Capítulo 11

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Miré la puerta blanca y no tenía ni plata ni zapatillas y estaba en pijama. Pero me quería ir igual.

Fui despacio a la puerta y abrí con cuidado, para que no haga ruido. No abrió y entré en pánico, hasta que me di cuenta del cerrojo de arriba. Ahí si lo abrí y salí corriendo, para salir del edificio.

Me puse a caminar y las pocas personas que pasaban me miraban, pero se alejaban. Hasta que un chico agarró y se paró adelante mío.

—Perdón. ¿Necesitas ayuda? —Lo miré y asentí.

—Si, por favor. ¿Si tenés crédito puedo hacer una llamada? —Le supliqué y me cayó una lágrima.

—Si, si, quedate tranquila. —Me hizo sentar en una escalerita de el edificio de al lado y llamé a mi celular. Porque no sabía ningún otro número.

Sonó tres veces y ya estaba por colgar cuando lo escuché.

—¿Hola? —Era David.

Me puse a llorar otra vez.

—Soy yo, por favor vení, me escapé, estoy en la calle. —Dije ya desesperada. Lo necesito.

—¿EN DÓNDE ESTÁS?

—No sé en donde estoy, estoy a una cuadra de la casa de Romer. —Respondí entre sollozos, sintiendo mi garganta cerrarse.

El chico me pidió el celular y lo agarró.

—Hola, ¿tenés para anotar?... Se encuentra en Díaz al 2456, entre Sangomi y Arrimate… —Cortó.

—Gracias, él te va a pagar el llamado cuando llegue.

—Ni te preocupes por eso. Me quedo con vos así no te quedás sola.

Seguí llorando y miré para donde estaba el departamento de Romer. Por las dudas, si salía, tenía que irme de acá o iba a verme.

Unos minutos después llegó David. Estacionó enfrente y vino corriendo.

—¡LAILA! ¿QUÉ TE HIZO? —Vino y me besó.
Cuando me soltó lo vi, y se le caía una lágrima.

—Dale mil pesos al chico, por favor. —Necesitaba resolver eso primero, y no podía dejarlo escuchar nada. No se puede meter la policía en esto.

Se limpió la lágrima, sacó su billetera y le dio tres billetes de mil.

—Gracias, ya te podés ir. —Le dijo y me agarró en brazos, con mucho cuidado y me llevó a la camioneta.

Cuando llegamos me cambió de posición, para agarrarme con una sola mano y poder abrir la puerta. Me metió acostada atrás y cerró. Se fue al asiento del conductor y arrancó.

No dijo nada en el viaje y cuando llegamos al departamento me alzó y me llevó al piso.

Después de entrar me bajé al piso y me agarré de sus piernas, arrodillada.

—Por favor, no más. No más, me porto bien, me porto bien. Por favor. Me porto bien. —Seguí repitiendo una y otra vez lo mismo y David se agachó.

—Shhh shhh, ya pasó, ya pasó. ¿Qué fue lo que te hizo? ¿Romer te golpeo así la cara? —Negué mientras lloraba y lo miré.

—Fue su sumisa. —Dije, todavía con miedo.

Me abrazó y me contuvo. Siguió susurrando que todo iba a estar bien y no me soltó.

Su teléfono sonó y era Romer.

Me miró y atendió.

—¿QUÉ LE HICISTE?

—Lo necesario. Abrime que estoy abajo. Falta lo último y terminamos. —Escuché que decía.

Los fantasmas del pasado (Mi Decisión III) +21✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora