Capítulo III

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Al escuchar eso me puse de pie de un salto y ahí justo en el umbral de la puerta había un hombre observándome. No le veía bien el rostro por la pobre iluminación de la habitación.

—¿Quién es usted?—le pregunté pero ignoró la pregunta y avanzó hacia mi.

La poca luz que se colaba por la ventana le iluminó el rostro y la verdad no era lo que yo esperaba. Era un hombre alto con el cabello del como la tinta recogido a la altura de la nuca con dos mechones ondulados que le caían a ambos lados de la cara. Tenía los ojos grises del color del mar en un día de tormenta e iba vestido con una camisa blanca con puños de encaje, pantalones oscuros y botas lustradas hasta las rodillas. Era pálido pero no como el sirviente y sus rasgos eran hermosos pero más marcados que los del otro hombre. Pómulos altos y mandíbula levemente cuadrada con la nariz perfilada acompañada de unas cejas oscuras.

—Responded a mi pregunta ¿Quien sois?—pregunté atropelladamente porque la presencia de ese hombre me ponía nerviosa

—¿Siempre interroga a las personas? —dijo quedando a unos pocos pasos de mi.

Tomé una pesada caja de oro del tocador y la elevé en el aire.

—No se acerque más o no respondo de mi—pregunté nerviosa.

Pero él dio un paso más acortando la distancia entre nosotros y se rió para sí. Como el desconocido no pensaba retroceder le arrojé la caja pero la esquivó con agilidad  y me miró entre divertido y sorprendido

—Vuestro padre me dijo que erais hermosa pero no me dijo nada sobre esto—dijo mirando la caja en el suelo.

—Usted es el dueño del castillo.—afirmé sintiéndome estúpida.

Ahora el hombre me tomaría por una completa lunática. Le acaba de arrojar un objeto a mi prometido.

—Lamento decepcionarla. Al parecer no soy lo que esperaba.—dijo esbozando una sonrisa.

Y tenía razón yo esperaba encontrar a alguien con el mismo aspecto etéreo del hombre que me recibió o a un anciano pues siempre había escuchado desde que mi abuela vivía que el castillo era habitado por el mismo señor así que no esperaba encontrar un hombre joven y aparentemente normal.

—La verdad pensé que seríais más viejo.

—En ese caso me alegro de decepcionarla.

—Disculpad mi reacción pero debo atribuirla a mi ignorancia sobre su apariencia. Sabe, cuando un padre vende a su hija no ofrece muchos detalles sobre el hombre que la compró—dije en tono seco y mordaz.

—Yo sólo le ofrecí un trato a vuestro padre y él aceptó teniendo la oportunidad de negarse. Si buscáis un culpable ese no soy yo.

—¿Entonces le parece bien tratar a alguien como mercancía?

—No he sido yo quien la propuso como pago.—dijo él mirándome a los ojos.

—Sí queréis pasar el resto de vuestra vida con alguien que os desprecia adelante.

—Mis otras esposas eran más educadas.—masculló para él mismo pero le escuché

—Sus palabras no me ofenden y no pienso ser educada cuando me han traído contra mi voluntad.—dije enojada pero caí en cuenta de la mención de las mujeres de las que nunca más se había sabido nada—¿Eran? ¿Que les pasó a sus otras esposas?

—Ese no es vuestro asunto—dijo en tono serio.

—Las mataste—concluí

—Sois libre de pensar lo que queráis sobre mi.—dijo restándole importancia al asunto

Belleza OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora