Capítulo XX

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La perla plateada

Las corrientes marinas acompañaban y guiaban el brillante y reluciente ser acuático. De aleta dorada y caballos con reflejos similares al oro, la sirena nadaba acompañada por aquel elemento con el que era tan familiar.
Aqua era consciente de la habilidad que había heredado por ser de aquella especie aparentemente fantástica. Siendo bendecida por sus antepasadas con el don de la manipulación del agua, aquel poder le era de gran ayuda. Así que, con aquella ayuda que el mismo pasado le dotó desde su nacimiento, inició el trayecto hacia la Atlántida.

Extrañamente, a diferencia de la última vez que estuvo ahí, el camino fue mucho más corto. Tampoco es como si hubiera vuelto con anterioridad, pues ¿que sentido tenía volver sin propósito alguno? ¿Cuál sería su papel en un lugar donde ya había cumplido su deber? O mejor dicho, donde todavía quedaba tiempo para que pudiera cumplir su destino.
A decir verdad, la llegada fue mucho más rápida que su ida. Pero era de esperarse, siendo aquella vez su primer contacto con el mundo exterior, no se iba ha centrar solamente en aquella misteriosa localidad submarina. Todavía le quedaba surcar todos aquellos mares y océanos tan misteriosos y ajenos para ella, o descubrir e investigar la tierra donde residían los humanos.

—Aquí es. –Las palabras provenientes de la nada, hicieron que la pequeña detuviera su nadar e intentara adivinar de donde provenía. Al principio no entendió a que se refería, pero sin darse cuenta, en menos de lo que se esperaba ya había llegado a su destino. –Este es el lugar. –La voz volvió a decir, al mismo tiempo que cerca suyo una luz pequeña y llena de luminosidad hacía acto de presencia. Poco a poco su forma comenzó a cambiar, transformándose en una bella dama de cabellos rubios, ojos violetas y un hermoso vestido blanco.

La menor observó con sumo cuidado aquel lugar que hacía mucho tiempo no veía. Una ciudad en ruinas, llena de escombros y estatuas de piedra. Una zona sin luz ni vida. Todo aquello provocaba un ambiente tétrico y lúgubre, dejando un rastro de completa amargura a todo aquel que se dignaba a observar el lugar.
Aún así, Aqua no recordaba la Atlántida de aquella manera. La primera vez que estuvo allí no sintió aquello, y talvez fue únicamente por el hecho de que la luz plateada de su compañera iluminaba la extensa oscuridad de su ciudad natal.

Ambos seres del mar avanzaron hacia el centro de lo que ahora era un mito humano. Dirigiéndose a una pequeña plaza vacía, allí destacaba el pedestal donde en su momento se resguardó y ocultó la perla de Aqua. La Reina del Agua se adelantó quedando frente a la columna de piedra, al igual que en su última estancia, dejando esta vez un espacio para que la portadora de la perla dorada se posicionara a su costado.
En el momento en el que las dos estuvieron en sus respectivas posiciones, la concha donde residía la perla plateada, se abrió mostrando a ésta misma. Casi fragmentada, con una gran grieta surcando su superficie; la mujer de vestido de color del marfil, recogió el colgante en forma de concha marina y separó la perla de su recipiente, distanciando las un par de centímetros entre si.

Posicionando la esfera cerca de su corazón, cerrando sus ojos a la vez que su rostro expresaba pena por aquella situación; la menor, al igual que la mayor, demostró tristeza por su perla hermana. Todo aquello era una situación que la superaba tanto mental como físicamente. Ella no tenía la voluntad tan fuerte de cumplir con su deber en solitario, y sin la ayuda de otras sirenas, era algo casi imposible.
Pero una pequeña esperanza nació cuando al mirar denuevo el objeto esférico, se pudo ver como ésta ya estaba completamente arreglada. Parecía como si nunca hubiera tenido aquella gran fisura que cubría casi toda su superficie.

La emoción aumentó, en el momento en el que esta misma comenzó a emitir una fuerte luz y empezó a levitar juntamente con su colgante correspondiente; situándose delante de ambas femeninas.
Poco a poco, de esa luz tan embriagadora, fue apareciendo un ser de forma humanoide con cola de pez. De cabello grisáceo y destellos parecidos a la plata, con un flequillo recogido en un clip parecido a una diminuta concha. Destacando sus ojos de color rojo, que resaltaban sobre todo su ser. Siendo algo irónico, ya que su hermana mayor tenía los ojos azules, mientras que él los tenía del mismo tono que el fuego.

Porque sí, quien portaba la perla plateada no era una niña sinó un niño, siendo así un tritón y no una sirena. Con las mismas decoraciones que Aqua, únicamente se diferenciaba por el color y la localización, pues eran situadas en el lado opuesto al de la sirena de oro.
De mirada perdida y llena de duda, el pequeño empezó ha observar su alrededor. Solamente pudo descifrar dos figuras, pues el resto era una zona completamente desiertica que se extendía varios kilómetros hacia el basto horizonte.

Ambos seres frente a él eran del género opuesto, destacando la gran distancia que había entre sus edades y aspectos.  La más pequeña era una chica que le llevaba un par de años de diferencia, de ojos similares al cielo azul y cabellos relucientes. Mantenían cierto parecido, y sumándole el hecho de ambos tener torso de humano y cola de pez, a simple vista se podría deducir que tenían algún tipo de parentesco.
Y luego se encontraba aquella mujer de apariencia inigualable. Con su centro en mano, corona y collar decorando su brillante ser, y sus ojos reflejando la más pura verdad; su presencia lograba transmitir calidez y tranquilidad a todo ser vivo cercano a ella.

Y así, sin dejar de estar sorprendidas por tal acontecimiento, la bella dama que se encontraba frente al pequeño tritón le saludó con su meliodosa voz.

—Yo soy la Reina del Agua y ella es Aqua, tu hermana. Te doy la bienvenida al mundo, Ignis.

La leyenda de la AtlántidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora