Capítulo II

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Después de cuatro malditos días de viaje amarrada y siendo alimentada por él desgraciado que traicionó a mi hermano por fin el carruaje se detuvo. La brusquedad del movimiento me hizo casi caer hacía el asiento de adelante y no podía contar con mis manos porque estaban amarradas. La puerta del carruaje se abrió.

—Ya hemos llegado a tu castillo bruja—dijo el cochero burlándose de mi mientras lo miraba con rabia.

—Sois despreciable

—Sus ofensas poco me importan considerando todo el dinero que sacaré de usted.

—Le aseguro que le haré la vida imposible al señor del castillo a tal punto os deseará la muerte por haberme traído.

—Ya lo veremos. Ahora quedaos aquí mientras negocio con su futuro marido.

—No tengo prisas. Tómese el tiempo que deseéis cretino.

—Como usted quiera señorita—contestó cerrando de un portazo.

Se me encogía el estómago y las lágrimas me escocían  los ojos pero no lloraría me había jurado a mi misma que sería fuerte e inquebrantable. Retuve mis lágrimas y esperé impacientemente a que mi destino llegase. Cuando los nervios se me estaban clamando la puerta se abrió de golpe. Pero no era el cochero, era un hombre que jamás había visto y su aspecto era poco común por no decir raro.

Tenía el cabello blanco y reluciente como la plata. Su tez era pálida como mármol lo cual me parecía adecuado porque su rostro parecía el de la estatua de un ángel. Sus ojos gris claros como dos pedazos de hielo se fijaron en mi con expresión severa. Era raro pero no dejaba de ser bello de una forma casi etérea.

—¿Que es todo esto?—preguntó molesto refiriéndose a otra persona que estaba detrás de él.

—La chica que estabais esperando.—contestó la voz del cochero

—¿Pero por qué está amordazada?

—Intentó escapar, no tuve otra opción.

—Desatadla—ordenó

—Si señor—dijo sumiso el cochero y procedió a quitarme las cuerdas.

Lo miré triunfante cuando tuve las manos libres. Tal vez me habían arrastrado hasta aquí pero eso no impediría que me marcharse cuando se presente la oportunidad.

—Gracias—le dije en tono neutro al hombre de los cabellos de plata.

—No dejéis que su belleza lo engañe. Apuesto a que volverá a intentar escapar. Vigilela , se lo que le digo.

El hombre hizo caso omiso al cochero y me tendió la mano para ayudarme a bajar pero lo ignoré y baje yo misma. Él torció los labios pero no dijo nada.

—¿Y sus pertenencias?

— No ha traído ninguna.

—No importa, en el castillo tendrá todo lo que desee.

«Que saben ustedes lo que yo deseo» pensé con molestia viendo como hablaban como si yo no estuviera allí.

—Gracias por tus servicios—le dijo al cochero tirándole una bolsa de oro.

—Eso es todo—soltó indignado al revisar la cantidad.

—Agradezca que no le mando a ejecutar por amarrar a la futura señora del castillo.

—Pero..

—Nada de peros marchate ahora mismo antes de que cambie de opinión.

El hombre se tragó sus palabras y se subió al coche . Tiro se la rienda y
emprendió el camino de vuelta no sin antes lanzarme una mirada de odio a la que le respondí con una sonrisa de suficiencia. Al quedarme sola frente a la verja con aquel hombre alto y de aspecto diferente a lo común me invadió una ansiedad y un miedo inmenso.

«¿Quien era él?»

La verja se abrió sola sin que nadie la tocase. El hombre me miró como si esperase de mi parte alguna reacción pero trague saliva y me mantuve impávida. Me hizo un gesto para indicarme que caminara y lo hice. No tenía sentido intentar escapar en aquel momento él me alcanzaría sin problemas o terminaría perdida. Frente a nosotros había un enorme castillo pero la estructura era lúgubre como si llevase años abandonado. Pero en su tiempo debió haber sido un lugar hermoso. Un laberinto de setos altos se interponía entre el castillo y nuestra posición.

Mientras caminaba con el hombre sentí un terror profundo porque no sabía quién era él. No me había dicho su nombre ni se había presentado formalmente. En el primer momento pensé que él sería el señor del castillo pero él no se había molestado en aclararme su identidad. El nerviosismo crecía en mi así que decidí preguntar.

—¿Es usted el señor del castillo?—pregunté tímidamente.

—No, soy solo un sirviente—contestó él en un tono glacial.

Si esa era la apariencia de un sirviente ¿Como sería su señor?
Atravesamos el laberinto y por más que intenté memorizar el camino al salir no recordaba ningún detalle del camino. Llegamos al portón del castillo y no sorprendió que nuevamente la puertas se abrieran solas.

—Después de usted.—dijo el sirviente

Atravesé el umbral seguida por él hasta que se me adelantó y me hizo una señal para que lo siguiese escaleras arriba. El lugar era un laberinto de habitaciones y pasillos decorados con alfombras, cortinas, brocados y candelabros. No tardamos mucho hasta que él se detuvo frente a una puerta de madera que parecía nueva con un hermoso tallado de rosas.

—Esta es sus habitación señorita. Si necesita algo dentro hay una campana, sonadla y enseguida la atenderé.

—Gracias.

El hizo una reverencia para marcharse pero le detuve.

—Esperad

—¿Si?

—¿Cuál es tu nombre?

—¿Acaso importa?—dijo volviéndose hacia mi.

—A mi si me importa.—le dije con voz firme.

—Lucian, ese es mi nombre—fue lo único que dijo y desapareció por el pasillo.

Si quería escapar lo mejor para mi desde ahora sería tener un aliado. No podía quedarme cruzada de brazos aquí. Mi hermano y mis hermanas a estas alturas deben estar muy lejos de aquí y mi padre no sabe que yo estoy aquí pero no tardará enterarse. Por otro lado de momento estaba a salvo de mi futuro marido que brillaba por su ausencia.

«¿Que tipo de hombre no recibe a su prometida personalmente?»

No lo conocía y ya me daba mala espina ese hombre. Pensaba casarse conmigo y ni siquiera ha aparecido para darme la bienvenida. Mejor para mi, mientras menos se interese en mi mayores son las probabilidades de que no me busque cuando me marche.

Entré en la habitación que me habían asignado y las paredes eran ridículamente blancas. Había una cama grande con un dosel adornado con cortinas rojo vino de una tela satinada. Había una ventana adornada con cortinas de seda, una alfombra de damasco cubría el suelo y en una esquina de la habitación había un espejo con su tocador cubierto de cofres y cajones junto a un gran ropero.

Examine el contenido de los cajones y cofres. Estaban repletos de joyas, toda clase de adornos y cosméticos. El ropero estaba lleno de vestidos para cada ocasión y momento del día. También habían prendas como camisones y batas de seda (algunas demasiado reveladoras y de colores encendidos).

Pensé en el precio que tendrían todas esas maravillas. Sin duda me llevaré unas cuantas para venderlas. Me senté en el tocador y me cepillé el cabello con un hermoso cepillo de plata mientras trazaba en mi cabeza un plan para escapar.

El sonido de la puerta abriéndose a mis espaldas me sobresaltó pero seguro era el extraño sirviente.

—No te he llamado Lucian.

—No soy Lucian—dijo una voz desconocida desde el umbral

Belleza OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora