con las emociones y la vida de _____, más fácil le resultaría volver a soportar su confinamiento. Y, entonces, las palabras de _____ lo golpearon con fuerza, justo en mitad del pecho. Ella lo había definido a la perfección: no era más que un gato dedicado a conseguir placer y después marcharse. Se aferró con fuerza al tirador de la puerta. No era un animal. Él también tenía sentimientos. O, al menos, solía tenerlos. Antes de que pudiese reconsiderar sus acciones, entró en la estancia y la abrazó. ______ le rodeó la cintura con los brazos y se apoyó en él como si se tratara de un salvavidas, mientras enterraba la cara en su pecho desnudo y sollozaba. Todo su cuerpo temblaba. Algo muy extraño se abrió paso en el interior de Niall. Un profundo anhelo que no sabía muy bien como definir. Jamás en su vida había consolado a una mujer que lloraba. Se había acostado con tantas que no podía recordarlo; pero nunca, jamás, había abrazado a una mujer como estaba abrazando a ______. Ni después de hacer el amor. Una vez acababa con su pareja de turno, se levantaba, se limpiaba y buscaba algo con qué entretenerse hasta que fuese requerido de nuevo. Incluso antes de la maldición, jamás había demostrado ternura por nadie. Ni por su esposa. Como soldado, había sido entrenado desde que tenía uso de razón para mostrarse feroz, frío y duro. «Vuelve con tu escudo, o sobre él». Ésas fueron las palabras de su madrastra el día que lo agarró del pelo y lo echó de su casa para que comenzara el entrenamiento militar, a la tierna edad de siete años. Su padre había sido aún peor. Un legendario comandante espartano que no toleraba muestras de debilidad. Ni de emoción. El tipo se había encargado, látigo en mano, de que la infancia de Niall llegase a su fin, enseñándolo a ocultar el dolor. Nadie podía ser testigo de su sufrimiento. Hasta el día de hoy, aún podía sentir el látigo sobre la piel desnuda de su espalda, y escuchar el sonido que hacía el cuero al cortar el aire entre golpe y golpe. Podía ver la burlona mueca de desprecio en el rostro de su padre. - Lo siento — murmuró ___ sobre su hombro, devolviéndole al presente. Ella alzó la cabeza para poder mirarle. Tenía los ojos grises brillantes por las lágrimas y parecían resquebrajar la capa que recubría su corazón, congelado desde hacía siglos por necesidad y por obligación. Incómodo, Niall se alejó de ella. - ¿Te sientes mejor? ______ se limpió las lágrimas y se aclaró la garganta. No sabía por qué había ido Niall tras ella, pero había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien la consoló mientras lloraba. - Sí — murmuró —. Gracias. Él no respondió. En lugar de ser el hombre tierno que la abrazaba instantes antes, había vuelto a ser el Señor Estatua; todo su cuerpo estaba rígido y no daba muestras de emoción.

El dios del sexo (Niall Horan y tu) HotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora