Capítulo 3 : Número 13 (Parte I)

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Hélène

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Hélène

«Meine Blennende Flamme»

«Mi llama ardiente»

Estas palabras habían estado todo el día causando estragos en mi mente. No se por qué pero no dejaba de pensar en Alejandro Kellermman, tal vez porque es uno de los pocos hombres guapos que he tenido el placer de atender, tal vez porque me regaló el orgasmo de mi vida, tal vez porque me dejó con ganas de follármelo...

¿Por qué mierdas no me folló?

Se supone que los hombres aquí vienen a eso, sin embargo él prefirió complacerme a mí y, con todo y eso, se fue dejándome caliente. No estoy acostumbrada a este tipo de reacciones y aunque me cueste aceptarlo, me frustra un poco la situación. Y yo odio sentirme frustrada.

—Creo que puedo calificar la noche de ayer como una de las mejores —entra Ingrid, con una sonrisa de oreja a oreja—, está dentro del top 3.

—Lo dices ¿por?

—Ay porque sí. Esos hombres de ayer estaban buenísimos, sin contar a Paul claro —se sienta de frente a mí—. Es que... ¡Dios! El que atendí era un divino. No sabes el gusto que me dió conocerlo. No es muy hablador pero fue agradable. Me trató mejor que el noventa y ocho por ciento de los hombres que vienen aquí. ¡Y folla como los dioses, joder!

—Sí, no se oye mal —respondo mientras pinto mis uñas con esmalte rojo. Me alegro por ella, al menos una de las dos se sació completamente. Eso nunca pasaba. Pero sigo rayada por mi tema.

—¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿Cómo te fue con el buenote de ayer? Porque ese sí estaba mil de diez.

—Sí, es un dios griego —digo pausando lo que estaba haciendo y volviendo a recordar lo de ayer por centésima vez, inconscientemente me muerdo el labio inferior ante el recuerdo—. No sabes el clase de orgasmo que tuve.

— ¡¿Qué?! ¿En serio? ¡¿Tan así estuvo?!

—Ah, ni te imaginas. Y lo más increíble fue... que solo tuvo que usar sus dedos.

—¡Oh, señor, por la virgen de las putas! —se tapa la cara con una almohada— Fuiste buscando cobre y encontraste oro.

—Sí y no.

—¿Qué? ¿Por qué? —deja caer la almohada.

—Es que, solo fue eso.

— ¿Cómo? O sea ¿no hubo penetración? —niego—. Explícame por favor, que ahora sí me perdí.

—Quisiera poder explicarte, pero ni yo misma entiendo qué pasó.

—Es raro —frunce el ceño.

—Ya lo creo. Pero una cosa en la que he estado pensando todo el día, es en que se despidió con un hasta luego y no con un adiós —puntualizo.

INSACIABLES  [+21] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora