Capítulo VIII

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Nuevo enemigo
(Primera parte)

En las profundidades del mar, más allá de los arrecifes de coral y las zonas volcánicas. En lo más oculto y ondo del océano, hay un lugar donde habitan encerradas, criaturas monstruosas. Creadas por la oscuridad para destruir la luz.

Cautivos en una cueva bajo una ciudad ruinosa. Se encuentran sellados seres llenos de maldad y negatividad, una especie que por poco se extingue. Lo cuál, habría sido algo perfecto para aquel mundo mágico y lleno de secretos.
Encarcelados en una localización donde nunca llega ni llegará la luz, y que no se puede ver más allá de su "dulce hogar".

Un lugar vacío.

Cerrado.

Solitario.

Silencioso.

Un lugar perfecto para poder diseñar un plan contra todo el mundo acuático.
El lugar donde la revolución contra ese lugar lleno de luz sucedería.

—¡Umbra! –Gritó una tétrica voz que resonó por todo el lugar.

—¿Sucede algo mi señora? –Preguntó una figura que apareció desde las sombras del lugar arrodillada cerca del centro de la "sala".

—¿Ya está todo preparado? –Le preguntó la contraria como respuesta a la sombra femenina.

—Todo listo... –Dijo en un tono muy sombrío seguido de una sonrisa que se hacía cada vez más tétrica.

—¿Entonces? ¡¿A que estáis esperando?! –Exclamó la voz en un tono elevado. –¡Iniciar el ataque contra esas princesas sirenas! –Dictó sin dejar tiempo a responder a su cuestión presentada.

—Sí mi señora. –Contestó su súbdita a la vez que se desvanecía en aquella inmensa oscuridad.

—Esta vez nosotros ganaremos... –Sentenció seguido de una risa siniestra que resonó por toda la zona.

—¿Has escuchado eso? –Preguntó una muchacha en la recepción de un hotel muy alejado de aquel lugar.

—¿Has dicho algo? –Respondió con simpleza la persona que la atendía con una pregunta. La joven negó dando a la pregunta cuestionada una respuesta negativa. –Entonces llevemos tus cosas a tu habitación.

—Te sigo Nikora. –Habló la menor de las dos con sus maletas en mano.

Ambas se fueron hacia los pisos superiores del Hotel Perla, en el mismo instante que al otro lado del edificio, un grupo de adolescentes (la gran mayoría) vestidos con prendas veraniegas caminando por el vestíbulo.

—Todavía es muy pronto para que vistais ropas de verano. –Reclamó un chico de cabellos rubios y ojos verde claro.

—Lo dice el que se transformó en humano para poder jugar con nosotras. –Le respondió una muchacha de cabellos dorados.

—Es que si no, tendréis ventaja sobre mí. –Replicó el menor hacia la contraria con un pequeño sonrojo de vergüenza en sus mejillas. –¡Y eso no es justo!

A partir de esa pequeña pelea, empezaron a hablar de cualquier cosa a la vez que se dirigían hacia la playa que yacía cerca del hospedaje.

—Tengo un mal presentimiento. –Pensó Kaito, el chico más alto en aquel grupo lleno de mujeres (a excepción del pequeño pingüino).

Pues desde que sintió aquella sensación después de su corta conversación con el hermano pequeño de su "mejor amiga", no pudo dejar de lado aquel extraño sentimiento.

Y sin darse cuenta, mientras se encontraba ensimismado en sus pensamientos, todo el grupo llegó a su destino.

—Creo que este sitió está bien. –Mencionó una de las muchachas que estaban allí. –Vamos Kaito. Pon tu toalla a mi lado. –Le dijo animadamente al joven.

—Vale Luchia. –Mencionó sonriendo el contrario.

—¿Creéis que esta vez termine confesandose? –Preguntó curiosamente una peliazul de su misma edad.

—Sería mejor que Kaito se diera cuenta de que le gusta. –Habló otra peliazul mirando aquella escena formada por el príncipe y la princesa.

—Yo creo que hacen linda pareja. –Añadió la sirena naranja.

—Y yo creo que no llegaran a nada. –Ahora fué la voz violeta quien habló, ganándose una mirada severa por parte de la mayoría de las personas allí presentes.

—Karen tiene razón. –Dijo la poseedora de la perla verde. –Si no hace nada con sus sentimientos, se quedará estancada tal y como está ahora.

Y justamente después de decir aquellas palabras, todos empezaron a colocarse en sus respectivos lugares, al igual que sus amigos.

El día era soleado y el cielo azul claro decorado con suaves nubes blancas, hacían de aquel momento tranquilo y relajante. Pero todo aquello desapareció cuando el muchacho de cabellos cobrizos, sintió la misma mirada y sensación que esa misma mañana.

Por acto de reflejo giro su cabeza en dirección a los ojos que lo miraban. En ese mismo instante, los gritos de terror de la gente que paseaba y disfrutaba de aquella tarde de primavera se hacían presentes.

El grupo miró en dirección al escándalo que se estaba ocasionando, y se sorprendieron cuando observaron unas extrañas criaturas salir del mar.
A su paso dejaban un rastro negro y parecían alterarse al ver los seres que habitaban la superficie terrestre, e inmediatamente se agruparon muchos de ellos en un mismo punto de la playa.

—¡¿Qué es eso?! –Gritó preocupado el muchacho vestido de marinero, que instantes después de gritar aquello, se transformó en un preocupado pingüino azulado.

—Vaya, vaya. –Habló una voz femenina proveniente del cúmulo de criaturas tenebrosas. –Pero miren quien hay aquí... –Dijo en un tono de voz tétrico. –Si son las siete princesas sirenas. –Exclamó alegremente al ver a sus presas.

La muchacha (si a aquella cosa se le podía decir así) se encontraba rodeada por unos pequeños cuerpos monstruosos sedientos de sangre, que miraban con deseo a los humanos que corrían despavoridos por el lugar

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La muchacha (si a aquella cosa se le podía decir así) se encontraba rodeada por unos pequeños cuerpos monstruosos sedientos de sangre, que miraban con deseo a los humanos que corrían despavoridos por el lugar.
Sus sonrisas producían escalofríos, junto con aquellos dientes tan afilados que sobresalían por encima de sus labios, que no mejoraban la situación.

—¿Quién eres? –Preguntó Kaito posicionándose delante de las chicas en forma de protección.

—¿Qué quién soy? –Cuestionó en tono de burla. –¡Soy vuestra peor pesadilla! –Gritó formando una gran sonrisa que hizo estremecer a la gran mayoría.
Y en el instante que hizo tal acción, los monstruos comenzaron a correr y perseguir a las pocas personas que todavía quedaban observando aquel espectáculo.

—Tenemos que hacer algo, chicas. –Susurró la pelinaranja en un tono audible solo para los presentes en el grupo, a lo cuál, el resto de femeninas asistieron.

La leyenda de la AtlántidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora