Capítulo 12: Los Kellermman.

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Hélène

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Hélène

Este lugar es impresionante, parece un jodido palacio y eso que solo he visto muy poco. Un extenso jardín rodea la enorme mansión de los Kellermman que extrañamente está cubierta de hombres armados por doquier, parece más el castillo real entre la exuberante estética y la seguridad, que una simple casa.

Sigo a Henry que se adentra a la mansión. No me pierdo ningún detalle, camino erguida, disimulando la sorpresa que causa en mí este lugar. Por dentro es más sorprendente que por fuera, tiene un estilo moderno pero con un toque clásico.

Como entramos por la puerta principal, lo primero por lo que atravesamos es por un pequeño recibidor y luego nos adentramos en lo que viene siendo una enorme sala de estar. Las paredes son de una combinación de blanco, negro y gris en las cuales yacen cuadros abstractos de los mismos colores. El piso es de mármol blanco, está tan bien pulido que puedo ver mi reflejo en este. Los muebles —combinados con el entorno— son estilo vintage, y todo en general, luce caro y exorbitante.

En el centro de la sala, hay una enorme escalera de barandas doradas y de la cima, baja una señora mayor que viste con una blusa de cuello alto, una falda que le roza los tobillos y unas bailarinas negras. Tiene el cabello canoso, recogido en un moño y a pesar de que camina erguida y con el mentón en alto, no se le nota mucha clase.

—Bueno, hasta aquí llegué yo —dice Henry y camina, alejándose de nosotras.

—Nos vemos luego —le digo.

—No me lo recuerdes —murmura por lo bajo y desaparece, no sin antes saludar a la señora.

Como que comienza a gustarme caerle mal, es divertido y molestarlo es definitivamente entretenido.

—Me llamo Fernanda —habla la señora, una vez que está en frente a mí—. Soy la encargada del servicio de esta casa.

—Hola, soy Hélène —le extiendo la mano para concretar el saludo pero me la deja en el aire ya que no lo responde, por el contrario, la mira como si tuviese lepra o algo parecido.

«Vieja maleducada»

—¿Tiene algún problema en el brazo o es que no le han enseñado a cómo tratar a los invitados? —increpo.

—¿Perdón?

—Lo que oyó. Al parecer los modales no son su fuerte, y como a mí sí que me inculcaron educación desde pequeña, le agradecería que fuese recíproca si no es mucha molestia.

La vieja toma mi mano a regañadientes y para joderla más, la aprieto un poco sin dejar de sonreírle.

Unos sonoros aplausos hacen eco en el lugar, acompañados de unos gritillos de felicitación. Doy media vuelta para ver de dónde provienen y un anciano en una silla de ruedas sale de entre las sombras con una sonrisa de oreja a oreja.

INSACIABLES  [+21] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora