Capítulo XVIII

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Bajo una lluvia de fuego

Bajo la fuerte lluvia, el cuerpo de la ahora rubia, caía por culpa de su nueva forma.

—Que fastidio... –Una voz familiar susurró mientras cogía a Luchia entre sus brazos.

La sorpresa no tardo en aparecer en el rostro de la de ojos azules. El muchacho con el que tiempo atrás se había chocado, ahora la sujetaba al estilo nupcial.
Empapado, de arriba a bajo, sujetaba con fuerza a la sirena rosa. Su flequillo dejaba ver sus brillantes ojos, mientras que la capucha de su sudadera ocultaba su cabello despeinado.

—Estás... ¿bien? –Preguntó un poco incómodo.

Antes de que la chica pudiera responder, el ave marina empezó a golpear una de las piernas de Ignis.

—¡Suelta la ahora mismo! –Exclamó intentando herir al contrario.

—Lo siento, pero eso no será posible. –Dijo para luego agarrarlo por su uniforme de marinero y posicionar lo entre los brazos de la sirena. –Dime, ¿dónde vives? –Preguntó al género opuesto, a pesar de que ya sabía la respuesta.

—En el hotel Perla... –Susurró mientras observaba las facciones del jóven.

—Entonces, sujeta te fuerte. –Comentó el rubio para luego comenzar a correr.

Sin ser vistos por nadie, los tres seres marinos se desplazaban con rapidez entre las calles de aquella ciudad costanera. Aunque no eran los únicos seres provenientes del mar que se escondían en aquel lugar.
De entre las sombras, una figura humanoide de piel grisácea, observaba al dueto de adolescentes. Sus ojos cambiaron de color con rapidez. Y con un simple movimiento de mano, ordenó a sus esbirros situados a pocos pasos de ella, que los atacaran.

—¡Cuidado! –El grito de Luchia llamó la atención de los dos masculinos.

Una gran ola de criaturas de aspecto viscoso, corrían en su dirección. Ignis intentó esquivar la, pero ellos fueron más rápidos y lo empujaron con gran fuerza.
Aquello provocó que la muchacha junto a Hippo, saliera disparada contra una pared quedando medio inconsciente. A diferencia del animal, que quedó totalmente fuera de juego al impactar contra el edificio.

—¡Luchia! ¡Luchia! –Los gritos del menor fueron disminuyendo para la nombrada a la vez que sus ojos se iban cerrando.

—Pobrecito... ¿Tu novia se ha muerto? Que penita me das. –Comentó Umbra mientras se quedaba frente al tritón. –Sabes, tenía muchas ganas de asesinar a tu hermana. Pero como has aparecido tú, tal vez el destino ha querido que tomes su lugar... –Habló extendiendo su mano hacia Ignis, pero ni ella ni las otras bestias, pidieron tocarlos.

Alrededor del rubio, la princesa y el pingüino, apareció un círculo de llamas. Los ojos del portador de la perla plateada brillaban con un extraño fulgor ante el surgimiento del elemento.

—Eres muy predecible. –Soltó provocando que la ira en la mujer creciera exponencialmente. –Tanto en tus acciones, como en tu hablar. –Continuó diciendo haciendo que a la contraria le aumentaran las ganas de matarlo. –Y eso te hace débil. –Fueron las últimas palabras que escuchó Umbra antes de que un fuerte az de luz la cegara por completo. –¡Voz plata perla! –Escuchó decir aún manteniendo los ojos cerrados. –Apuesto a que pensabas que esto iba ha ser fácil. Pues creo que te has equivocado. –Le informó con una mirada seria al mismo tiempo que posicionaba su micrófono cerca de sus labios. –Atacar sin tener un plan es de estúpidos. Se nota a leguas tu desesperación por conseguir nuestras perlas. –Finalizó y pocos segundos después, empezó ha sonar una melodía.

Los ojos azules de Luchia se abrieron lentamente cuando aún sonaba la canción de Ignis. Rodeada completamente por las llamas, parecía que el fuego no la quemaba y su calor en vez de ser abrasador, era cálido y agradable (aunque sólo fuera para ella).
Su visita se fijó en el chico delante de ella. De espaldas, solamente pudo fijarse en su cabello plateado que parecía fundirse con el fuego.

—¿Quién...? –La pregunta quedó en el aire, pues todo a su alrededor quedó sumido en la oscuridad.

Aunque aquella situación no duró mucho debido a que los gritos del muchacho que la acompañaba, empezaron ha resonar en sus oídos.

—¡Luchia! –Aquel llamado la hizo despertar de golpe.

—¡¿Dónde estoy?! –Preguntó sin saber donde estaba. Giró su cabeza hasta encontrarse con el muchacho de cabellos rubios platinados.

—Dios, te has dado un buen golpe. No deberías haber corrido por las calles con esta lluvia. –La castaña no entendía completamente de lo que hablaba el contrario, así que se quedó callada mientras se sentaba y apoyaba su espalda en la pared.

Bajo el porche de un edificio, junto a Hippo (quien todavía seguía inconsciente), Luchia se encontraba contemplando la lluvia que se desplegaba por todo el cielo.
Ignis, sentado a su lado, se encontraba completamente seco al igual que ella. Eso la extraño, pues como había dicho él, ella se encontraba corriendo intentando llegar a su hogar antes de mojarse. Cosa que no consiguió, o eso pensó ella.

Ella creía que se transformó en sirena al no poder refugiarse de las gotas de lluvia, y que el chico evitó su caída por la falta de movilidad. Pero para su sorpresa, eso nunca sucedió.
El adolescente la había encontrado justo en el momento en el que supuestamente se dió un fuerte golpe y perdió la consciencia, al mismo tiempo que su compañero.

—¿Todo habrá sido un sueño? –Aquel pensamiento se quedó rondando por su cabeza a la vez que intentaba recordar con más detalle su supuesto sueño y su encuentro con aquella persona con melodiosa voz. –¿Un simple sueño? –Se dijo a si misma un poco decepcionada.

Miró a su lado y observó con detalle el rostro del jóven. Con la mirada fija en el exterior, parecía analizar el territorio que se extendía ante sus ojos. Su expresión facial mostraba pesadez y aburrimiento, pero cambió drásticamente a una llena de nerviosismo y vergüenza, cuando se dió cuenta de que era observado por la chica.
Las mejillas de Ignis se tornaron de un rojo parecido al tono que tenía el rostro de Luchia. Ambos adolescentes se encontraban avergonzados por ninguna razón aparente.

La leyenda de la AtlántidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora