Capítulo XVI

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Lágrimas llenas de amor

Las horas pasaron con miradas furtivas por parte de ambos enamorados, acciones que únicamente una persona externa a la relación pudo observar con claridad. Y aunque ella intentaba evitar hacer aquello, instintivamente miraba en sus direcciones, dejando de lado la materia que se estaba impartiendo.
Luchia (sin saber cómo lo hacía) se mantuvo al margen del llanto durante todo el horario escolar, a pesar de que la noticia sobre la llegada de Aqua provocó que su mente colapsara en la última clase.

Al momento de salir del aula, la pareja de surfistas se fue con paso ligero del lugar; cosa que molesto a la sirena.
—Oye. Creo que lo estas malinterpretando. –Comentó la de hebras azuladas. –Estoy segura de que ella es la amiga de la infancia de Kaito. La de la foto que vió Hippo. –Continuó mientras le seguía por la ciudad.

La portadora de la perla verde se acomodó al lado de sus dos compañeras. Sabía perfectamente que el príncipe phantalassa tenía algun tipo de relación con la nueva integrante en el salón, pero a pesar de querer decirle la verdad, no tenía el suficiente valor para desilusionar a su querida amiga.
Sin embargo, todos los pensamientos sobre la situación en la que se encontraba la castaña, se quedaron suspendidos en el aire en el momento que se dieron cuenta que la de ojos azules residía en el mismo hotel en el que la mayoría vivía.

El sonido de una maleta chocar contra el suelo, llamó la atención de Rina y Hanon. Su acompañante, miraba con los ojos llenos de lágrimas como el muchacho recibía un beso por parte de la chica extranjera.
Seguidamente de haber presenciado aquella escena, Luchia echó a correr perdiéndose entre uno de los tantos cruces que conectaban diferentes calles. Los gritos de las dos femeninas no tardaron en sonar, llamando levemente la atención Aqua.

—¿Por qué siempre soy yo la que debe sufrir? ¿Por qué soy yo a la que todo le sale mal?–Se preguntó la joven aún huyendo de lo que ya era realidad.

Ella estaba allí por él. Lo sabía a ciencia cierta y no dudaba de ello. Ella sabía quien era y se rió en su cara. Ella lo intuyó en el primer momento en el que se vieron.
O eso era lo que la de hebras marrones pensaba.

Porque a pesar de la otra muchacha no hubiera estado junto a ellas, junto a él, tenía un sitio privilegiado en su corazón. En el corazón de su amado.
Además, ella no tenía posibilidades, ¿no?

Siempre fue ella quien tenía que ir tras él. Siempre fue ella la que se preocupó por él. Siempre fue ella quien forzó la relación que ambos tenían. Siempre fue ella la que quería hacer florecer aquel "algo" que ambos tenían.
Aunque, ¿en qué momento lograron tener un "algo"?

Cuando dicha pregunta paso por su mente, aún cegada por la verdad, algo dentro suyo desapareció. Su corazón estaba roto y sus esperanzas se habían desvanecido.
Todo iba de mal en peor.

En verdad era inútil. Antes y ahora. Pero, ¿qué podía hacer? Al fin y al cabo, ella no tiene ni el poder ni la habilidad para proteger a los suyos. Ni siquiera puede demostrar su amor de forma correspondida.
Solo sabía estropear las cosas. Porque siempre lo hacía. Siempre fastidiaba todo.

En un mar de lágrimas, siguió corriendo por lo que parecía un parque. Ya se hallaba bastante lejos de su casa, pero aún así, no podía dejar de ahogar sus penas en los leves sollozos que producía por si misma.
Desgraciadamente, se centró tanto en sus pensamientos que no se dió cuenta de que alguien estaba frente a ella. Ambos cayeron al suelo por la inercia de la muchacha, pero aún así, Luchia solo abrió los ojos en el momento en el que sintió el contacto directo con la persona delante suya.

Fuego. Sus ojos eran la viva imagen del fuego tan brillante y ardiente.
Por un instante, un mísero instante, se olvido de porqué corría. Ya no sabía porque lloraba, ni porque se sentía triste. Aquella sensación de tranquilidad y serenidad la inundó por completo, como si de una ola de calor se tratara.

Un par de años menor, de hebras rubias platinadas y unos hermosos ojos rojos. La capucha de la sudadera violeta que llevaba, se había retirado y ahora se podía ver con claridad su fino cabello desordenado. Su rostro un tanto sonrojado (al igual que el de ella) lo hacía más adorable ante los ojos de la femenina.

—Lo siento. –Murmuró aún produciendo agua salada. –Soy muy torpe. No ví por donde iba. –Volvió a disculparse.

Ambos orbes se encontraban en constante conexión. Ninguno de los dos cedió a dejar de mirarse. Para ellos ya no existía el tiempo, ya que este parecía haberse detenido en aquel momento.

—Esta bien... –Susurró el contrario.

Luchia se encontraba apoyada en su pecho y sus rostros estaban muy cerca. El tono rojo se izó más notorio cuando ambos se dieron cuanta de la posición en la que se encontraban.

—Y-yo... –Tartamudeó quien se encontraba arriba. –En verdad lo siento. –Volvió a repetir a la vez que se levantaba y lo ayudaba a ponerse de pie.

—Ha sido un simple accidente, nada más. –Contradijo quien anteriormente se situaba por debajo. –No hay de que disculparse. –Prosiguió mientras se volvía a colocar su capucha.

—Soy Luchia. –Se presentó ella mientras se secaba el rostro enrojecido.

—Ignis. Mi nombre es Ignis. –Imitó él mientras le daba una débil sonrisa.

La princesa notó un leve rastro de sus lágrimas en el rostro del contrario, así que de manera intuitiva, retiró el agua de sus mejillas con sumo cuidado.
El suave tacto de la mano de la adolecente provocó un revoltijo de emociones en el recién llegado.

—Será mejor que me valla. –Dijo de manera apresurada la de ojos marrones. –Adiós. –Se despidió para luego irse corriendo, tal y como lo había hecho antes. Pero esta vez, con un nuevo sentimiento en su interior.

La leyenda de la AtlántidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora