Capítulo I

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La perla dorada

En las profundidades del océano, escondido tras una barrera mágica, está la Atlántida. Un lugar mitológico para muchos, un sitio imaginario para otros, y una simple invención para el resto de la población del mundo.
Ciertamente era un lugar mágico, pero por obra del destino, no tuvo oportunidad de seguir siendo lo que era tiempo atrás; volviéndose la sombra de aquel hermoso lugar.

Lo que antes era una bella isla habitada por humanos y sirenas, se convirtió en una desolada ciudad ruinosa; llena de estatuas con expresiones de terror y pánico en sus rostros, muestra de lo terrible que fue su pasado.
Lo único que le daba vida a ese lugar ya muerto, era aquella luz dorada y platinada que venía del interior de aquel sitio.

En un pequeño pedestal, yacían dos colgantes en forma de concha marina con dos pequeñas alas de colores. La primera de un color oro brillante y la segunda de un color plata reluciente.
Las dos almejas relucían con mucho fulgor, pues estaban en presencia de la Reina del Agua. Aquella que iba a sacarlas de aquella jaula… O al menos a una de las dos.

La mujer se acercó lo suficiente como para poder ver como las conchas se abrían ante ella, mostrando una perla en cada una de ellas.
El colgante dorado mostraba una hermosa perla del mismo color con una pequeña fisura en la mitad central de esta. En cambio, el colgante plateado mostraba una bella perla del mismo color casi partida por la mitad.

La reina agarró la pequeña almeja dorada junto a su perla, separándolas unos centímetros la una de la otra para poder observar la pequeña grieta de esta misma.
Pasó su dedo por encima de la pequeña fisura que tenía, y seguidamente, dejó caer sobre ella unas lágrimas que habían empezado a salir de sus ojos momentos antes.

Al absorber las lágrimas, la grieta empezó a cerrarse poco a poco, hasta que no quedó ni rastro de aquella división en la perla. En ese momento, comenzó a brillar con más energía que antes y ha flotar hacia enfrente, colocándose delante del pedestal y a pocos pasos de la mujer.

Poco a poco la intensidad de la luz procedente de la perla se fue suavizando, mostrando una pequeña sirena de cabello dorado.
La chiquilla abrió los ojos lentamente hasta poder ver a una bella dama delante de ella observándola con una mirada tranquilizadora.

—¿Q-quién eres tú? –Preguntó tímidamente hacia la persona delante de ella. –¿Y qué hago aquí?

—Me llaman Reina del Agua, y el porque de tu existencia es muy simple. –Dijo de manera calmada y serena, dándole un tono serio al final de la oración. –Tu deber es encontrar la perla blanca y negra, que se encuentran perdidas por el océano. –Explicó de manera simple la misión a la niña.

—¿Cómo podré hacer eso su alteza? –Habló curiosamente preguntándose muchas cosas de su motivo de vivir.

La reina sonrió dulcemente. –Eso es muy sencillo querida. Como una princesa sirena de los cuatro reinos antiguos, tienes un don diferente al de las demás. Puedes sentir el poder mágico de cada uno de los seres vivos de cada uno de las razas marinas, terrestres y celestiales que existen y existieron en este mundo. –Informó a la pequeña sirena que la miraba muy atentamente. –Con ese poder podrás reconocer la presencia de las perlas.

—¿Y porque no lo puede hacer usted? –Dudo ante tal pensamiento, pues si era la Reina del Agua, podría saber donde estában.

—No es tan fácil como parece pequeña. La energía que emiten las perlas es muy tenue para mí, y lo único que puedo hacer es protegerlas para que no caigan en malas manos. –Aclaró la duda surgida, y nuevamente retomó la conversación. –Por esa razón tu eres la elegida para esta gran tarea.

—Hace ya mucho tiempo, las últimas portadoras de las cuatro perlas antiguas junto a mi antecesora, vencieron a una terrible maldad que acechaba los reinos de aquella época. Por suerte pudieron exterminar a la gran mayoría de las bestias y encerrar al resto para que no causaran más daño. –Su tono de voz comenzaba a tomar una sensación de melancolía. –Pero últimamente he sentido una actividad poco común en la zona donde están sepultados. –Sintió la mirada fija de la chiquilla y entendió que era importante que también lo supiera. –Aquí, bajo la Atlántida.

El rostro de la menor empalideció por aquel dato perturbador. Pues ella había estado durmiendo dentro de la perla que residía en aquella ciudad, mientras bajo el suelo de aquel lugar habitaban criaturas horripilantes que atemorizaron al océano tiempo atrás.

—Por esa razón quiero que las busques antes de que el final llegue. –Explicó un poco preocupada por la misión que le estaba otorgando a una sirena recién nacida.

La pequeña sirena escuchaba atentamente aquella explicación. Pero no pudo evitar sentir la débil presencia de una perla.

—Perdón por interrumpir, pero siento la presencia de una perla cerca de aquí. –Dijo la niña mientras giraba lentamente su cabeza en dirección al pedestal.

La mujer miró con gracia a la sirenita. –Esa es la perla plateada.

La pequeña nadó hacia la columna de piedra mientras miraba fijamente la pequeña almeja todavía abierta. Se dió cuenta de la gran fisura que decoraba la reluciente perla. –¿Qué le ha pasado? –Preguntó mientras cogía el pequeño colgante con mucho cuidado.

—Le sucedió lo mismo que a ti. –Explicó mientras se acercaba a ella. –Aunque tu perla no sufrió tantos daños y eso ayudó a que pudieras nacer.

—¿Y qué le pasará? –Preguntó tristemente a la vez que sus ojos comenzaban a cristalizarse por la peor de las ideas.

—Tranquila, no desaparecerá, solo se quedará aquí hasta que pueda curarla. Como ya te he dicho, mi poder no es suficiente y al ser un daño causado por esas criaturas, solo te podía curar a tí. –Le dijo situándose relativamente cerca de la menor, para tranquilizarla. –Cuando haya recuperado la energía necesaria para curarla te avisare, seguramente le gustará tener compañia. Y supongo que será mejor para tí tener más ayuda para tu misión.

La pequeña abrazó el pequeño colgante que se había cerrado pocos momentos antes y seguidamente se giró hacia su reina.

—Es un poco complicado entender esto y toda esta responsabilidad que me ha otorgado. –Habló de manera un tanto apenada por toda la situación, pues tenía una gran misión que cumplir y sus decisiones podrían afectar al mundo entero.

La Reina de Agua limpió las lágrimas que surcaban las mejillas de la pequeña. –No te alteres. Sé que es un gran peso el que te dejado en tus pequeños hombros, pero seguro que por el camino encontrarás a gente que te ayudará a encontrar las perlas. Y en poco tiempo tendrás a alguien más que te ayudará en esto. Solo tienes que ser paciente y no caer en la desesperación. –Al decir esas palabras comenzó a desvanecerse poco a poco.

—¡Espera! -Exclamó con nerviosismo. –Hay una última cosa que quisiera saber. –La reina asintió mientras seguía desapareciendo. –¿Cuál es mi nombre?

—Aqua.

En ese preciso momento, la pequeña sirena de nombre Aqua, comenzó su gran misión. Y mientras miraba al horizonte, dejaba en el pedestal aquel collar que pronto volvería a ver. –En un tiempo nos encontraremos de nuevo. Tu y yo cumpliremos esta misión y salvaremos nuestro hogar.

—Lo prometo.

La leyenda de la AtlántidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora