Capítulo XIX

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Calma después de la tormenta

Tras la lluvia, ambos adolescentes tomaron caminos separados, a pesar de que su dirección era la misma. No hubo una despedida como tal, únicamente un intercambio de palabras y movimientos de mano, acciones que se disiparon rápidamente cuando se perdieron de vista mutuamente.
Y aún así, aquello no importó mucho. La muchacha de cabellos en tonos marrones, llegó junto a su fiel amigo al destino que tanto deseaban ver.

—¡Luchia! –Varias voces gritaron al unísono. La mencionada junto al ave, se taparon los oídos por tal ruido.
A pesar de que el pingüino se había despertado en los brazos de la jóven, aún seguia con sueño y sin una pizca de noción sobre los acontecimientos sucedidos bajo la lluvia.

—¡Nos tenías muy preocupadas! –Dos chicas de cabellos rubios y anaranjados, dijeron a la vez que se posicionaban frente a ella.

—Dinos que no te mojaste. –Rogó Coco mientras juntaba sus manos aparentando rezar.

—Si te digo la verdad... No se. –Una sonrisa nerviosa ser formó en su rostro, pero el dúo no pudo preguntar nada más, debido a que alguien más apareció en escena.

—¡Luchia, Hippo! –El grito enfurecido de Nikora alertó a todas las princesas. –Creo que tenemos algo de lo que hablar, ¿no es así? –La ira y el enfado se manifestaban alrededor de la mujer, produciendo un ambiente tenso cerca suyo. La adulta hizo un gesto con su mano indicando que ambos jóvenes la acompañaran.

Rina, Hanon, Karen, Noel, Coco y Seira, se miraron entre ellas. Con un rápido y sincronizado asentimiento de cabeza, todas ellas corrieron en dirección a la pequeña "charla" que su amiga tenía.

—Dios, siempre metiéndose en problemas... –El leve murmuro de Aqua llamó la atención de su compañero.
Ambos habían estado observando desde la distancia como las seis princesas intentaban averiguar donde se encontraba la portadora de la perla rosa y, posteriormente, como un par era regañado por Nikora.

La muchacha de cabellos dorados era la única que sabía la razón, y talvez era egoísta, pero le importaba muy poco lo que sucediera (o almenos, hasta cierto punto). Desde el momento que la conoció en persona sabía perfectamente como era, o por lo menos, pudo verificar sus prejuicios con sus pequeñas interacciones.
A diferencia de la ojiazul, Kaito tenía dudas de lo sucedido. Había visto extraños comportamientos en la adolescente, pero aún así, no pudo deducir la razón por la que se escapó tan solo llegar al recinto.

Tal vez, si desde un principio hubiera tenido conciencia de los sentimientos que aquella chica tenía, todo habría tenido sentido.
Si desde un principio hubiera entendido lo que sentía por él, las cosas habrían sido más fáciles.
Si desde un principio hubiera estado de su lado, todo sería más sencillo.
¿O tal vez no?

Las puertas del hotel fueron abiertas de nuevo, esta vez, por un chico. –Ignis, espero que no te hayas metido en ningún problema. –El reclamo de la jóven le tomó por sorpresa.

—Tranquila, todo ha ido bien. Solo ha llovido y nada más. –Su respuesta monótona escondía sus verdaderos sentimientos, pero como siempre, aquello sería un secreto guardado bajo llave.

—Nos alegra que estés bien. –Junto con aquella frase, una mano se posó en la cabeza del menor. El muchacho de ojos rojos miró a la persona en cuestión, únicamente para ver una sonrisa en su rostro.

—¿Y tú que haces aquí? –La pregunta hizo que Kaito despegara su mano de la cabeza de Ignis a la vez que la expresión de alegría se tornaba en una llena de nerviosismo.

—Tan sutil como siempre... –Aquel susurro fue acompañado por un repicar de zapatos proveniente de la única femenina en el lugar.

—Oye hermanito, así no se trata a la gente que aprecias. –El tono contradictorio de Aqua daba ha entender muchas cosas, o eso era lo que los dos hombres que se encontraban junto a ella, lograron hacer. Además, todo esto era acompañado por el débil pero agresivo agarre de las mejillas del de hebras rubias por parte de su familiar.

—Aqua, me haces daño... –El muchacho murmuró, causando una leve pero audible risa por parte del surfista. Ambos hermanos miraron en su dirección, pues se habían alejado unos cuantos pasos de él.

—¿Qué hace tanta gracia? –Los dos cantantes dijeron a la vez. Kaito dió un pequeño salto por la aparente telepatía y/o coordinación que el dueto tenía.

—Nada, nada. –Irónicamente, a pesar de sentir la presión tanto de Aqua como de Ignis, aquella situación fué la única en la que se sintió completamente tranquilo.

Tranquilo. Por un momento, Kaito pensó en aquella sensación.
Antes de conocer a Luchia, su vida podría ser descrita como tranquila, dentro de lo que ese adjetivo podía abarcar. Sin embargo, tras descubrir su verdadero orígen y luchar contra Mikel, él sabía que su vida nunca volvería ha ser como antes. Pero, incluso antes de que él lo supiera, en el mismo momento en el que conoció a la sirena de escamas doradas, todo cambió.

Su vida había dejado de ser tranquila, y aquella sensación que podía apaciguar su nerviosismo, nunca iba a volver.
Aunque, si lo pensaba bien, ¿en que momento su vida fué tranquila?
Desde el momento en el que nació, tenía grabado el destino, el poder y la sangre de una criatura que habitaba el océano. Eso marcó por completo su completa existencia.

—¡Kaito! –La voz de la adolescente hizo que volviera a la realidad. –Deja de estar en las nubes y baja a tierra firme. Dios, estás en tu mundo... –Mientras decía aquello, con sus ojos cerrados, Aqua comenzó a negar ante el despiste del jóven. Ignis, quien se situaba a su lado aún con las marcas que su hermana había dejado en sus mejillas, imitaba la acción de la mayor.

Ambos fueron ajenos a los pensamientos del phantalassa, pero poco importó, pues el muchacho desvaneció aquellas ideas para dar paso a otras cosas.
Entre ellas, talvez, y solo talvez, se encontraba algo relacionado a aquella tranquilidad que nunca tuvo. Y puede, solo puede, que estubiera relacionado con aquella sirena con afinidad al agua.

La leyenda de la AtlántidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora