Capítulo cuatro

148 9 5
                                    



Abro los ojos lentamente al sentir mi corazón se acelera a cada minuto qué pasa. ¿Taquicardia? Mi corazón late más rápido e intento incorporarme para encender la lámpara de mi mesita de noche.

Tomo mi medicamento de la mañana y me recuesto intentando no entrar en pánico, ¿qué está pasando conmigo? ¿Por qué no llega un corazón? Los accidentes existen, pero cuando necesito uno, no pasa ninguno.

Mi corazón se comienza a calmar.

Estos días me he despertado por lo mismo y el doctor dice que no son ataques de pánico, es mi corazón que bombea muy lento mientras duermo y luego es como si le dieran una descarga y empezará a bombear a todo lo que da. Eso es lo que me despierta.

Mi corazón queriendo detenerse y luego dando su máximo potencial.

Mi corazón apuntó de morir.

Llevo mi mano al lugar donde se supone que debe estar mi corazón y le doy una palmadita, una suave palmadita.

Estos días he estado empeorando, ayer no quise decirle nada a mis amigos y por eso no quiero que vayan conmigo al doctor. Estos días me cuesta más dormir, el dolor en mi pecho se mezcla con las lágrimas que caen por mi rostro. He sentido que me he desmayado muchísimas veces en mi habitación y lo sé porque aparezco en el suelo y con golpes, yo no recuerdo nada de eso.

–Resiste, por favor...

Murmuro mirando a la nada.

¿Qué pasará conmigo si no sucede nada?

La respuesta es simple, es demasiado obvia; moriré sin un traslado de corazón.

¿Saben? Para muchas personas es muy curioso ver cómo sigo de pie y no agonizando en una cama de hospital. Los medicamentos y el trotar ayuda. Las personas se dan cuenta de que no estoy bien cuando apenas camino tres pasos y mi respiración falla o empiezo a sudar. Cuando entre a la universidad corría de un lado a otro, podía hacerlo, pero con los meses todo eso fue desapareciendo, mi vida fue cambiando, el ritmo fue bajando. Para muchas personas es sencillo sentir lástima de mí y tal vez yo sienta lastima de mí misma pero lo único que puedo hacer es salir adelante un día más.

Mi teléfono empieza a sonar. Lo tomo y con cierta dificultad lo llevo a mi oreja sin ver quién es.

–Seas quien seas... –Empiezo.

–¡No, Jack! Estás aferrado a una persona que no te mira como la miras tú, ¡alguien que morirá! Idiota, idiota, ¡eres un completo idiota!

Quito el teléfono de mi oreja para ver quién es y vaya sorpresa, número desconocido. ¿Habrán marcado por qué si o...?

–No necesito que me digas lo que ya sé y no, ella no morirá –La voz de Jack suena. Contengo la respiración– Tú no sabes nada, Evelyn.

–¿Qué no lo sé? Solo mírate, en lugar de estar estudiando para tu futuro, pasas el día cuidándola, yendo al hospital. ¿Al menos sabe qué la amas?

¿Qué Jack qué?

–Por favor, baja la voz. No quiero discutir contigo.

–Ella no te quiere.

–¡Y yo no te quiero a ti! Yo quiero a Samara y eso nadie lo cambiará, nadie lo hará. ¿Sabes lo qué es amar a alguien y estar aterrado de qué no vuelva a abrir sus ojos?

–Jack, yo te amo. –Habla la tal Evelyn.

–Yo no te amo, Evelyn. No te amo y ojalá las cosas fueran distintas, pero yo elegiría amarla a ella todas las veces que fueran necesarias. Ella no me ama, dudo que sepa que la quiero, pero, yo la amo y si vive, la conquistaré y si no lo hace; jamás la olvidaré.

Mi corazón insisteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora