Capítulo 23: Retorcidos (Parte II)

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Hélène

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Hélène

20 minutos después.

Una moto se estaciona justo frente a mí, él viste completamente de negro y el casco que lleva impide que se le vea el rostro completo, solo son visibles los ojos los cuales noto rojos.

—No me jodas, Matthew, ¿estás drogado?

—Estoy feliz —corrige—, feliz de que me hayas llamado a mí y no a otro.

—Tampoco es que tuviera otra opción —me extiende el casco.

—Sí que la tenías, lo que pasa es que con Fischer no sería tan divertido y lo sabes —sonríe.

—¿Y los demás? —cambio de tema mientras me coloco el casco.

—No hay demás —contesta como si nada y freno en seco la acción.

—¿Qué?

—Eso. Solo seremos tú y yo.

—Esta es otra de tus bromas, ¿verdad?

—Mmm... no.

«Lo mato»

—¡¿Qué mierdas pretendes hacer?! ¡¿Que nos maten?! —exclamo solo para nosotros, tratando de no llamar la atención.

—No nos van a matar, nosotros a ellos sí pero ellos a nosotros no. Tranquila.

—¿Tranquila? —bufo—. ¿Te crees invencible o qué?

—No es complicado, los prestamistas, en su mayoría, suelen ser tan arrogantes que creen que nadie los puede tocar, te lo digo yo que he tratado con muchos y sé cómo se mueven. Además, no hay nada más estimulante que sentir la adrenalina al cien por ciento. Créeme, te va a encantar —termina sonriendo travieso.

—Esto es una locura —niego con la cabeza mientras me paso la mano por la cara.

Hay cierto placer en la locura que solo el loco conoce —pronuncia logrando que le enarque una ceja—. Lo leí en algún lugar. Sube.

—Si muero en esta juro que vuelvo del más allá solo para castrarte mientras duermes —amenazo.

Resignada, inhalo una bocanada de aire y me subo a la moto. Trato de aferrarme a la idea de que él sabe lo que hace y que ha hecho estas cosas antes. Espero que sea así porque de lo contrario acabaremos muy mal.

—Sujétate —advierte y sin darme tiempo a nada, acelera de un tirón que me obliga a agarrarme de su torso.

«Claro, tenía que ser Matthew»

—¡Canalla, no tan de prisa! —grito palpando con una mano los cuadritos bastante marcados de su abdomen y con la otra, sus prominentes pectorales. Inconscientemente, claro.

«Y... oye, no está tan mal»

De su parte solo recibo una risita chantajista ya que sigue conduciendo como si lo persiguiera un psicópata con motosierra, el muy puto.

INSACIABLES  [+21] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora