Hotaru Haganezuka. [1]

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La primera vez que su mirada se encontró con la mía sentí un escalofrío recorrer mi espalda, se encontraba forjando una espada y yo había entrado a su morada para entregarle unos artículos que me habían pedido le diera personalmente, recuerdo que Kanamori-san me había dicho explícitamente que no importaba el ruido que hiciera él jamás me prestaría atención, así que lo mejor era que ni siquiera le dirigiera la palabra.

Pero cuando sus ojos se posaron en mí no pude más que temblar, era un hombre jodidamente atractivo, no me dijeron que iba ser así y eso sólo me distrajo de mis actividades —Lo siento, Kanamori-san mencionó que quizá necesitarías esto. —dije entregando los materiales en sus manos, aunque se me había ordenado que sólo los dejara por ahí.

Por su rostro podría decir que estaba enojado, pero en ningún momento habló, sólo se dedicó a observarme hasta que salir de su habitación, me ruboricé de inmediato una vez fui consciente de lo nerviosa que me había dejado, ¿quién diría que una chica imperturbable como yo se pondría torpe cual niña ante él?

Por supuesto que le pregunté a Kanamori-san quién era ese chico tan dedicado y el por qué de que sólo me viera enojado —¿T-te miró? —preguntó incrédulo titubeando mientras yo asentía —¿Dejando de ponerle atención a su espada? —volví a asentir escuchando la historia de aquel hombre y ahora me encontraba más interesada en su trabajo.

Cuando empecé a estar más al pendiente de sus obras fue cuando me di cuenta de lo asombroso y habilidoso que era, sinceramente me enamoré de su dedicación, de su pasión y de lo hermoso que forjaba, ¿y cómo no hacerlo cuando alguien como yo jamás pudo hacer nada así de bueno? Por más que intentara los dioses no me dieron la fortuna de la buena forja.

Con los labios medio abiertos y admirando el filo que tenía dejé que el mundo se parara por unos minutos para apreciar esa belleza, era tan suave, ligera, delgada y al mismo tiempo parecía indestructible, no podía cansarme de admirar absorta las creaciones de ese chico de cabellos negros. Y así las ganas de tocarla para ver si es que acaso el calor de las manos de aquel que robó mi corazón se transmitiría desde el frío de la espada me hizo actuar.

—¿Qué crees que estás haciendo? —Escuché con un tono golpeado del otro lado de la habitación —Oh... yo sólo quería sentirla. —mencioné sin mentir, todos en el pueblo admiraban a Haganezuka-san, así que no era de extrañar que algunas personas se detuvieran para celebrar o preguntar por sus espadas, quizá yo tampoco era del tipo discreto porque siempre veía las terminadas y preguntaba por la siguiente a Kanamori-san para no molestar al pelinegro.

—Wow... está demasiado afilada. —De alguna manera había cortado mi dedo índice sin siquiera haberla tocado, ¿qué había pasado realmente? Rápidamente mi mayor se acercó a mí y creyendo que me regañaría tomó mi brazo —Eso fue peligroso, ten cuidado. —le escuché con una voz afligida, jamás lo había visto así.

—No te preocupes, estoy acostumbrada a esto. —Mis manos tenían callos de tantas y tantas veces que había entrenado sin éxito, tenía cicatrices de las miles de veces que había fallado con el filo y la sangre se presentó más llamativa de lo que realmente era.

Mi dedo fue guiado a su boca sintiendo como succionaba mi sangre y de nuevo mis mejillas enrojecieron, no entendía por qué lo había hecho pero pensar que sus labios estaban alrededor de mi índice me hizo pensar cosas indecentes —Has estado practicando mucho, ¿verdad? —por supuesto que él sabría las marcas en la piel de alguien que se desvivía por mejorar y en una sonrisa le respondí —Por supuesto, quiero ser tan buena como Haganezuka-san.

Las semanas habían pasado convirtiéndose en meses, él me ayudaba cuando tenía tiempo, comía conmigo y por alguna razón se esparció por el pueblo que éramos una joven pareja de recién casados.

Kimetsu S Yaiba. [One Shots] [Personajes de KNY] [ L E M O N ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora