Capítulo XXIII

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La sombra del eclipse

-Cuando las perlas negra, blanca, dorada y plateada se unan, formaran las perlas obsidiana y cristal respectivamente. De ellas, el gran poder de los siete mares, equiparable al de la Reina del Agua, surgirá en cuerpo y alma. -Una voz resonó por la negrura. -Con ese poder, esta prisión de oscuridad en la que nos encontramos, por fin será destruida. Y con ello, el derrocamiento de esa estúpida sucesora. -Su tétrico tono, se colaba por cada rincón de aquella jaula sin luz. -Ahora que la diosa que brinda paz y tranquilidad al océano ya no posee el cristal Ram, solo debemos encontrar las dos perlas perdidas y cazar al príncipe y a la princesa. -El eco de sus palabras acompañaba la penumbra del lugar. -Si conseguimos todo eso, por fin lograré vengarme de esa idiota. Esa irritante mujer... -El comentario llevaba consigo veneno, al igual que odio y rabia. Bajo aquella tierra mitológica, la prisión en la que los abyssales vivían sumidos en un eterno silencio, aquella presencia únicamente pensaba en su maquiavélico plan.

Nadie en su sano juicio interrumpiría aquel momento. Nadie que no deseara morir. Porque, ¿quién sería tan estúpido como para enfrentarse a su creadora? El ser, que de un revés de su mano, podría tanto arrebatar como crear vida propia.
O eso es lo que creía Umbra, puesto que ella lo sabía muy bien. No había sido la primera en nacer bajo el orden de su maestra, y posiblemente no sería la última si no lograba hacer bien su trabajo.

-Entiendes lo que implica el hecho de haberme fallado de nuevo, ¿no es así? -Lo dicho produjo un fuerte escalofrío en el cuerpo de la femenina.

-Sí, mi señora. -Susurró la criatura.

-Entonces... -Murmuró la mujer frente a Umbra. -Aten a las consecuencias... -La de menor tamaño alzó su cabeza con rapidez, pero su rostro lleno de terror, solamente se pudo observar la decepción en la mirada de la contraria.

Del suelo, diversos tentáculos surgieron cerca de la abyssal. Ante esto, con temor, Umbra corrió despavorida del lugar.
Pero poco pudo hacer, puesto que aquellas extensiones de textura similar al alquitrán, se abalanzaron sobre ella.

-¡No, no, no! -Gritó mientras era envuelta por completo. -¡Yo no quiero morir aquí! -Sus sollozos se pudieron escuchar por todo el sitio.

-Umbra. Has perdido muchas oportunidades. -El tono acompañado con su expresión de cansancio, se reflejaban en los ojos cristalizados de la femenina. -Y pensar que tenía fe en ti... -Y con aquel comentario, el miedo que sentía la menor se convirtió en rabia.

-¡Morirás! ¡Morirás en manos de lo que tanto codicias! -Comenzó a gritar, todavía siendo rodeada por aquella sustancia similar a la suya. -Y cuando eso pase, yo y todas aquellas creaciones que desechaste con anterioridad, estaremos ahí para verte caer de tu elevado pedestal. -Amenazó Umbra.

Entre las palabras de la de piel grisácea, su superior observaba con un rostro estoico todo lo que le decía. Pues no había sido la primera vez que sucedía aquello, ni que escuchaba palabras similares. Claro que no.
Y así, como si de un déjà vu se tratase, los tentáculos que había cubierto por completo el cuerpo de la abyssal, la comenzaron a apretar con fuerza. Con rapidez, en cuestión de segundos, los reclamos de la criatura se desvanecieron como su propia existencia.

-Otra decepción... -Sola en aquella inmensa sala, observó como de las extremidades viscosas, una gema caía al frío suelo.

El mismo cristal que anteriormente Umbra portaba incrustado en su pecho, ahora se encontraba en manos de su creadora.
Allí, siendo objeto de mira, la joya formó un pequeño destello de luz que (inmediatamente) desapareció en la inmensa oscuridad.

Una sonrisa de costado se formó en su rostro. -Esta será la definitiva. -Comentó para, posteriormente, lanzar la gema frente a ella.

Antes de tocar el suelo, una figura se comenzó a formar alrededor del cristal. De forma femenina, portando una vestimenta similar a las princesas sirenas, se encontraba arrodillada.
Su cabello largo, negro y pegajoso, se encontraba atado en una cola alta, decorada por un lazo gris. Con tatuajes iguales a los que tenía Umbra, en la misma posición, al igual que el cristal (incrustado en su pecho), le daban un aire a la fallecida.

-Eclipse. -Con aquel nombre, la recién formada levantó su rostro ante el llamado. -Como mi última creación, tienes el deber de traerme a la princesa y el príncipe de las perlas dorada y plateada, y buscar las perlas negra y blanca. -Informó con una mirada llena de grandeza y seguridad. -Además, en tu poder tienes el cristal Ram. Con él obtendrás una gran fuerza de canto, con el que podrás romper cualquier artefacto marino. Tanto la llave que tiene consigo el hipocampo, como las siete perlas que protegen las princesas sirenas. Claro está, si logras dominar todo su poder. -Ante sus ojos, su súbdita formó una gran sonrisa a la vez que un leve sonrojo oscuro se formó en sus mejillas.

-Lo que usted ordene, mi señora. -Respondió con una voz completamente sumisa, alegre y tranquila.

En su mirada, parecía como si Eclipse estuviera admirando a una deidad. Y no iba por mal camino, pero sus ojos de enamorada la cegaban ante la realidad. La cruda y fría realidad en la cual había nacido. Y aun así, si lo hubiera sabido, aquel sentimiento instantáneo que había comenzado a sentir, no se habría desvanecido.
Porque, a diferencia de Umbra, ella le era más fiel, poniendo su existencia por encima de la de su creadora. Eclipse sabía por qué existía y, aun así, ese hecho no afectaba en absoluto el tremendo amor que llevaba consigo. Pues, tal vez había sido creada de aquella manera para obedecer al pie de la letra todas las órdenes que se le impartieran, o tal vez esa emoción tan fuerte había aparecido sin más.

-Mi señora ha sido tan benevolente en haberme dado esta oportunidad de vivir... No puedo fallar en la misión que me encomendó. -Pensó al observar detenidamente a su superior, quien analizaba sus acciones con una mirada gélida.

La leyenda de la AtlántidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora